miércoles, 2 de noviembre de 2011

La palabra de Camilo

Con seguridad, no fue llegar a 27 años su mayor alegría o lo que más ocupó su tiempo en febrero de 1959. Eran otros sus desvelos entonces. Como Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde, Camilo tenía sueños que, inspirados y amparados por el programa de la Revolución triunfante, pretendía realizar.
 De él eran ya cotidianos la sonrisa, el sombrero, la lealtad y el valor. Sin embargo, su palabra también abarcaba espacios que ratifican la valía de su pensamiento. A Camilo las palabras le brotaban con fluidez. Tenía una gran facilidad para expresarse de modo claro y preciso. Aunque no tenía una formación universitaria, sus luces naturales, sus lecturas y su poder de improvisación, le permitían pronunciar discursos elocuentes.
 Muchas de sus intervenciones son poco conocidas en su voz, porque no siempre la televisión o la radio estaban en los lugares donde hablaba Camilo. Sin embargo, en ocasiones aparecía Quintanita, un técnico que cargaba con una pesada grabadora, para atrapar y conservar en el tiempo la palabra hablada del Comandante Cienfuegos.
 En febrero de 1959, el Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde ya tenía concebido el modo de concretar una de sus aspiraciones, nacida de la necesidad del momento: elevar el nivel cultural de los soldados cubanos. Fue así que impulsó el desarrollo de cursos para alfabetizar a los militares necesitados; y luego llegaron los cursos de especialización en infantería, motociclismo, armas pesadas…Camilo quería un ejército preparado para combatir y para pensar. Y más allá de cualquier gestión que determinase la realización de los cursos, su principal medio para explicar a los soldados que debían estudiar fue la PALABRA.

El 9 de febrero fue uno de eso días en los que Camilo se dirigió a sus compañeros del Ejército, desde el Polígono de Ciudad Libertad. En esa ocasión, los exhortaba a estudiar, en uno de sus primeros acercamientos al tema de la educación de los militares:

“Hemos ganado la guerra, compañeros, y ahora nos toca garantizar que la guerra que terminó no vuelva a repetirse.” Y afirmaba: “debemos dedicar gran parte del día a los estudios; y con esa finalidad, a partir de esta semana se empezarán los cursos de distintos estudios de acuerdo con la capacidad de cada uno.”

Dos días después, el 11 de febrero, Camilo inauguraba el Curso de Alfabetización del Ejército Rebelde. Una vez más desde el Polígono de Ciudad Libertad, expresó la importancia  de la preparación intelectual de cada soldado, y también resaltó su papel en la nueva sociedad como parte activa de ella. El Ejército no podía ser parásito, sino que cada hombre de las fuerzas revolucionarias tenía que “trabajar de verdad”.

“Todos tenemos que estar conscientes de la gran responsabilidad que pesa sobre nuestros hombros. Hasta el último de los cubanos ve en este Ejército la salvación de Cuba. (…) y tenemos también no solo que ser unos simples guarias rurales que estén para mantener el orden en Cuba. Tenemos que estar alertas, tenemos que estar vigilantes para orientar en la paz al pueblo, como lo supimos orientar en la guerra.”

Los discursos de Camilo, más allá de su motivo específico, abarcaban la situación existente en el país, valores como el patriotismo y la fidelidad, temas como la educación y la Reforma Agraria.
 “Hoy, gran cantidad de compañeros están deseosos de trabajar en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria, hay muchos compañeros que están trabajando en la Repoblación Forestal, hay compañeros que están trabajando en viviendas campesinas.”

Esas ideas fueron expresadas el 22 de septiembre de 1959, en el acto de graduación de los soldados  que se habían incorporado a los estudios desde febrero. Durante una intervención en Caibarién, también aludió la temática de la Reforma Agraria y al respaldo que del pueblo tenía:

“Vemos hoy, con gran alegría, que este pueblo de Caibarién que se movilizó durante la guerra para ayudar al Ejército Rebelde a luchar contra la sangrienta tiranía, se moviliza hoy en la paz para apoyar la Reforma Agraria, para apoyar todas las medidas revolucionarias y para rendir tributo a los hombres que, cumpliendo el juramento de Libertad o Muerte, cayeron a lo largo de la lucha.”

Cada idea estaba motivada por el contexto del triunfo reciente de la Revolución, en el que los líderes tenían que acudir una y otra vez al pueblo, hablarle, explicarle, exhortarle… En aquellos momentos de fundación, había que conversar, persuadir a la vez instruir, para que el pueblo no fuese ciego discípulo, sino compañero en la lucha.

Ya Camilo estaba iniciando la alfabetización dentro de Ciudad Libertad. Sus palabras que promovían cultura, retumbaban en los muros de aquel Estado Mayor que luego devino ciudad escolar.

Cómo olvidar el “con novilla o sin novilla, les partimos la siquitrilla”, aquel 21 de junio en el cine Riviera, cuando luego del estreno del documental “Esta tierra nuestra”, Camilo habló y dijo esa frase tan llena de su humor y su personalidad dinámica.

Recurrente en sus palabras fue también la unidad. A cualquier sitio que llegara Camilo, siempre llamaba a la unión de los cubanos. Esos primeros meses de 1959, en los que había personas con pensamientos diversos, era indispensable la cohesión del pueblo. Quienes lo conocieron, reconocen su capacidad para hacer comprender a las personas que la Patria estaba por encima de todo. En el discurso de Caibarién, muy emocionado y con la estridencia de sus erres, expresó:

“Este pueblo, pródigo en mártires, que supo durante la guerra estar unido, debe unirse cada día más en esta hora de la libertad. Es deber de todos los ciudadanos de cada pueblo, y más de los pueblos que sintieron en sus carnes los rigores de la guerra, unirse sin distinciones de ninguna clase, por encima de todas las aspiraciones personales (…)”

De igual modo, en el ya mencionado acto de graduación de septiembre, recalcó: “Es necesario que ustedes sepan que no solo nosotros vamos a defender la libertad y la soberanía que hoy tenemos; que hay un pueblo entero, el pueblo cubano, que quiere, que está identificado con el Ejército Rebelde, y que en un momento determinado, defenderá la libertad y la soberanía (…)”
 Su última comparecencia ante los cubanos, el 26 de octubre de 1959, recoge de manera especial todas estas ideas que desde el mismo 1ero de enero Camilo venía desarrollando en sus intervenciones.
 “Tan altos y firmes como la Sierra Maestra son hoy la vergüenza, la dignidad y el valor del pueblo de Cuba en esta monstruosa concentración frente a este Palacio, hoy revolucionario, del pueblo de Cuba.
 Tan alto como el Pico invencible del Turquino, es hoy y será siempre el apoyo de este pueblo cubano a la Revolución que se hizo para este pueblo cubano.”
 La multitud exaltada escuchaba a Camilo, agitaba banderas y carteles…

“Esta manifestación de pueblo, estos campesinos, estos obreros, estos estudiantes que hoy vienen a este Palacio, nos dan las energías suficientes para seguir con la Revolución, para seguir con la Reforma Agraria, que no se detendrá ante nadie ni ante nada.
 (…) Porque  para detener esta Revolución cubanísima tiene que morir un pueblo entero (…)”
 Y pocos segundos después vibrarían en su voz los versos de Bonifacio Byrne. Fue pasión, convicción; fue amor infinito a la vida, a la Patria. Sus palabras trascendieron y se renuevan  en el espíritu de quien las escuchó entonces, o bien de quienes las escuchamos o leemos hoy.
 Quienes escucharon a Camilo no olvidarán nunca su voz y sus ideas. Palabras que quedaron como prueba legítima de la grandeza de un hombre que supo pelear y pensar por el bien de su país, y amarlo sin límites.
 A sus discursos hay que ir, volver y tomar nota. Camilo fue abanderado de muchos los programas de la Revolución, y defensor incansable de los valores humanos que nuestra sociedad defiende y sobre la cual se ha fundado. Conocer la palabra de Camilo es agrandar su imagen en nuestra realidad cotidiana, y perpetuar su espíritu.


Abel


Quiero comenzar este blog recordando a un joven especial, que fue alma de una generación, y esa es virtud de pocos. Hace poco cumplió 84 años, y todavía sigue despertando la ternura de quienes decidimos compartir nuestro amor aquí, en Cuba.
Ahora parece que acaba de llegar de la escuelita donde no lo aceptaron porque no había espacio. Cuentan que tiró su libreta y se puso triste y bravo porque quería estudiar. Y fue tanto el sentimiento, que doña Joaquina tuvo que llevarlo nuevamente a aquel centro escolar, donde finalmente lo admitieron, porque él estaba dispuesto a recibir las clases hasta sentado sobre una caja de latas de leche condensada.
 Que si su temperamento era a veces calmado, o a veces rebelde; que si reunió a la tropa inicial de los que luego fueron al Moncada. Que si sus ojos, como dijera El Indio Naborí, eran “ojos de ensueño”. Que si fue en el grupo del hospital Saturnino Lora porque Fidel quería cuidarlo, porque era el alma del movimiento. Que si el azar le trajo la muerte por salvar otras vidas. Que si tuvo más valor que todos sus verdugos juntos. Que si aún hoy duele que no esté.
 Muchas son las razones…
Aquella fue una época donde la libertad era burlada; y mientras, el amor se hacía master en perseverancia. Frustración y anhelo iban juntos, cuando debieron primar soberanía y confianza en el futuro. Por eso en Martí estaba en el camino. Y en ese camino coincidieron otros que también querían luchar por la unidad de intereses, tradiciones y sentimientos que es la patria.
Comenzó entonces con más fuerza el empeño por cuajar quimeras, y prevaleció el carácter sobre el sudor del riesgo… Una generación casi completa volvió a entonar himnos, a escribir poemas y a cargar las armas por la libertad. José Martí escribió: “La vejez, gusta de contar la historia, la niñez de escucharla y la juventud,  de hacerla.” 
En 25 y O todavía corren aires de fundación, pues en ese apartamento debatieron largas horas los integrantes de la vanguardia revolucionaria. Allí se imprimieron varias veces Son los Mismos y El Acusador, y bajo el seudónimo de El Bichote, Abel publicó en la sección Puntillitas. Pero cuando hubo que concentrar los esfuerzos en empeños mayores, aquel joven de 25 años se lanzó –junto a otros- a una acción que algunos catalogaron de “gran locura”: el asalto al Cuartel Moncada.
Luego de los sucesos en 1953, desde la prisión de Guanajay, Haydée escribió a sus padres: “Abel fue, es y será ese hijo que no envejece, siempre seguirá con su cara tan linda, siempre seguirá para ustedes, para todos nosotros con su fuerza, con su infinita ternura, será quien nos haga ser de verdad buenos, será siempre el guía, y para ustedes, será el hijo más cercano.”
El 27 de noviembre de 1955, Armando Hart colocó junto a Haydée un retrato de Abel en el Instituto de Segunda Enseñanza de Camagüey, en un acto que recordaba a los ocho estudiantes de medicina. Hart expresó entonces sobre los asaltantes al Moncada: Locos, y han escrito en el único lenguaje que entienden los llamados cuerdos, en el lenguaje de los hechos, que Revolución es algo más que cambio de mando, que Revolución es transformación radical de nuestras condiciones de vida. Locos, y hoy miles y miles de jóvenes miran hacia el 26 de Julio, porque el 26 de Julio ha escrito la tesis de la nueva generación revolucionaria, que hoy por hoy, es la única fuerza que enfrenta a la dictadura.”[1]
Y claro que los miles y miles de jóvenes se multiplicaron. Hoy el Moncada sigue siendo la tesis de la Revolución, que tan bien ha pasado las pruebas del tiempo. Ahora lo imagino justamente como Silvio lo describe en su Canción del elegido: entre humo y metralla, contento y desnudo.” No puedo borrar de mi mente el rostro de Pedro Trigo, moncadista y luchador de los inicios, cuando me dijo: “Esta Revolución ha tenido hombres grandes… Imagínate: Fidel, Almeida, Raúl……..pero Abel………..Abel….” Y su voz mencionaba el nombre bíblico entre lágrimas. Abel fue y es alma...y esa es virtud de pocos.
 A pesar de que intentaron que no viera más la luz, Abel mantuvo su mirada limpia. A pesar de la tortura y lo inerte del cuerpo a fines de julio de 1953, él seguía siendo el alma de aquel movimiento. Por eso estuvo aunque la materia lo niegue.  Fue alma en los cuerpos de sus compañeros en el presidio de Isla de Pinos, y por eso la Academia Ideológica que preparó a los futuros guerrilleros llevó su nombre; vino escoltando la osadía del Granma y fue hasta la Sierra, a ser selva protectora; y hoy está en cualquier parte de Cuba.
 Sí, claro que todavía sus ojos miran. Claro que todavía pueden ser, aunque algunos creyeron cegarlos. Hay mensajes de vida que los cobardes nunca llegan a comprender; y uno de ellos lo escribió Perucho Figueredo, el 20 de octubre de 1868: “Morir por la Patria es vivir”.Y Abel, que nació el 20 de octubre de 1927, exactamente 59 años después de que se escribiera el Himno de Bayamo, dio luz a sus versos: murió por Cuba, y por eso siempre nos acompaña.


[1] Tomado de: Armando Hart: El Moncada 50 años después, publicado en Rebelión.

Patria y Amor

"No hay final. Siempre hay comienzos. Como decia el Che: hay gente que tiene ´su más allá´ en el pueblo y que nacen, que nacen siempre..."