En busca de temas para un posible sobre lo que aprendí de historia de la Iglesia Católica
en Cuba, en siglos fundacionales de la nación, lo cierto es que lo menos que
esperé fue encontrar también la dosis de choteo que acompaña de igual forma a
nuestra identidad. Se devela entonces poco conocido y muy interesante desentrañar
la mística que se vivía en la manigua mambí y cómo siempre lo cubano –desde su
consolidación como cultura- tuvo implícito el choteo para sortear los momentos
difíciles, salvando las vallas de temas políticos, económicos y hasta
religiosos.
Es así que el texto Iglesia y Nación (1868-1898)[1],
nos trae el llamado “Catecismo mambí”, un credo que a decir de Rigoberto
Segreo, es “una parodia del credo católico, elaborado durante la Guerra de los Diez Años” y
que “pone en evidencia la laxitud con que se asumía la religión católica en las
filas insurrectas”.
Creo en Dios padre insurrecto, todo poderoso, creador
del monte Manigua; creo en el Mambí, su único hijo, que fue concebido por obra
y gracia de la Revolución; nació de
Santa América virgen; padeció bajo el poder de Poncio Español; fue crucificado,
muerto y sepultado, al tercer siglo resucitado en la Sabana de Yara; pasó por
Camagüey, subió a Las Villas, y está sentado a la diestra del Capitán General;
desde allí ha de ir a la Habana,
a matar a los vivos y vengar a los muertos; creo en la Cámara de Representantes,
en el Presidente de la
República y en el Ejército Libertador; creo en la Santa Tea
revolucionaria, en la comunión de los Mambises, en la resurrección de Cuba y en
la vida perdurable. Amén.
En la obra de Segreo, se
apunta que este texto es reproducido por Emilio Bacardí en Crónicas de Santiago de Cuba, en 1923, y el propio Bacardí lo ubica
en marzo de 1876, en plena Guerra Grande. Cuando se lee esta parodia del credo
de la Iglesia
católica, se denota además profundidad y conciencia en lo que se ha escrito,
porque el buen humor cubano ha llevado siempre una carga semántica intencional.
Es así que no podríamos
dejar de ver el contenido de este “credo” sin analizar al menos brevemente su
propósito. El uso de vocablos como Mambí, Manigua, Santa Tea en mayúscula,
denota lo sagrado de esos términos para ellos, así como Revolución y la denominación de la Santa América
virgen.
No hay mayor muestra de
arraigo a la tierra, de compromiso, de sentimiento nacional, que leer esos
versos que son una declaración de fe a los tiempos nuevos, a lo necesario del
cambio para los fieles que también existían de este lado del mundo y exigían
ser dueños de su futuro.
Este es un credo
revolucionario por cuanto representa el sentir de los hombres que estaban en la
manigua y que no querían ridiculizar la bondad de Dios, sino luchar por que
ella fuera real en el mundo “prometido”. Quizás no todos allí hayan aprendido
ese Credo, pero el solo hecho de su existencia, de su invocación a la fe
revolucionaria por encima de la pacífica, denota la decisión de una generación
que apostaba todo al futuro, sin excluir la fe -pero sin ataduras a los rigores
de la institución religiosa que representaba al poder colonial-.
También, citado por el
mismo autor, podemos encontrar otro escrito que invoca a Dios desde la
perspectiva de la manigua, en la que se satiriza al español, pero siempre aludiendo a lo religioso. Entonces cabe
preguntarse: ¿estaba la religión católica fuera de la manigua, o simplemente
estaba pero con la mirada de los nuevos tiempos?
“Señor mío,
mambisito, Dios y hombre verdadero, señor y vencedor mío, por ser vos quien
sois, porque os amo y respeto sobre todas las cosas; por ser yo español cobarde y asesino; me pesa de todo corazón
haber robado vuestra hacienda, violado vuestras mujeres y asesinado y matado
vuestros ancianos; y propongo firmemente nunca más seguir mis instintos de
fiera y apartarme de todas las ocasiones que me hagan pecar, prometo cumplir la
penitencia que me fuere impuesta; restituir y satisfacer todo lo que he cogido
contra la voluntad de su dueño; besar y adorar las heridas de vuestras manos
ensangrentadas y de vuestros preciosísimos pies; y os ruego que me dejes
perseveraren el oficio que antes tenía, en la bodega vendiendo tabaco detrás
del mostrador, por todos los siglos de los siglos. Amén.”
La sátira al español, al
que combate a los insurrectos, está clara, pero
está hecha con voz de oración, con palabras de fe y con invocaciones a
lo divino. Por tanto, ni siquiera en medio de lo que pudo haber sido un simple
choteo al adversario, queda fuera el tema religioso en la manigua cubana del
68.
Por eso estudiar lo
cubano, tan peculiar como complejo, permite descubrir la extraña y a veces
rechazada mezcla de catolicismo y choteo en plena carga al machete.
Un tópico
referencial sobre el tema
Aunque se ha escrito
sobre si los cubanos en la manigua estaban contra la religión católica y este
Catecismo pudiera ser enarbolado como prueba de ello –al constituir una burla a
los santos poderes de Dios- lo cierto es que lo rechazado era la institución
como “colega” del poder colonial y no precisamente la fe. Los cubanos, independientemente de que muchos
en los campos no conocieron la liturgia de una misa o lo fastuoso de alguna
catedral, tenían su credo; un credo basado en la esencia de los valores de lo
cristiano y soportado o reflejado en las imágenes de los santos europeos o bien
en los traídos de África -que se mezclaron con los ibéricos-. Pero no se puede afirmar ni negar en lo
absoluto la presencia de lo religioso en la formación de la nación cubana,
aunque la iglesia como institución haya negado con posiciones conservadoras o
reaccionarias los empujes de una revolución.
Y es que en un contexto
donde la mayoría de los sacerdotes provenían de España, no podían menos que
defender su parte: no podía un español defender lo cubano; como no podía una
institución con bienes o intereses ir en contra del poder colonial a menos que
este le perjudicase.
El enfrentamiento estaba
planteado con los representantes de un poder y no con la fe. Cuando se analiza
el contenido del Catecismo Mambí, se percibe la presencia de vocablos que
tienen implícita la rebeldía sin abandonar la creencia, porque el solo hecho de
que exista un credo, sea o no una versión, es señal de que se cree, de que
existe una fe también entre los mambises, aunque marcada por las
circunstancias.
Desde el punto de vista
ético, existía una espiritualidad formada en muchos casos por los principios
del cristianismo, de sus bases. Es así que, a pesar de que algunas miradas no
coloquen a la Iglesia
como parte de la formación de nuestra nacionalidad, lo cierto es que convivió y
también creció a la par de los convulsos tiempos en que se gestó la nación.
“La imagen de un catolicismo
totalmente desvalorizado en el campo insurrecto no parece ser la mejor
aproximación al universo espiritual del mambí, incluso cuando reconozcamos el
carácter liberal y laico de la
República en Armas.”[3] Y
esta afirmación tiene que ver sin dudas con lo antes expuesto, sobre todo
porque es preciso tener en cuenta las condiciones de la Iglesia Católica
como institución al comenzar la
Guerra de los Diez Años.
Para ello hay que
comprender la influencia y la fuerza del pensamiento liberal en Cuba desde
mediados del siglo XIX, lo cual también implicaba un desmontaje del aparato del
poder establecido, y en ello iba incluida la Iglesia. Pero una
cosa es el carácter anticlerical que pudieran tener los insurrectos y la otra
bien distinta lo es el antirreligioso. La Iglesia cubana estaba dominada por un clero de
origen español, cuya incondicionalidad política al poder colonial no admitía
discusión y que estaba incapacitada,
pues, para congeniar intereses con los independentistas.
El cubano cree, siempre
ha creído, pero muy a su manera. Es frecuente escuchar en nuestro país que
“solo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena”, porque aunque siempre han
existido fieles a las misas, los hay que no visitan santuarios, pero acuden a
la fe en circunstancias extremas. Y ello ocurre desde hace mucho tiempo, y
tiene que ver precisamente con el papel jugado por la iglesia católica en el
desarrollo y la consolidación de la nación.
No
podría comprenderse la lógica del comportamiento de la Iglesia en Cuba durante la Guerra de los Diez Años sin
considerar cuánto caló en la institución la política anticlerical del
liberalismo español. La
Iglesia fue muy disminuida como poder económico, hasta el
punto de que el clero y el culto pasaron
a ser sufragados por el erario.
Lo
cierto es que las propias contradicciones surgidas entre la institución y el
régimen, debido a la resistencia al Vicerreal Patronato, impidieron también que
la iglesia se “entregara” de la manera más eficiente para colaborar contra los
independentistas. No obstante, siempre estaba presente su fidelidad a España
por razones obvias de identificación.
Mientras todo esto
sucedía, la manigua crecía como espacio donde lo cubano pujaba por la
redención, y allí crecía también el humor criollo, que era utilizado como
válvula de escape para enfrentar las contingencias de la vida. Así surgían
desde un piropo, un chiste de corte político...cualquier burla de la situación
que les permitiera sobrellevar sus momentos, y fuera de eso no quedaban ni los
mismísimos santos.
La profesora
universitaria Elizabeth Loyda, en un artículo llamado El choteo cubano,
patrimonio vivo de la nación, analizó, a partir del clásico de Jorge Mañach
Indagación al choteo, este signo como
parte de la identidad cubana que devino capacidad de respuesta determinadas
circunstancias. De esa manera, se presenta al choteo en la psicología social del
cubano, como vía de expresión de juicios de valor, y se denota sus
potencialidades para romper tensiones. Sin embargo, es válido retomar el
señalamiento que realiza Loyda, cuando destaca que el choteo cubano es también
el resultado de una herencia étnica hispana, -sobre todo del sur de Andalucía-
y de culturas africanas como la bantú y yoruba.
Marcelo Pogolotti, en su obra La República de Cuba al través
de sus escritores, ofrece aspectos de nuestra idiosincrasia, y pone
como ejemplo la obra de Jorge Mañach sobre el choteo. periodista Jorge Mañach,
y expone:
“El
choteo, empieza diciendo, cosa familiar menuda y festiva, es una forma de
relación que consideramos típicamente cubana… fenómeno psicosocial tan
lamentado… Luego se refiere a la definición del hombre de la calle, no tomar nada en serio, para
fundamentar su opinión en lo tocante al carácter frívolo del choteo. Añade que
es cosa habitual y sistemática en el cubano que revela una postura de constante
oposicionismo, encaminada a crear ambientes de libertinaje frente a la
autoridad.”
Nótese entonces cómo se
concibe siempre al choteo como manera de enfrentar la autoridad, y no podía
entonces, al ser parte de nuestra identidad, quedarse al margen de una
contienda como la Guerra
de Independencia.
“En
todos sus aspectos, el choteo es, como se ve, enemigo de cuanto proponga una
limitación a la expansión individual. Otra cosa ocurre cuando la limitación, en
vez de proponerse, se impone. Entonces, el espíritu de independencia que
siempre hierve al fondo del choteo tiene dos vías de escape: o la rebeldía
franca, o la adulación. Ambas son maneras de reivindicar mayor albedrío del que
se tiene.”
En la formación y
consolidación de la nación cubana, como ya se conoce, hay mezcla de etnias con
sus costumbres y religiones, y si bien existe en determinados aspectos la
dominante de unas sobre otras, lo cierto es que hasta en el modo de enfrentar
situaciones está implícito un legado foráneo que crece con el sello de los que
asumieron la nueva manera de ver a Cuba.
“La
formación del criollo, del cubano, es la de una nueva sociedad, de su economía
propia, colonial, pero al mismo tiempo diferenciada y la de, en consecuencia,
una sicología, un modo de ver la vida y priorizar urgencias que lentamente la
va separando de España en un inicio. La presencia creciente de esclavos negros,
luego de sus hijos, y el proceso de dramática y de forzada fusión que se operó
en los barracones de esclavos de fincas y centrales azucareros entre diversas
tradiciones y culturas africanas, y de éstas con la impuesta por los
esclavistas –desde formas de producción hasta religión y lenguaje–, hicieron de
las plantaciones un doble crisol que comienza a configurar el mestizaje que,
con el transcurrir del tiempo (y de los siglos), caracterizaría a nuestra
cultura nacional.”[7]
El
nacimiento de generaciones alejadas la España a miles de kilómetros, con la complejidad
de las comunicaciones de su tiempo, así como las diferentes características del
modo de vida en ambos espacios, propició el surgimiento de ideas para
solucionar los problemas de Cuba con determinadas particularidades. La
diferencia estaba marcada, y ya no solo era el espacio, sino el tiempo que el
atentaba contra la inmunidad de la cultura ibérica en la Mayor de las Antillas. Llega
a emerger así lo “cubano”, tan defendido por José Antonio Saco, quien dedicó
buenas parte de su vida a defender lo que sabía era único por cuanto
irrepetiblemente característico de la
Isla, y que había que conocer y salvaguardar. Así, la conciencia criolla fue luego conciencia
cubana, independentista, abolicionista...
Así
se va planteando todo un panorama y, a medida que aumentaban las tensiones en
la sociedad colonial, las relaciones entre el Vicerreal Patronato y la Iglesia fueron concebidas
desde un prisma político, pues la prioridad de los colonialistas era convertir
al clero en su agente ideológico frente a los cubanos “desafectos”.
Todos estos elementos,
que se unen teóricamente y conforman
también lo cubano (dígase choteo y catolicismo en este caso), marcaban
una actitud ante la Iglesia
como institución, pero demuestran que a pesar del choteo no se combatía la fe,
porque “creer” también era parte de lo cubano.
No se puede poner en
duda es la presencia de religiosidad, específicamente del catolicismo en los
mambises de la Guerra
de los Diez Años, y ello se demuestra de muchas maneras, pero particularmente
con el caso de la Virgen
de la Caridad
del Cobre, la Patrona
de Cuba.
La Caridad y el respeto a la fe, más allá del choteo...
Según expone el Decreto de la Sagrada Congregación
de Ritos que declara a la
Virgen de la
Caridad del Cobre como Patrona de Cuba (10 de mayo de 1919):
(…) Desde tiempo remoto, en este propio lugar, la Bienaventurada Virgen
de la Caridad
ha sido objeto de tan gran veneración para los católicos de Cuba que no dudaron
elegirla su Celestial patrona, confiando en que la sede Apostólica confirmaría
la elección. Y así, de acuerdo con los Reverendísimos Cabildos y Clero, los
Prelados de todo el territorio cubano, como también los Superiores de las
Órdenes Religiosas que en dicho territorio se encuentran establecidas, el pueblo fiel y PRINCIPALMENTE
LOS JEFES, VETRANOS Y SOLDADOS DEL VALEROSO EJÉRCITO DE CUBA, suplicaron a
nuestro Santísimo padre Benedicto XV se dignara declarar a la Bienaventurada Madre
de Dios de la Caridad,
llamada “del Cobre”, Patrona PRINCIPAL DE LA República de Cuba;
pidieron también que su fiesta principal se celebrase el día 8 de septiembre,
con el oficio y la misa de Natividad de la Bienaventurada Virgen
María, en todas las Diócesis de la
Isla (...)”
Aunque 1916 sea la fecha cuando se firma este documento, él
mismo es el resultado de todo un proceso de fundación de culturas y de
posiciones ante lo divino y real-maravilloso de nuestro continente. Así vemos
como en el mismo se alude a los principales jefes de la Guerra -incluida la del 95-
que reconocían en la Virgen
a su protectora, manera esta de reconocer lo católico aunque hubiese posiciones
encontradas con la Iglesia
como institución.
Llamada por algunos como Virgen Mambisa, lo cierto es que
para los conquistadores era la Virgen Trigueña a la que en más de una
oportunidad se encomendaron, con lo cual podría cuestionarse entonces esa
denominación. Su presencia en las plegarias de ambas partes contendientes fue
un hecho, aunque también hay que resaltar que los españoles tenían en su imagen
de María a la Virgen
de la Covadonga
como protectora. No obstante, la leyenda cubanísima de los montes identificó a
la del Cobre cada vez más con los insurrectos, que la aseguraban compañera de
frío y heridas, y otros aseguraban verla regresar a su santuario llena del
fango de la manigua, en franco reconocimiento sus andanzas por el campo mambí.
No por gusto es hermoso saber que Carlos Manuel de Céspedes,
iniciador entrañable, la llevaba consigo; Antonio Maceo la llevaba en su
invasión; y para tantos otros que la vieron pelear y aparecerse con ellos en pleno monte, o en plana carga al machete.
No se puede negar entonces lo católico de aquella generación
que aunque fuera libertaria -y anticlerical en muchos de sus momentos-, no dejó
de creer en sus santos redentores, no dejó de encargarles a ellos su vida y las
de los suyos, en plena práctica de fe.
Es así que el choteo y lo religioso estaban presentes en la
manigua. Allí, donde reventaba lo cubano por coronarse, estaban ambos aportando
muy a su manera, lo identitario de una gesta que por ser fundacional, consolidó
la cubanía sin desechar ninguno de sus matices.
Los mambises, en la Guerra Grande, pelearon -con machete-, creyeron
-con su Patrona o sus otros santos- y rieron -del enemigo y hasta de sus
propios problemas-. Fueron, así, portadores y defensores no solo de una
independencia formal, sino de lo profundo que todo proceso revolucionario
contiene que, en este caso, fue también lo cubano.
BIBLIOGRAFÍA
CONSULTADA