El 11 de mayo de 1873 cayó en combate Ignacio Agramonte, un héroe de los más hermosos de la historia de Cuba.
Por eso hoy comparto un fragmento del libro de anécdotas de José Martí, "Entre espinas, flores", de Carlos Manuel Marchante, de lectura necesaria por los hermosos y aleccionadores pasajes de la vida del Maestro. Este tiene que ver con Agramonte, a quien Martí admiró profundamente.
(...) colocado sobre un caballo, los saltos de su cuerpo inerte sobre la bestia, producido por las irregularidades del sendero, le habían partido la espina dorsal, mientras su rostro y manos casi rozaban los caminos, hasta depositarlo en la morgue del hospital San Juan de Dios.
El vicario Manuel Martínez y el padre José Olallo Valdés, hermano de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios, auxiliados por un empleado del hospital Esteban Castillo, desafiando el odio que se manifestaba por la soldadesca y la oficialidad española, se aprestaron a lavar el rosto ensagrentado y polvoriento del Mayor, descubrieron la herida de bala en la sien izquierda, que le había ocasionado la muerte y facilitaron su posterior identificación.
Castillo, una vez terminada la labor, cortó algunas guedejas de su cabello, las cuales escondió y posteriormente entregó a Ángela del Castillo, para que esta se las entregara a Filomena Loynaz, madre del Mayor, que residía en Nueva York; otra para la viuda del héroe, Amalia Simoni, que se encontraba en México; y una tercera para que ella la conservara de recuerdo.
En una de las conversaciones que Martí sostenía a menudo con Ángela en Nueva York, ella le relató este pasaje de la guerra, lo que ocasionó que Martí como un resorte se pudiera de pie, y con el rostro desfigurado y en un tono suave y emocionado, exclamara:
-Pero Ángela, ¿cómo usted no me había contado eso antes?
-Espere un momento-contestó la patriota.
Acto seguido se retiró a su cuarto y minutos después regresó con un pequeño estuche que contenía un pomito con tierra de Jimaguayú y los cabellos, los puso en las manos finas y suaves de Martí, quien apretando con sus manos el pomito con la tierra bañada con la sangre del Mayor, exclamó:
-Siento en mi corazón sus pisadas sobre esta tierra. Siento el calor de su persona, siento el peso de su cuerpo caer en ella, veo su espíritu elevarse, oigo su voz que me dice: "¡Proseguid. Yo os he dado el ejemplo!"
Martí, besando aquellas hebras del héroe que Ángela había colocado en sus manos, con sus ojos fijos en ellas repitió:
-Su pensamiento está aquí y juro que seré su continuador hasta vencer o morir.
Su hija, la joven Cocola Fernández del Castillo, relató años más tarde, que asombrada contemplaba algo distante la emotiva escena protagonizada por su madre y el Apóstol, pero al acercarse pudo observar que los ojos del Maestro estaban llenos de lágrimas.
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