miércoles, 12 de marzo de 2014

Crónica ¿post-borrachera...?




No puedo cerrar estas líneas sin escribirle desde mí, desde la frustración de mi lírica por  exaltar la suya. Creo que se ha dicho bastante sobre la ciencia de su palabra, sobre su arte inigualable para hacer que la música tenga acomodo en sus pensamientos y nazca a la vez que los versos….
No puedo hacerle responsable de mis limitaciones, ni de mis malas decisiones, ni de mis desencuentros o poca fortuna…Pero puedo tenerle siempre que lo necesito, y puedo revivirlo y escucharle el consejo preciso de lo tremendo que es estar vivo, de las maneras curiosas que tiene una para recordar, o simplemente de que soy yo quien elige la tela de mi cuna. Ni siquiera me sé todos sus versos… pero lo sé a él y con ello es suficiente. Y esa es una sensación acompañada, y que me enorgullezco de compartir con personas diversas: desde aquella limpia pisos que hallé escapada del trabajo para asomarse por las ventanas del baño y escuchar mejor “las canciones de Silvio en el acto”; o del cronista fanfarronamente seductor que cree que todo el mundo le circunda y luego te cierra los ojos escuchándolo(me) en medio de un recinto que pone a prueba las pasiones.
Es capaz de penetrarnos y dejarnos, testamento mediante, una lista enorme de sueños incumplidos; como para que uno sepa que incluso él tiene espacio en lo cotidiano de un país que se revuelve en sí mismo para avanzar y salvarse.
Tiene que serlo: tiene que ser el culpable. Silvio es el culpable de muchas almas y demasiadas ternuras.
Impúdico y sangriento... divino y alado.
Con él a cuestas me he ganado el título de “roja” irremediable, de trovadora sin sitio, de cantante de camas ocultas. Con Silvio es imposible no soñar en poesía, aunque una misma ni sepa cómo escribirla. Ese es su mérito: untarnos de lirismo y caminar por donde queramos con la certeza de que vale la pena todo con amor. Cuba, mi vida, están imprescindiblemente ligados a él porque él ha sido todo con su verso.
Con Silvio, la guitarra es un símbolo del Pre, del joven cargado de cultura, del conquistador de corazones adolescentes, del “adelantado” o rebelde que va desafiando padres celosos… Pero también la guitarra devino con él arma de un tiempo, de una generación que pulsó los acordes precisos de pasión y de lucha, y que sigue convocando en cualquier sitio de Cuba y de América Latina.
Silvio es maestro de apegos, como solo puede serlo un poeta. Y ¿qué otra cosa es la poesía sino esa mirada a la vida desde las palabras hermosas, desde el cosmos donde habitan las esencias del ser humano?
Pude haberle conocido en otro momento: haber nacido antes y haber estado con él en cada noche de escalinatas universitarias; pude haber sido su amiga su hubiese librado a su hija de un enamorado loco; o ser presa de su mal genio o cómplice de su tozudez. De Silvio pude haber sido hasta hermana, pero nunca rival…. ¿quién le puede a su poesía? ¿Quién le niega el compromiso y la virtud?
Una poesía que nos hace soñar y vivir a la vez, como si ambas cosas no pudieran –por nada de este mundo- marchar lejanas.
Afecta y define.
Con Silvio, definitivamente, me inundo.
Con Silvio canto en una multitud política o estudiantil; y también canto, en lo más íntimo, con los ojos cerrados y acostada sobre el brazo de la persona que hallé por única vez en la vida.

(PD: esto es lo que quedó de un intento de trabajo sobre poesía, en el que mi profe, López Lemus, insistió en ver al poeta Silvio...)


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