No
puedo cerrar estas líneas sin escribirle desde mí, desde la frustración de mi
lírica por exaltar la suya. Creo que se
ha dicho bastante sobre la ciencia de su palabra, sobre su arte inigualable
para hacer que la música tenga acomodo en sus pensamientos y nazca a la vez que
los versos….
No
puedo hacerle responsable de mis limitaciones, ni de mis malas decisiones, ni
de mis desencuentros o poca fortuna…Pero puedo tenerle siempre que lo necesito,
y puedo revivirlo y escucharle el consejo preciso de lo tremendo que es estar
vivo, de las maneras curiosas que tiene una para recordar, o simplemente de que
soy yo quien elige la tela de mi cuna. Ni siquiera me sé todos sus versos… pero
lo sé a él y con ello es suficiente. Y esa es una sensación acompañada, y que
me enorgullezco de compartir con personas diversas: desde aquella limpia pisos que hallé escapada del
trabajo para asomarse por las ventanas del baño y escuchar mejor “las canciones
de Silvio en el acto”; o del cronista fanfarronamente seductor que cree que
todo el mundo le circunda y luego te cierra los ojos escuchándolo(me) en medio
de un recinto que pone a prueba las pasiones.
Es
capaz de penetrarnos y dejarnos, testamento mediante, una lista enorme de sueños
incumplidos; como para que uno sepa que incluso él tiene espacio en lo
cotidiano de un país que se revuelve en sí mismo para avanzar y salvarse.
Tiene
que serlo: tiene que ser el culpable. Silvio es el culpable de muchas almas y
demasiadas ternuras.
Impúdico
y sangriento... divino y alado.
Con
él a cuestas me he ganado el título de “roja” irremediable, de trovadora sin
sitio, de cantante de camas ocultas. Con Silvio es imposible no soñar en
poesía, aunque una misma ni sepa cómo escribirla. Ese es su mérito: untarnos de
lirismo y caminar por donde queramos con la certeza de que vale la pena todo
con amor. Cuba, mi vida, están imprescindiblemente ligados a él porque él ha
sido todo con su verso.
Con
Silvio, la guitarra es un símbolo del Pre, del joven cargado de cultura, del
conquistador de corazones adolescentes, del “adelantado” o rebelde que va
desafiando padres celosos… Pero también la guitarra devino con él arma de un
tiempo, de una generación que pulsó los acordes precisos de pasión y de lucha, y
que sigue convocando en cualquier sitio de Cuba y de América Latina.
Silvio
es maestro de apegos, como solo puede serlo un poeta. Y ¿qué otra cosa es la
poesía sino esa mirada a la vida desde las palabras hermosas, desde el cosmos
donde habitan las esencias del ser humano?
Pude
haberle conocido en otro momento: haber nacido antes y haber estado con él en
cada noche de escalinatas universitarias; pude haber sido su amiga su hubiese
librado a su hija de un enamorado loco; o ser presa de su mal genio o cómplice de
su tozudez. De Silvio pude haber sido hasta hermana, pero nunca rival…. ¿quién
le puede a su poesía? ¿Quién le niega el compromiso y la virtud?
Una
poesía que nos hace soñar y vivir a la vez, como si ambas cosas no pudieran
–por nada de este mundo- marchar lejanas.
Afecta
y define.
Con
Silvio, definitivamente, me inundo.
Con
Silvio canto en una multitud política o estudiantil; y también canto, en lo más
íntimo, con los ojos cerrados y acostada sobre el brazo de la persona que hallé
por única vez en la vida.
(PD: esto es lo que quedó de un intento de trabajo sobre poesía, en el que mi profe, López Lemus, insistió en ver al poeta Silvio...)
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