martes, 7 de octubre de 2014

El Che



Muchas personas en Cuba tendrán maravillas que contar sobre aquel pasado que les fue realidad cotidiana, en el que los Trabajos Voluntarios encerraban todo lo poderoso de su ejemplo; aquel entonces en el que los billetes llevaban su firma -la del Che-, o algún discurso en la ONU que abogaba por la revolución que llevarían adelante nuestros pueblos de América; o más de una lección de humildad.
Pensar al Che, que se le tiene desde que se nace -por lo menos para los de la generación mía- es algo muy complicado de tan sencillo: está en todas partes; fuera y dentro de Cuba.
¿Presencia del Che? Un cuadro grande en la sala de mi casa, junto a Camilo; lema: ser como él; trabajos voluntarios, actos, escuchar su carta de despedida en voz de Fidel; imágenes de la televisión que sueño tener guardadas para mí; fotos, anécdotas; recuerdos de mi abuelo; comentarios de quien lo conoció; disciplina y estudio; amor al ser humano y lucha incesante. Él mismo fue la prueba contundente de que la conciencia y el amor son los ingredientes esenciales para lo que muchos aún hoy creen una quimera: el hombre nuevo.
Ahora mismo me viene a la mente el 11 de octubre de 1997.
Había mucha gente... Eran cerca de las cinco de la tarde y la fila tan larga como el primer día. El pueblo pasaba por la Plaza. El quinto Congreso del Partido había puesto nuevos temas sobre el tapete. Una constante: defender la Revolución a cualquier precio.
Fui avanzando poco a poco en la fila. La tarde, gris… como muchas de octubre. La Plaza impresionaba. Entonces la vi mucho más grande, majestuosa, solemne. Había consternación a pesar del tiempo…y también por el tiempo. No eran honras fúnebres, sino pase de revista a las fuerzas de siempre. Carlos Puebla acompañaba... Y yo qué sabía entonces de lo que era la Plaza.  Era más que todo aquello… Allí respiré por primera vez el olor de lo inmortal, lo que trasciende. En el aire se perpetuaba un sentimiento, un lapso diferente se vivía… y todo eso se mezclaba con la sensación de estar detenidos, inmóviles, ante algo tremendamente elevado. Sitiados y absortos en lo perpetuo de ese instante, no podíamos más que caminar al ritmo de la fila. Y es que fue también una especie de viaje a la semilla para todos; de encuentro con la esencia de un futuro que quizás no conoceremos, pero que se sueña y por el cual se lucha. 
Recuerdo que entonces escribí: “Entramos y ante tan emocionante acontecimiento, mi tía y yo nos apretamos las manos. Yo iba entretenida y apurada, pues una mujer nos decía ´Caminen´. Nada más pude ver de las primeras cajas la de Alberto Fernández. Mi cabeza estaba virada cuando mi tía me dijo:´Mira´. Al mirar hacia la pequeña caja que guardaba los restos del Guerrillero Heroico, sin darme cuenta, comencé a llorar como nunca lo pensé.”
En ese momento, todo aquello tan lleno de simbolismo, se había vuelto realidad dolorosa. Estar frente a los restos inmortales del Che, cubiertos por una bandera cubana, y con unas flores pequeñitas que Fidel y Raúl le habían colocado en la Guardia de Honor, no era cosa de otro mundo, sino de este mismo… y este mundo duele, engrandece, y compromete.
El Che es un fenómeno entre los hombres por ser  precisamente un verdadero ser humano; por tener una voluntad increíble para muchos; por ser intransigente y por amar de verdad.
Hoy el Che se lleva hasta en la piel, y cada vez más con sudor que con tinta.
Después de aquel día, el Che fue más Ernestito, más Fúser, más Comandante, incluso más San Ernesto…más todo. Aquí lo tenemos, cerquita.
Para mí, fue una revelación de lo efímera que es la vida, ese chispazo entre dos tinieblas del que habló Sartre. Y fue, por tanto, más seguridad en raíces, tronco, ramas y frutos.
Mi generación no lo tuvo como aquella de los sesenta, pero lo tiene.
El Che sigue presente. Lo mismo para los de izquierda que para los de derecha. Su presencia es muy fuerte. Nadie puede negarlo.
Para mí, tenerlo es cumplir cada una de las tareas de mi realidad cotidiana: levantarme de madrugada, escribir noticias, tratar de mejorar mi entorno, jugar con niños, que un libro esté siempre en mi mochila, romper la inercia y tratar de sacar fuego a las almas perezosas; estar dispuesta a asumir las consecuencias de cuanto hago o digo y sobre todo: tener sentido de pertenencia y responsabilidad de cuanto le suceda a cualquier persona en el mundo.
El pasado que fue realidad cotidiana se vuelve entonces compromiso.
Pensar al Che, tenerlo, vivirlo… Siempre es así. Un hombre como el sol, el de las manchas y la luz; alguien que, sin proponérselo, trascendió y camina todavía por cordilleras, cumbres, llanos y otros rincones de un mundo al que le urge que se multiplique.
 En Cuba hemos aprendido –gracias a él- que todos somos también hombres nuevos en potencia porque, aunque los malos tiempos intenten derribarnos la ternura, apagarnos la sonrisa o endurecer el corazón, tenemos siempre a nuestro favor la fórmula infalible del triunfo: amar.

“El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor.”
Che