miércoles, 2 de noviembre de 2011

Abel


Quiero comenzar este blog recordando a un joven especial, que fue alma de una generación, y esa es virtud de pocos. Hace poco cumplió 84 años, y todavía sigue despertando la ternura de quienes decidimos compartir nuestro amor aquí, en Cuba.
Ahora parece que acaba de llegar de la escuelita donde no lo aceptaron porque no había espacio. Cuentan que tiró su libreta y se puso triste y bravo porque quería estudiar. Y fue tanto el sentimiento, que doña Joaquina tuvo que llevarlo nuevamente a aquel centro escolar, donde finalmente lo admitieron, porque él estaba dispuesto a recibir las clases hasta sentado sobre una caja de latas de leche condensada.
 Que si su temperamento era a veces calmado, o a veces rebelde; que si reunió a la tropa inicial de los que luego fueron al Moncada. Que si sus ojos, como dijera El Indio Naborí, eran “ojos de ensueño”. Que si fue en el grupo del hospital Saturnino Lora porque Fidel quería cuidarlo, porque era el alma del movimiento. Que si el azar le trajo la muerte por salvar otras vidas. Que si tuvo más valor que todos sus verdugos juntos. Que si aún hoy duele que no esté.
 Muchas son las razones…
Aquella fue una época donde la libertad era burlada; y mientras, el amor se hacía master en perseverancia. Frustración y anhelo iban juntos, cuando debieron primar soberanía y confianza en el futuro. Por eso en Martí estaba en el camino. Y en ese camino coincidieron otros que también querían luchar por la unidad de intereses, tradiciones y sentimientos que es la patria.
Comenzó entonces con más fuerza el empeño por cuajar quimeras, y prevaleció el carácter sobre el sudor del riesgo… Una generación casi completa volvió a entonar himnos, a escribir poemas y a cargar las armas por la libertad. José Martí escribió: “La vejez, gusta de contar la historia, la niñez de escucharla y la juventud,  de hacerla.” 
En 25 y O todavía corren aires de fundación, pues en ese apartamento debatieron largas horas los integrantes de la vanguardia revolucionaria. Allí se imprimieron varias veces Son los Mismos y El Acusador, y bajo el seudónimo de El Bichote, Abel publicó en la sección Puntillitas. Pero cuando hubo que concentrar los esfuerzos en empeños mayores, aquel joven de 25 años se lanzó –junto a otros- a una acción que algunos catalogaron de “gran locura”: el asalto al Cuartel Moncada.
Luego de los sucesos en 1953, desde la prisión de Guanajay, Haydée escribió a sus padres: “Abel fue, es y será ese hijo que no envejece, siempre seguirá con su cara tan linda, siempre seguirá para ustedes, para todos nosotros con su fuerza, con su infinita ternura, será quien nos haga ser de verdad buenos, será siempre el guía, y para ustedes, será el hijo más cercano.”
El 27 de noviembre de 1955, Armando Hart colocó junto a Haydée un retrato de Abel en el Instituto de Segunda Enseñanza de Camagüey, en un acto que recordaba a los ocho estudiantes de medicina. Hart expresó entonces sobre los asaltantes al Moncada: Locos, y han escrito en el único lenguaje que entienden los llamados cuerdos, en el lenguaje de los hechos, que Revolución es algo más que cambio de mando, que Revolución es transformación radical de nuestras condiciones de vida. Locos, y hoy miles y miles de jóvenes miran hacia el 26 de Julio, porque el 26 de Julio ha escrito la tesis de la nueva generación revolucionaria, que hoy por hoy, es la única fuerza que enfrenta a la dictadura.”[1]
Y claro que los miles y miles de jóvenes se multiplicaron. Hoy el Moncada sigue siendo la tesis de la Revolución, que tan bien ha pasado las pruebas del tiempo. Ahora lo imagino justamente como Silvio lo describe en su Canción del elegido: entre humo y metralla, contento y desnudo.” No puedo borrar de mi mente el rostro de Pedro Trigo, moncadista y luchador de los inicios, cuando me dijo: “Esta Revolución ha tenido hombres grandes… Imagínate: Fidel, Almeida, Raúl……..pero Abel………..Abel….” Y su voz mencionaba el nombre bíblico entre lágrimas. Abel fue y es alma...y esa es virtud de pocos.
 A pesar de que intentaron que no viera más la luz, Abel mantuvo su mirada limpia. A pesar de la tortura y lo inerte del cuerpo a fines de julio de 1953, él seguía siendo el alma de aquel movimiento. Por eso estuvo aunque la materia lo niegue.  Fue alma en los cuerpos de sus compañeros en el presidio de Isla de Pinos, y por eso la Academia Ideológica que preparó a los futuros guerrilleros llevó su nombre; vino escoltando la osadía del Granma y fue hasta la Sierra, a ser selva protectora; y hoy está en cualquier parte de Cuba.
 Sí, claro que todavía sus ojos miran. Claro que todavía pueden ser, aunque algunos creyeron cegarlos. Hay mensajes de vida que los cobardes nunca llegan a comprender; y uno de ellos lo escribió Perucho Figueredo, el 20 de octubre de 1868: “Morir por la Patria es vivir”.Y Abel, que nació el 20 de octubre de 1927, exactamente 59 años después de que se escribiera el Himno de Bayamo, dio luz a sus versos: murió por Cuba, y por eso siempre nos acompaña.


[1] Tomado de: Armando Hart: El Moncada 50 años después, publicado en Rebelión.

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