Le debía este escrito como tantos otros y
como a tantos otros. Verle dejar el béisbol activo allí, donde mismo lo
conocimos, me llevó a recordar jugadas, momentos de mucha emoción entre
campeonatos, entrenamientos y entrega… Eduardo Paret Pérez no jugará más pelota
en nuestras Series Nacionales pero el mejor regalo que le pudimos dar fue el
adiós tan aplaudido, porque así se despide a los grandes que crecieron ante
nuestros ojos precisamente por ser humildes, talentosos y buenos.
Su mirada lo decía todo, no sabía qué
hacer con tantos elogios a los que nunca se acostumbró, y solo atinaba a
saludar conteniendo el llanto…porque por dentro estaba llorando aquel jovencito
que debutó con un Villa Clara campeón y al que siempre le dio lo mejor…igual
que al equipo Cuba, aun en los momentos más difíciles en los que no se le creyó
y lo apartaron de su pasión. Pero volvió y demostró como lo hacen los hombres
verdaderos, y fue así que creció más…y se hizo capitán del Cuba, torpedero
regular, y le fue fiel a sus seguidores, a su equipo y a él mismo.
Paret –así a secas-es uno de los de esa
estirpe de peloteros completos, porque eran buenos dentro y fuera del terreno,
amantes de su familia... Aprecio su grandeza al interrumpir las que fueron sus dos últimas temporadas
activas, por lograr tener sus niñas. Y por eso estaban con él el día de su
retiro, junto a Eduardito, su hijo mayor. Esa fue una muestra rotunda de amor;
sacrificó lo que algunos no sacrificarían: la fama, los aplausos, más
éxito en su carrera ya exitosa, por lograr la felicidad en su vida más íntima.
No creo que haya mayor muestra de amor que esa.
El Villa Clara no será igual sin él… pero
con certeza esa seguirá siendo tierra de grandes como él –y no solo en
gigantografías-, porque de la ciudad del Che no es extraño que nazcan hombres
así de lindos, intrépidos, agradecidos, y anaranjados furibundos hasta el final
del noveno inning.
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