Amanecía solo para los que podían ver profundo, porque los
que solo tenían ojos lisos en la cara ya nada podían divisar. Estos últimos creyeron
que el sueño de la generación se tambaleaba cuando no vieron color en la pared que
creyeron haber pintado de rojo. Pero había que amanecer y volar y ver más allá
para poder tener fuerzas y seguir.
Poliana caminó lo más rápido que pudo, y otra vez no llegó a
tiempo… O sí llegó, pero la sensación de tardanza inundaba su alrededor. Tarde
era para arreglar el viejo reloj de la plaza, que se adelantaba con gran
velocidad como si quisiera vivir un tiempo mejor. Llegar tarde, siempre era
tarde: lo mismo para amar, que para comer, que para protestar, que para llegar
a la escuela, que para arreglar todo lo mal hecho. Y Poliana insistía en que
había tiempo, que tiempo era lo que sobraba, que todo no podía ser de un tirón,
pero pordía ser...
El día que iba a hablar en público sobre el tema, llegó
tarde por el transporte, la gente esperó una hora –como de costumbre- pero se
fue, la seriedad pasó a ser burlada por expresiones de “sabía que sería así”….Y entonces Poliana
decidió colocar en el punto más alto de su ciudad, una bandera y un gigantesco cartel
en blanco.
Todos se acercaron. Unos llegaron más temprano; otros, más
tarde; cada quien a su ritmo y con sus ganas. Los invitó a subir, a llenar el espacio, a formar parte otra vez a unos, a
reactivarse a otros, o a pertenecer para siempre a todos. Cada quien dibujó su
mundo y el resultado final fue un gran collage de realidades que decidieron,
desde ese día, marchar juntas otra vez. Sin importar el tiempo que llevase, sin
importar premuras o demoras. Solo contaba el afán de mejorar y de ser felices.
Y allí estuvo, en el punto más alto de la ciudad, dibujada la vida de todos, ondeando y desafiando al viento.....y viviendo las horas de un tiempo disímil y común...
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