Muchas
personas en Cuba tendrán maravillas que contar sobre aquel pasado que les fue
realidad cotidiana, en el que los Trabajos Voluntarios encerraban todo lo
poderoso de su ejemplo; aquel entonces en el que los billetes llevaban su firma
-la del Che-, o algún discurso en la
ONU que abogaba por la revolución que llevarían adelante
nuestros pueblos de América; o más de una lección de humildad.
Pensar al Che,
que se le tiene desde que se nace -por lo menos para los de la generación mía-
es algo muy complicado de tan sencillo: está en todas partes; fuera y dentro de
Cuba.
¿Presencia del
Che? Un cuadro grande en la sala de mi casa, junto a Camilo; lema: ser como él;
trabajos voluntarios, actos, escuchar su carta de despedida en voz de
Fidel; imágenes de la televisión que sueño tener guardadas para mí; fotos,
anécdotas; recuerdos de mi abuelo; comentarios de quien lo conoció; disciplina
y estudio; amor al ser humano y lucha incesante. Él mismo
fue la prueba contundente de que la conciencia y el amor son los ingredientes
esenciales para lo que muchos aún hoy creen una quimera: el hombre nuevo.
Ahora mismo me
viene a la mente el 11 de octubre de 1997.
Había mucha
gente... Eran cerca de las cinco de la tarde y la fila tan larga como el primer
día. El pueblo pasaba por la
Plaza. El quinto Congreso del Partido había puesto nuevos
temas sobre el tapete. Una constante: defender la Revolución a cualquier
precio.
Fui avanzando poco
a poco en la fila. La tarde, gris… como muchas de octubre. La Plaza impresionaba. Entonces
la vi mucho más grande, majestuosa, solemne. Había consternación a pesar del
tiempo…y también por el tiempo. No eran honras fúnebres, sino pase de revista a
las fuerzas de siempre. Carlos Puebla acompañaba... Y yo qué sabía entonces de
lo que era la Plaza. Era más que todo aquello…
Allí respiré por primera vez el olor de lo inmortal, lo que trasciende. En el
aire se perpetuaba un sentimiento, un lapso diferente se vivía… y todo eso se
mezclaba con la sensación de estar detenidos, inmóviles, ante algo
tremendamente elevado. Sitiados y absortos en lo perpetuo de ese instante, no
podíamos más que caminar al ritmo de la fila. Y es que fue también una especie
de viaje a la semilla para todos; de encuentro con la esencia de un futuro que
quizás no conoceremos, pero que se sueña y por el cual se lucha.
Recuerdo que
entonces escribí: “Entramos y ante tan
emocionante acontecimiento, mi tía y yo nos apretamos las manos. Yo iba
entretenida y apurada, pues una mujer nos decía ´Caminen´. Nada más pude ver de
las primeras cajas la de Alberto Fernández. Mi cabeza estaba virada cuando mi
tía me dijo:´Mira´. Al mirar hacia la pequeña caja que guardaba los
restos del Guerrillero Heroico, sin darme cuenta, comencé a llorar como nunca
lo pensé.”
En ese
momento, todo aquello tan lleno de simbolismo, se había vuelto realidad
dolorosa. Estar frente a los restos inmortales del Che, cubiertos por una
bandera cubana, y con unas flores pequeñitas que Fidel y Raúl le habían
colocado en la Guardia
de Honor, no era cosa de otro mundo, sino de este mismo… y este mundo duele,
engrandece, y compromete.
El Che es un
fenómeno entre los hombres por ser
precisamente un verdadero ser humano; por tener una voluntad increíble
para muchos; por ser intransigente y por amar de verdad.
Hoy el Che se
lleva hasta en la piel, y cada vez más con sudor que con tinta.
Después de
aquel día, el Che fue más Ernestito, más Fúser, más Comandante, incluso más San
Ernesto…más todo. Aquí lo tenemos, cerquita.
Para mí, fue
una revelación de lo efímera que es la vida, ese chispazo entre dos tinieblas
del que habló Sartre. Y fue, por tanto, más seguridad en raíces, tronco, ramas
y frutos.
Mi generación
no lo tuvo como aquella de los sesenta, pero lo tiene.
El Che sigue
presente. Lo mismo para los de izquierda que para los de derecha. Su presencia
es muy fuerte. Nadie puede negarlo.
Para mí,
tenerlo es cumplir cada una de las tareas de mi realidad cotidiana: levantarme
de madrugada, escribir noticias, tratar de mejorar mi entorno, jugar con niños, que un libro
esté siempre en mi mochila, romper la inercia y tratar de sacar fuego a las
almas perezosas; estar dispuesta a asumir las consecuencias de cuanto hago o
digo y sobre todo: tener sentido de pertenencia y responsabilidad de cuanto le
suceda a cualquier persona en el mundo.
El pasado que
fue realidad cotidiana se vuelve entonces compromiso.
Pensar al Che,
tenerlo, vivirlo… Siempre es así. Un hombre como el sol, el de las manchas y la
luz; alguien que, sin proponérselo, trascendió y camina todavía por
cordilleras, cumbres, llanos y otros rincones de un mundo al que le urge que se
multiplique.
En Cuba hemos aprendido –gracias a él- que
todos somos también hombres nuevos en potencia porque, aunque los malos tiempos
intenten derribarnos la ternura, apagarnos la sonrisa o endurecer el corazón,
tenemos siempre a nuestro favor la fórmula infalible del triunfo: amar.
“El revolucionario verdadero
está guiado por grandes sentimientos de amor.”
Che