Lo cubano
salta ante nuestros ojos, o desde nuestros ojos, desde nuestra piel,
desde nosotros mismos como seres andantes que poblamos un
archipiélago salpicado de lo real maravilloso y que se cocinó en un
ajiaco, envidiable por su espontaneidad, sabrosura y temperaturas
siempre calientes.
Cuba, el
país de hombres rápidos, de mente ágil, de alegría y brisa
calurosa; el
país que provoca poemas, que seduce con la temperatura de sus almas,
es mucho más que azul y verde, aunque sean los colores que más
veo….Es la mezcla de los que unimos voces, de todos los diferentes
que extrañamos la misma presencia, que sentimos el mismo salto en la
boca del estómago cuando se grita por todo lo que amamos….Y
también cuando la conga o el danzón demuestran que seguimos siendo
contentos; cuando banderas de otros pueblos nos acompañan
alentándonos; cuando familiares, amigos, cuando los que hicieron la
Historia más reciente, cuando el Himno de Bayamo, cuando el del
26…cuando la caldera hierve y nos cocinamos al sol en una mañana
que a la vez nos alimenta.
La mezcla
de todo es el todo nuestro. Por eso omitir, rechazar, obviar,
desconocer o ignorar, serían errores demasiado costosos para lo que
nos identifica como cubanos, para esa esencia que nos resume y nos
expande a lo largo y ancho del mundo. Pero, si todo lo anterior es
dañino para la cultura cubana, mucho más lo es el permitir que
vengan a escribirnos desde otras latitudes, a publicarnos luego con
lentes europeos o asiáticos…o simplemente a examinarnos como
rarezas del “nuevo” mundo.
Cuba tiene
suficientes referentes como para mirarse a sí en lo profundo y en lo
que sobresale. No tiene necesidad alguna de que vengan a contarle de
otras aceras lo que acontece en su propio patio. Si embargo, no
siempre es justa consigo misma, y se deja replantear y escudriñar
por otros. A veces, involuntariamente; otras, por pereza, o por
acomodo, o bien por abandono.
La Historia
no tiene moldes prefabricados. No puede. Inventárselos sería ir
contra la savia humana que la edifica. La Historia nace de la vida,
es el presente visto dentro muchos años, es el futuro a la luz de
hoy. No puede escribirse con medias tintas, ni creer tampoco que todo
esté escrito. Se enriquece con descubrimientos, testimonios, huesos,
papeles, polvo…con el hombre que la ama y en su búsqueda la hace
crecer. La Historia no es capricho, ni solo arma del que vence, ni
solo pedestal de héroes. La Historia es cultura acumulada en el
tiempo, es vida acumulada en el tiempo, es tiempo repleto de todo lo
humano –con o sin lo divino-. La responsabilidad de cuidarla no es
de una musa, sino de sus obreros: los obreros de la Historia.
En estos
tiempos donde Cuba se repiensa a sí misma, retomar las riendas
sólidas de su devenir en el tiempo es una de las claves para poder
comprender temáticas sociales que no nacieron de la nada; para
entender por qué llegamos hasta aquí y de qué circunstancias somos
hijos, y de cuáles podríamos ser mejores padres. El caso nuestro,
si singular como cada nación, es atípico, porque aunque muchos
consideren que este es el más decisivo de los momentos, lo cierto es
que Cuba ha estado durante toda su historia en cruces definitorios.
Este es uno de ellos. Pero Martí tuvo el suyo, Arango el suyo, Fidel
el suyo, Guiteras, Saco, Maceo….nosotros. Cuba se debate a lo
interno desde su mismísimo propósito de hacerse nación con
nacionalidad, hasta hoy; y se debate a lo externo en defensa de sus
derechos, de su independencia y su soberanía. Ha sido así, por eso
la importancia de que los historiadores asuman un papel creativo,
analítico y profundo que permita salvar, escribir y explicar lo que
no salvarán ni escribirán ni querrán explicar las miradas
extranjeras.
Por eso, a
la luz de este 20 de octubre en el que se festeja nuestra cubanía,
hay que hacer un nuevo llamado para combatir la erosión de valores
que deja al descubierto las raíces de la nación; que sin ellas no
se alimenta el árbol, ni puede dar frutos.
Y con el
afán de comenzar a encontrar más bellezas en nuestras historias, y
de enraizar más lo que nos sostiene, vale detenerse en la historia
de amor de tres canciones y tres himnos.
Las
Bayamesas…
Ya en las
escuelas no se enseñan todos nuestros himnos; solo el de Bayamo, y
por razones obvias -aunque casi todos los niños lo memorizan antes
de los cinco años-. Recuerdo ediciones viejas de libros de texto
donde, además del Himno Nacional, estaba el Invasor y en otros la
Marcha del 26. Esas ediciones ya no existen. Es posible que algún
avezado profesor de Historia enseñe cómo fueron escritos, algo de
las circunstancias, y entonces al nombre de Perucho se unan los de
Enrique Loynaz del Castillo y de Agustín Díaz Cartaya. Pero la
historia, la letra, la melodía, se escuchan solo alguna que otra vez
en un acto. Ya nadie repasa lo épico de esas marchas en las
escuelas, salvo algún análisis efímero y eventual.
Con La
Bayamesa arrullé
a mi hijo porque así lo hizo mi madre conmigo, y mi abuela con ella;
y así debió ser de generación en generación en mi casa desde que
comenzara a cantarse en Cuba. A mi hijo se le canté, pero como a
veces su vigilia le podía al sueño, tenía que acudir a otras
canciones, y así comencé a buscar en la memoria y recordé El
Mambí,
y luego me saltaba La
Lupe,
y de ahí, un día cualquiera de tanto repetirlas, comencé a ubicar
en tiempo cada una de las historias de esas piezas y fue que advertí
que a cada una correspondía un himno: La
Bayamesa con
el Himno
de Bayamo; El Mambí con
el Himno
Invasor; y
La
Lupe
con la Marcha
del 26. Cada
una de ellas fue la canción romántica representativa que nació de
la misma generación que creó y entonó los himnos de combates más
importantes de la Historia de Cuba.
La
Bayamesa está
considerada la primera canción romántica y trovadoresca cubana. En
la gran mayoría de los escritos sobre esta pieza, la melodía se la
adjudican a Carlos Manuel de Céspedes y Francisco del Castillo, y la
letra al poeta José Fornaris. Conocido era que Carlos Manuel -quien
encabezaría luego el alzamiento en La Demajagua, fuese Presidente de
la República en Armas y reconocido como el Padre de la Patria-fue un
buen pianista. Por su parte, Fornaris fue uno de los poetas que más
le cantó a lo cubano y era reconocido conspirador contra la
metrópoli española. Finalmente, Francisco del Castillo, fue un
importante abogado independentista que murió un año antes de
inciarse la Guerra de los Diez Años. Así, en la ciudad de Bayamo,
nacía aquella hermosa canción que representa una época llena de
patriotas y hombres ilustrados. La musa, Luz Vázquez, escuchó por
primera vez gracias a la iniciativa de su amado Francisco -en la
noche del veintisiete de marzo de 1851- lo que luego sería un canto,
más que a la belleza de la mujer bayamesa, a lo grandioso de lo
cubano.
¿No
recuerdas, gentil bayamesa,
que tú
fuiste, mi sol refulgente,
y
risueño, en tu lánguida frente,
blando
beso imprimí con ardor?
¿No
recuerdas que un tiempo dichoso,
me
extasié con tu pura belleza,
y en tus
senos doblé la cabeza,
moribundo
de dicha y amor?
Ven y
asoma a tu reja sonriendo,
ven y
escucha amorosa mi canto,
ven, no
duermas, acude a mi llanto
pon
alivio a mi negro dolor.
Recordando
las glorias pasadas,
disipemos,
mi bien, la tristeza
y
doblemos los dos la cabeza
moribundos
de dicha y amor.
Y
allí en Bayamo estuvo Luz cuando tomaron la ciudad, y a pesar de
perder a dos de sus hijos, se cuenta que arengó a una de sus niñas,
Atala, para que fuera a cantar el himno de Perucho Figueredo. Aquel
himno de Perucho conocido igualmente como La
Bayamesa, en
franca similitud a La
Marsellesa de
Francia como himno de una revolución, tenía su melodía concebida y
tocada desde el 14 de agosto de 1867. En medio de la euforia por la
toma de la ciudad, se escribieron los versos de nuestro himno
nacional, reconocido como tal el 5 de noviembre de 1900 por la
Asamblea Constituyente –y ya para ese año con las supresiones
conocidas de algunas de sus estrofas originales-.
Al
combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa.
No temáis una muerte gloriosa,
que morir por la Patria es vivir.
que la patria os contempla orgullosa.
No temáis una muerte gloriosa,
que morir por la Patria es vivir.
En
cadenas vivir, es vivir
en afrenta y oprobio sumido.
Del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas valientes corred!
en afrenta y oprobio sumido.
Del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas valientes corred!
No
temáis; los feroces iberos
son cobardes cual todo tirano
no resiste al brazo cubano
para siempre su imperio cayó.
son cobardes cual todo tirano
no resiste al brazo cubano
para siempre su imperio cayó.
Cuba
libre; ya España murió
su poder y orgullo do es ido
¡Del clarín escuchad el sonido,
a las armas valientes corred!
su poder y orgullo do es ido
¡Del clarín escuchad el sonido,
a las armas valientes corred!
Contemplad
nuestras huestes triunfantes
contempladlos a ellos caídos,
por cobardes huyeron vencidos
por valientes supimos triunfar.
contempladlos a ellos caídos,
por cobardes huyeron vencidos
por valientes supimos triunfar.
¡Cuba
libre! Podemos gritar
del cañón al terrible estampido
¡Del clarín escuchad el sonido,
a las armas valientes corred!
del cañón al terrible estampido
¡Del clarín escuchad el sonido,
a las armas valientes corred!
Para
colmo de lindura histórica y lírica, existe una versión anónima
de que cuentan se cantó en la manigua de la Guerra de los Diez Años
y que posee la misma melodía de la Bayamesa de Fornaris, Céspedes y
Castillo; solo que, en esta oportunidad, era una canción de letra
rebelde acorde al momento. Así lo recogen muchos escritos:
¿No recuerdas gentil bayamesa,
que Bayamo fue un sol refulgente,
donde impuso un cubano valiente
con su mano el pendón tricolor?
¿No recuerdas que en tiempos pasados
el tirano explotó tu riqueza,
pero ya no levanta cabeza
moribundo de rabia y dolor?
Te quemaron tus hijos; no hay queja
que más vale morir con honor
que servir al tirano opresor
que el derecho nos quiere usurpar
Ya mi Cuba despierta sonriendo
mientras sufre y padece el tirano
a quien quiere el valiente cubano
arrojar de sus playas de amor.
¿No recuerdas gentil bayamesa,
que Bayamo fue un sol refulgente,
donde impuso un cubano valiente
con su mano el pendón tricolor?
¿No recuerdas que en tiempos pasados
el tirano explotó tu riqueza,
pero ya no levanta cabeza
moribundo de rabia y dolor?
Te quemaron tus hijos; no hay queja
que más vale morir con honor
que servir al tirano opresor
que el derecho nos quiere usurpar
Ya mi Cuba despierta sonriendo
mientras sufre y padece el tirano
a quien quiere el valiente cubano
arrojar de sus playas de amor.
La Guerra
Grande fue una epopeya en la que se demostró que en Cuba había
hombres dispuestos a empeñarlo todo por la independencia, pero no
héroes de mármol, sino hombres que amaron y dedicaron versos a las
mujeres de sus vidas. Por eso, en la manigua, a la par que se cantaba
un himno de combate, se recordaba a la amada con una canción de
amor. Aquella generación, precursora, tuvo como bandera también el
amor.
1895:
el canto de manigua y de invasión
La Guerra
Necesaria, la guerra amorosa que organizó José Martí con la
intención de fundar la república de, por y para todos los cubanos,
traía en sí lo cantos de guerra y amor de sus antecesores, pero
también generó en su propia entraña los cánticos de la nueva
generación que se entregaba a la manigua.
Así,
en la Guerra de 1895 con la invasión a occidente, Enrique Loynaz del
Castillo, General del Ejército Libertador, escribe su Himno
a Maceo. Las
letra nació en la finca La Matilde, Camagüey, como respuesta a unos
versos ofensivos para los mabises, que habían sido escritos en la
ventana de lo que fuerala casa de un militar español. Antonio Maceo
conoce los veros de Loynaz, pero no le acepta el Himno en su honor
por considerarlo demasiado.
Se dispone entonces a musicalizarlo y denominarle como la marcha que
serviría para guiar a las tropas, que enseguida lo aprendieron y en
muchas ocasiones lo denominaron Himno del Pueblo.
¡A las Villas valientes cubanos:
A Occidente nos manda el deber
De la Patria a arrojar los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer!
De Martí la memoria adorada
nuestras vidas ofrenda al honor
Y nos guía la fúlgida espadaDe Maceo, el Caudillo Invasor.
Alzó Gómez su acero de gloria,
y trazada la ruta triunfal,
cada marcha será una victoria:
la victoria del Bien sobre el Mal.
¡Orientales heroicos, al frente:
Camagüey legendaria avanzad:
Villareños de honor, a Occidente,
por la Patria, por la Libertad!
De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.
A la carga escuadrones volemos,
Que a degüello el clarín ordenó,
los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!
¡A las Villas valientes cubanos:
A Occidente nos manda el deber
De la Patria a arrojar los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer!
De Martí la memoria adorada
nuestras vidas ofrenda al honor
Y nos guía la fúlgida espadaDe Maceo, el Caudillo Invasor.
Alzó Gómez su acero de gloria,
y trazada la ruta triunfal,
cada marcha será una victoria:
la victoria del Bien sobre el Mal.
¡Orientales heroicos, al frente:
Camagüey legendaria avanzad:
Villareños de honor, a Occidente,
por la Patria, por la Libertad!
De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.
A la carga escuadrones volemos,
Que a degüello el clarín ordenó,
los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!
La
música fuerte, llamando al combate, los versos que en un inicio
quisieron servir de desagravio ante una ofensa española, ahora se
convertían en la voz de todo un ejército que avanzaba por Cuba con
la bandera de la independencia. Un nuevo canto épico, un nuevo
llamado poético que se ajustaba a las nuevas circunstancias, pero
que en esencia-como el de Byamo- llamaba a los cubanos a luchar por
la libertad y en contra de quien ultrajó a la Patria.
Patria,
esa palabra que aparece una y otra vez en dichas composiciones y que
denotan la consolidación de una nacionalidad a la que ya le urgía
una nación con nombre y derechos. Lo cubano ya existía contundente,
apartado de lo español, y mezclado con lo negro, lo amarillo, lo
blanco y lo indio. Ya en la Guerra Necesaria la cubanía era una
condición consolidada y bien defendida, que solo se vería coronada
cuando los cubanos pudiesen vivir en la Cuba libre y con aspiraciones
de prosperidad de todos sus habitantes.
A la
contienda organizada por el Maestro, como es sabido, muchos fueron
los jóvenes que se sumaron como correspondía a su generación. Uno
de ellos fue Luis Casas Romero. El nombre de Luis es posible que
rápidamente salte a nuestra memoria como el de pionero de la radio
en Cuba, pero lo que quizás no se conozca demasiado es que se
incorporó con 15 años de edad al Ejército Libertador. Y fue del
calor de la manigua de donde le nacería luego una pieza de amor
única, triste en la historia que narra, pero otra vez sobre el héroe
que ama.
Nuevamente,
el amor invade la vida de quienes luchan por su país; y, en
realidad, no podría ser de otra forma, porque solo corazones amplios
podían dejarlo todo por una causa colectiva aunque en ello les fuera
la vida. El
Mambí ,
aunque un poco más tarde que el Himno
Invasor,
en 1912 surgiría para convertirse en el símbolo del guerrero que
amante partía dejando atrás lo más íntimo de su vida por
encontrar la libertad de su patria. El hombre y la mujer; el hombre
que parte y la mujer valerosa que sabe acoger al guerrero. Fue
precisamente otro patriota, protagonista de hechos libertarios, quien
componía entonces la melodía de la canción de amor más hermosa
que refleja la Guerra del 95.
Allá en
el año noventa y cinco,
y por la selvas del Mayarí
una mañana dejé el bohío,
y a la manigua salió el mambí.
Una cubana que era mi encanto,
y a quien la noche llorando vio,
al otro día con su caballo,
busco mis huellas y me siguió.
Aquella niña de faz trigueña,
y ojos más negros que la maldad,
unió sus fuerzas a mi fiereza,
y dio su vida a la libertad.
Un día triste cayó a mi lado,
su hermoso pecho sangrando ví,
y desde entonces fue más ardiente,
Cuba adorada mi anor por ti,
y desde entonces fue más ardiente,
Cuba adorada mi amor por ti.
y por la selvas del Mayarí
una mañana dejé el bohío,
y a la manigua salió el mambí.
Una cubana que era mi encanto,
y a quien la noche llorando vio,
al otro día con su caballo,
busco mis huellas y me siguió.
Aquella niña de faz trigueña,
y ojos más negros que la maldad,
unió sus fuerzas a mi fiereza,
y dio su vida a la libertad.
Un día triste cayó a mi lado,
su hermoso pecho sangrando ví,
y desde entonces fue más ardiente,
Cuba adorada mi anor por ti,
y desde entonces fue más ardiente,
Cuba adorada mi amor por ti.
El
Moncada, La Lupe y el Granma
El Asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes constituye la acción militar que dio inicio a una nueva etapa de lucha insurrecional en Cuba que se coronaría con la definitiva soberanía de la nación. Allí se inmolaron jóvenes hermosos que, seguidores de las mejores tradiciones de cubanía, rindieron homenaje al Apóstol en el año de su centenario. Sería entonces 1953 el año que marcaba una senda que no culmaniría hasta cumplir el sueño de la república para todos.
El Asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes constituye la acción militar que dio inicio a una nueva etapa de lucha insurrecional en Cuba que se coronaría con la definitiva soberanía de la nación. Allí se inmolaron jóvenes hermosos que, seguidores de las mejores tradiciones de cubanía, rindieron homenaje al Apóstol en el año de su centenario. Sería entonces 1953 el año que marcaba una senda que no culmaniría hasta cumplir el sueño de la república para todos.
En prisión,
uno de los sobrevivientes de esos hechos, Agustín Díaz Cartaya,
daba los toques finales al himno de su generación, la marcha que
representaba a quienes en contextos diferentes seguían pujando por
lo mismo que sus antecesores: independencia, justicia, progreso,
soberanía. En esta ocasión, quien escribía era un negro, un negro
libre pero pobre aficionado a la música, que recogió en sus versos
la esencia de todos los que muerieon en el Moncada. Así, en
presidio, se entonaron las notas al mismísimo Fulgencio Batista,
burlado delante de todos sus subalternos por la osadía del canto
nuevo de guerra de los cubanos.
La Marcha
de la Libertad,
luego Himno
del 26 de
Julio,
al igual que sus antecesoras, arengaba a los cubanos a luchar por la
libertad de Cuba, a romper las cadenas que oprimían al pueblo.
Marchando,
vamos hacia un ideal
sabiendo
que hemos de triunfar
en aras
de paz y prosperidad
lucharemos
todos por la libertad.
Adelante
,cubanos,
que Cuba
premiará nuestro heroísmo,
pues
somos soldados
que
vamos a la Patria liberar
limpiando
con fuego
que
arrase con esta plaga infernal
de
gobernantes indeseables
y de
tiranos insaciables
que a
Cuba
han
hundido en el Mal.
La
sangre que en Oriente se derramó
nosotros
no debemos olvidar
por eso
unidos hemos de estar
recordando
a aquellos que muertos están.
La
muerte es victoria y gloria que al fin
la
historia por siempre recordará
la
antorcha que airosa alumbrando va
nuestros
ideales por la Libertad.
El
pueblo de Cuba...
sumido
en su dolor se siente herido
y se ha
decidido...
hallar
sin tregua una solución
que
sirva de ejemplo
a ésos
que no tienen compasión
y
arriesgaremos decididos
por esa
causa hasta la vida
¡que
viva la Revolución!
Tres años
más tarde, otro integrante de la generación del centenario, también
aficionado a la música, escribiría la canción de amor emblemática
de las nuevas luchas: La
Lupe. Juan
Almeida, durante su exilio en México, conoció el amor de una
guadalupana y a ella le escribió cuando hubo de partir a retomar la
lucha en Cuba. Nuevamente, el guerrero que parte y deja atrás lo más
querido de su vida personal. Otra vez el amor a la pareja se
engrandece con el amor a la patria y el bien común se impone a la
tranquilidad individual.
Ya me
voy de tu tierra
mexicana bonita,
bondadosa y gentil,
y lo hago emocionado
como si en ella quedara
un pedazo de mí.
Ya me voy, linda Lupe,
y me llevo conmigo
un rayito de luz
que me dieron tus ojos,
virgen guadalupana,
la tarde en que te vi.
Golondrina sin nido
era yo en el camino
cuando te conocí,
tú me abriste tu pecho
con amor bien sentido,
yo me anidé en ti.
Y ahora que me alejo
para el deber cumplir
que mi tierra me llama
a vencer o a morir,
no me olvides, Lupita,
acuérdate de mí.
Y ahora que me alejo
para el deber cumplir
que mi tierra me llama
a vencer o morir,
no me olvides, Lupita,
acuérdate de mí.
mexicana bonita,
bondadosa y gentil,
y lo hago emocionado
como si en ella quedara
un pedazo de mí.
Ya me voy, linda Lupe,
y me llevo conmigo
un rayito de luz
que me dieron tus ojos,
virgen guadalupana,
la tarde en que te vi.
Golondrina sin nido
era yo en el camino
cuando te conocí,
tú me abriste tu pecho
con amor bien sentido,
yo me anidé en ti.
Y ahora que me alejo
para el deber cumplir
que mi tierra me llama
a vencer o a morir,
no me olvides, Lupita,
acuérdate de mí.
Y ahora que me alejo
para el deber cumplir
que mi tierra me llama
a vencer o morir,
no me olvides, Lupita,
acuérdate de mí.
La Lupe
sería el arranque del joven Almeida, luego entrañable Comandante de
la Revolución Cubana y compositor de otras piezas reconocidas por su
cubanía. Pero los inicios fueron allí, casi a punto de oler el mar
en busca del yate que lo llevara de regreso a Cuba y a la Sierra
redentora.
Tres
himnos, tres canciones de amor.
Inconscientemente,
pero con todo el fundamento del mundo, cada etapa de lucha
insurreccional cubana que llevó un himno, tuvo su canción de amor.
Como escribiría Ernesto Che Guevara, el verdadero revolucionario
está guiado por grandes sentimientos de amor, y ello se evidencia
en la música que ha acompañado a los guerreros cubanos en cada una
de sus contiendas. Y si bien es cierto que existen otras piezas
dedicadas a momentos importantes de la vida cubana, de la cultura, lo
singular de este caso es que cada uno de los himnos fue escrito por
uno de los protagonistas guerreros, y las canciones de amor igual,
fueron escritas o musicalizadas por luchadores que impregnados de lo
épico, dieron rienda suelta a lo humano de amar y tener que dejar lo
propio en busca del espacio para todos.
En los tres
himnos se convoca
a luchar, se habla de la patria, y aunque en el tercero ya existía
Cuba como nación y no había dominio español, el país no era lo
democrático, soberano ni justo que habían soñado los precursores
de la independencia; se vivía en clima áspero de opresión y en una
república enmendada por los designios
estadounidenses. El contexto de la Marcha
de la Libertad era
diferente, pero con elementos que quedaban pendientes desde la guerra
de independencia del siglo anterior, y de ahí que la generación del
Centenario de Martí se lanzara a conquistarlos, en franca
continuidad histórica. Las canciones de amor, ardiendo a la par que
los himnos en los corazones de los patriotas, reflejan el pesar y la
vez la satisfacción de la lucha por el mayor de los amores de los
hombres: el amor a la patria y a su libertad.
Más que
casual, es una lógica que generaciones demostraron espontáneamente,
por necesidad de cantar y de utilizar la música como vehículo de
sus sentimientos, como muestra de lo cubanísimo y legítimo de sus
batallas. Así quedan, para nuestros hijos, tres grandes guerras por
la libertad, con sus tres himnos y sus tres canciones de amor.
La Historia
es todo: cultura en el tiempo, vida en el tiempo...y música en el
tiempo. Mediante estas seis piezas musicales se pueden recorrer los
tres grandes momentos bélicos de nuestro país por sus libertades, e
identificar sus causas, sus objetivos, sus sentimientos y sus sueños.
En lo
adelante, al tararear La
Bayamesa, sumé
por orden al Himno
de Bayamo, el Himno Invasor, el Mambí, la Marcha del 26 y La Lupe...
como parte de trilogías imprescidiblemente unidas en la música
cubana y en la Historia. Y aunque tengo la certeza de que quienes me
escuchaban no entendían cómo podía cantarle himnos a mi hijo para
dormir o canciones viejas, yo recordaba a mi bisabuela, y a la abuela
de mi bisabuela, y la canción que en arrullos se transmitió con
delicadeza y que llegó hasta mí con el mismo amor con que fue
escrita. Porque así llega también la historia de la nación. Por
eso este acercamiento musical a lo más hondo de los cubanos; por eso
reproducir en este espacio seis piezas que nos definen y nos llaman
cada día a seguir amando y combatiendo por lo cubano que se piensa,
se escribe y se lucha.