Mi hermano...

“Voy al estadio contigo si escuchas los Beatles.”
Ese fue el trato.
Y lo cumplimos.

A las pocas semanas estaba yo escuchando una selección que me hizo con todo propósito, como para que no me zafara más…y a las pocas semanas ya él se conocía a todos los peloteros de Villa Clara….Así comenzó la admiración por los bajos, las baterías, las guitarras, por Alfredo –el teacher que se parecía a Lennon en sus tiempos más pelúos-; pero también las conversaciones iniciales sobre bolas y strikes… Así gritamos juntos en los estadios, nos vestimos de naranja, me regaló mi primer pulover deportivo después de pasarse un mes sin merendar para guardar dinero; así empecé a pedirle más y más música hasta que me dio casi todo cuanto tenía de los cuatro lindones de Liverpool….

Fue hermoso aquel tiempo que aún es  de collares de huesitos del pescuezo de un pollo o de casquillos de balas......Por eso, mientras pienso en Lennon, no puedo dejar de pensar en mi hermano del alma, en mi Ario, que si no fuera por su beatlemanía no pudiera sentir el día 8 de diciembre ni cantarle a Lennon, ni visitar el Submarino Amarillo ni retratarme sentada en un parque con uno de los más hermosos defensores de la paz.
Entre tantas cicatrices de la vida, compartimos varios tesoros que nos salvan: yo su beatlemanía; y él, aquel matiz naranja de sus inicios en la  pelota. Tener un hermano como Ariel es lo mejor que le puede pasar a una en la vida. Le agradezco por todo... por el encanto de lo bello y lo triste...