viernes, 23 de marzo de 2012

Juanito


 Santiago de Cuba, madrugada del 26 de julio de 1953.

“¿Qué estará pensando mamá? Seguro se preocupa porque no he llamado. Lástima que quizás mi traje blanco no vuelva a usarlo, ni la corbata roja. O quizás sí. Santiago debe ser una ciudad  muy linda, pero no ha habido tiempo para recorrerla. Ahora de madrugada solo quedan vestigios de los carnavales. Cuando todo cambie, voy a ser alguien grande y mamá estará orgullosa de mí. Daría cualquier cosa por comer perejil en estos momentos, o un buen plato de papas fritas. Bueno, quizás no regrese. ¿Cómo se enterarán? Pase lo que pase, Batista se tendrá que ir del poder. La tensión es grande. Aunque hayamos hecho prácticas de tiro, por lo menos yo no he estado en un combate de verdad. ¡Las veces que le regresé a la vieja con la ropa enfangada de las prácticas de tiro, y le tuve que decir que estaba en una comelata en el campo! Hay que ver cómo duele callar estas cosas que estamos haciendo… Yo creo que estamos llegando al lugar. Tengo ganas de ver a mi novia…”

La Habana, 8 de enero de 1959

Anita y Zenaida corren entre la multitud eufórica que quiere recibir a los barbudos. Como tantos otros cubanos, esperaban ver en la caravana a un ser querido. Que era mejor no decir nada del hermano, por si estaba vivo. Que aunque lo hayan dado como muerto en el asalto al Moncada, quizás había sido un error y Juanito regresaba de la Sierra. Entre empujones lograron colocarse bien alante…. Allí están, ya vienen algunos camiones. La avenida Dolores, de Lawton, recibía a los rebeldes. Inquietas, emocionadas, llorosas y risueñas, buscaban a su hermano entre los guerrilleros. Pero no aparecía Juanito por ninguna parte. Claro, que también era difícil entre tantas barbas y melenas. Pero, de pronto, un trigueño de pelo rizo, vestido de verde olivo, le tiró desde uno de los carros una gorra a Anita.
-¡Ese es él, ese es él…! ¡Ese fue mi hermano! ¡Juanito, Juanito…!
Pero el camión ya iba lejos, y aunque Anita corrió tras él, no pudo darle alcance. La esperanza de ver vivo a su hermano se apoderó de ella y de la familia, cuando llegó a la casa y contó lo sucedido. Desde entonces, esperaron verlo regresar con su acostumbrada alegría…

La Habana, julio de 2007

Zenaida abre los ojos. Los ha tenido cerrados por un momento, para ver mejor en el recuerdo. Le parece que fue ayer, pero han pasado 54 años desde la última vez que vio a su hermano. Zenaida ahora tiene el pelo blanquito en canas y los ojos se le pierden entre los pliegues de cada sonrisa. Aunque haya pasado mucho tiempo y algunas memorias se le escapen, habla sobre Juan Domínguez Díaz.

“Fue un hijo muy bueno, muy bueno…muy cariñoso con todos nosotros. Nació el 8 de marzo de 1931, en el central Merceditas, en Cabañas. Quería mucho a mi madre Marcelina y la ayudaba en cuanto podía… Siempre, para animarla, él le decía que iba a llegar a ser algo importante… y mira… Lo cierto es que él tenía un carácter muy alegre; era inteligente, pero no pudo estudiar mucho. Comenzó la escuela en Cabañas, donde había nacido y, cuando nos mudamos para La Habana, estudió en la escuela 96 de La Víbora. No recuerdo exactamente cuándo él tuvo que dejar las clases, pero sé que fue pronto. Tenía que ayudar a mi madre -que se había separado de mi papá, Eufemio- y éramos cinco hermanos en este orden: Anita, Zenaida -yo-, Juanita, él y Luisito. Trabajó entonces como mensajero de farmacia y luego es que pasa a ser obrero del mimbre. Simpatizaba mucho con Chibás, por lo cual perteneció al Partido Ortodoxo.”

La discreción fue imprescindible para pertenecer al movimiento revolucionario que planeaba cambiar el estado de la nación. Ni siquiera las personas más allegadas a los involucrados supieron de los preparativos para el intento. La familia de Juan Domínguez nunca sospechó que él estuviese implicado en actividades revolucionarias.

“Cuando iba a alguna práctica, siempre lo hacía bien vestido, y decía que iba con unas amistades a comer en el campo. Nosotros le decíamos que por qué él regresaba tan sucio y entonces decía que era porque estaba en una fiesta en el campo, y resulta que estaba en las prácticas de tiro. Nosotros nunca nos dimos cuenta de nada, porque cuando él se fue para el Moncada, iba vestido de blanco… con un traje blanco se fue elegante-elegante. Decía que iba para los carnavales de Santiago.

Al faltar a la casa, nos empezamos a preocupar. Entonces de su trabajo vinieron a ver si sabíamos de él, pero nosotros estábamos desinformados también. Y luego fue que empezaron a decir los nombres de todos los que se habían ido de Lawton para el Moncada, y empezamos a sospechar… Estuvimos en esa incertidumbre hasta que supimos que había muerto. Como a los diez o veinte días vinieron personas a la casa para ofrecerle ayuda a mi mamá y ella dijo que no, que no quería ayuda, que lo que quería era ver a su hijo.”

Una pausa hace Zenaida para tragar el nudo que no la deja continuar. A su alrededor solo hay paredes blancas, algún que otro cuadro en ellas, y unas butacas que la acomodan para conversar. Su vista lo recorre todo bien despacio, como buscando fuerzas para no cortar los hilos del momento. Atraviesa las paredes con su pensamiento más que con sus ojos, hasta que por fin logra controlarse. Juanito fue de los que tomaron el Hospital Civil Saturnino Lora, lugar donde más asaltantes fueron apresados.

“Supimos todo gracias a un muchacho que vino y que lo vio a él en el Moncada, y dijo que lo único que tenía una herida en la cara. Quizás por eso mi mamá siempre conservó la esperanza de que regresara. Cuando ella perdió esa esperanza, fue cuando bajaron los barbudos. Al pasar los guerrilleros por aquí por Dolores y no ver a mi hermano, fue cuando ella no quiso esperar más. Cuando algunos camiones de la caravana pasaron por el frente de la casa, y un muchacho le tiró la gorra a Anita, ella decía que ese era Juanito. Y aunque una siempre duda, nos entusiasmamos con pensar que quizás Ana tenía razón. Lo triste es que eso nos esperanzó, y estuvimos esperando mucho tiempo, hasta que nos dimos cuenta de que aquel joven no fue Juan.”

El nudo que se deshizo en su garganta comenzó a salírsele por los ojos… Y también sonríe, porque sabe que este 26 de julio es otra fecha cargada de recuerdos y de nuevas razones para amar, crear y luchar; esas mismas razones por las cuales una generación sobrepasó los muros del Moncada y alumbró sus sueños.