Entre
las paredes de una Facultad que aspira a formar mejores periodistas; entre los
consejos de dirección, claustros y clases; entre libros y artículos de
obligatoria referencia para la carrera que su experiencia y su talento le
permiten escribir; en el cuerpo y en el alma de la Cátedra Pablo de la Torriente Brau;
entre la elegancia del lenguaje y el acertado juicio; entre el único tiempo
posible y los infinitos espacios de la vida, transita la doctora Miriam
Rodríguez Betancourt. Entre la pedagogía y el periodismo tiene su comarca.
El
salón de profesores de la
Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, es ahora el sitio
donde la catedrática accede a comentar su recuerdo del Poeta del Moncada. Navegar por las memorias lúcidas de una
alumna del Colegio Baldor, cuando Raúl fue profesor de allí, es la oportunidad
de tener otra visión de su personalidad.
Siempre
sonríe cuando va a hablar de Raúl, y muy pocas veces mira hacia su
interlocutor, porque echa a volar la mirada de su pensamiento y prefiere sus
propias imágenes.
“Yo recuerdo que en el
año…sería el año del asalto al Moncada, 1953, había un gran revuelo en la
escuela, en el Colegio Baldor. Aquel profesor joven, tan buen mozo, tan dulce,
tan distraído -pero distraído no en el sentido de equivocaciones, sino en el
sentido ese de estar en otra cosa, el que está pensando en otra cuestión y que
la realidad que le rodeaba era solamente un pretexto, una cosa inmediata que no
tenía nada que ver con lo que él estaba haciendo- me enteré, nos enteramos
todos de la muerte de Raúl, del asesinato de Raúl.”
Un
poco más absorta ahora en sus revelaciones de estudiante, se detiene en el
retrato del joven que tanto les atraía entonces.
“Raúl era un personaje, una
presencia para las muchachitas, figúrate…plenas adolescentes. Baldor tenía
divididos entre varones y hembras, y el grupo mío era de sexto grado B, si no
recuerdo mal…Éramos todas muchachitas…10-12 años, no pasábamos de ahí…11, 12
¡13! 13 años… Estábamos ahí en esa edad en que comienza ya esta cosa del
atractivo, de las mujeres y los hombres; y yo recuerdo que para nosotras, aquel
muchacho –que yo lo estoy viendo con mis ojos de la imaginación y del recuerdo-,
era un muchacho muy pulcro en su vestimenta. Casi siempre estaba con su bata
blanca, que era la que usaban los profesores sustitutos, muy pasadita, pero muy
limpia…muy buen mozo. Tenía una tez un tanto amarilla, fíjate lo que es la
poesía del recuerdo, lo que le daba un matiz a su semblante y a su persona muy
especial. El pelo, claro; muy buen ángulo de rostro, y ya te digo: una mirada
un tanto apartada de la realidad inmediata.”
Como
si estuviese nuevamente en su pupitre de Baldor, revive con la picardía de la
adolescencia aspectos de una de las clases que recibió del “profe Raúl”.
“Él era suplente, nos daba
clases a veces cuando faltaba un profesor y recuerdo muy nítidamente que en una
de esas ocasiones, no fue el profesor de Dibujo Lineal – era cualquier
asignatura, los profesores sustitutos que estaban allí esperando a que faltara
alguien para ellos tener el trabajo por el que le pagaban...- El anuncio de que
iba a ser Raúl quien nos diese la clase provocó entre las muchachitas de mi
grupo un gran alboroto: “¡Viene el profesor Raúl a darnos clases!” Esa era una
cosa muy llamativa…precisamente por su atractivo físico y por su manera, su
personalidad. Y recuerdo la clase. No toda la clase, pero sí recuerdo rasgos de
esa clase que él nos explicaba y nosotras hablábamos de él, nos pasábamos
papelitos sobre él; nadie atendía. A él no le importaba realmente si atendíamos o no, porque él estaba allí para cumplir eso; pero,
te repito, no estaba en ese momento allí, él estaba en otra cosa…Y nos dio clases
de Dibujo Lineal, y no nos reprendía, y todas las muchachitas decían que qué
bueno era el profesor Raúl, porque el profesor Raúl, se formara lo que se
formara, no intervenía.”
Su
relación con Raúl de alumna-profesor es uno de los tesoros que le acompañan
siempre. Nada, ni siquiera la conversación que sostienen otros profesores
dentro del local, le desdibuja ese momento. De Baldor, asegura, salieron muchos
revolucionarios a pesar de ser un colegio para estudiantes de clase media, e
incluso alta. Ella ha sido uno de esos frutos y, por felices coincidencias, ha
sido pedagoga y periodista, dos de las labores más apreciadas por Raúl. Un
último impulso completa sus remembranzas.
“Ese es un recuerdo muy
pequeño, pero que a mí siempre me ha marcado. Cuando yo regreso en septiembre
de 1953, cuando comienzan las clases, allí se recordaba que uno de los que
habían muerto en el ataque era el profesor Raúl. Años después, muchos años
después, comprendí cuando he tenido que hablar de él a raíz de peticiones que me han hecho, que
Raúl no nos llamaba la atención no porque no fuera un profesor exigente, sino
porque él no estaba atendiendo a aquello…Él estaba, repito, en otra cosa. Su
pensamiento evidentemente estaba metido de lleno en otra clase, que era la
clase de Historia que estaban preparando los muchachos de la Generación del
Centenario.”
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