lunes, 30 de abril de 2012

Paret

Le debía este escrito como tantos otros y como a tantos otros. Verle dejar el béisbol activo allí, donde mismo lo conocimos, me llevó a recordar jugadas, momentos de mucha emoción entre campeonatos, entrenamientos y entrega… Eduardo Paret Pérez no jugará más pelota en nuestras Series Nacionales pero el mejor regalo que le pudimos dar fue el adiós tan aplaudido, porque así se despide a los grandes que crecieron ante nuestros ojos precisamente por ser humildes, talentosos y buenos.
Su mirada lo decía todo, no sabía qué hacer con tantos elogios a los que nunca se acostumbró, y solo atinaba a saludar conteniendo el llanto…porque por dentro estaba llorando aquel jovencito que debutó con un Villa Clara campeón y al que siempre le dio lo mejor…igual que al equipo Cuba, aun en los momentos más difíciles en los que no se le creyó y lo apartaron de su pasión. Pero volvió y demostró como lo hacen los hombres verdaderos, y fue así que creció más…y se hizo capitán del Cuba, torpedero regular, y le fue fiel a sus seguidores, a su equipo y a él mismo.
Paret –así a secas-es uno de los de esa estirpe de peloteros completos, porque eran buenos dentro y fuera del terreno, amantes de su familia... Aprecio su grandeza al interrumpir las que fueron sus dos últimas temporadas activas, por lograr tener sus niñas. Y por eso estaban con él el día de su retiro, junto a Eduardito, su hijo mayor. Esa fue una muestra rotunda de amor; sacrificó lo que algunos no sacrificarían: la fama, los aplausos, más éxito en su carrera ya exitosa, por lograr la felicidad en su vida más íntima. No creo que haya mayor muestra de amor que esa.
El Villa Clara no será igual sin él… pero con certeza esa seguirá siendo tierra de grandes como él –y no solo en gigantografías-, porque de la ciudad del Che no es extraño que nazcan hombres así de lindos, intrépidos, agradecidos, y anaranjados furibundos hasta el final del noveno inning.

lunes, 23 de abril de 2012

Pensando en Guille...casi a 5 años de aquel 1 de julio...

Dicen que cuando una persona muy buena muere, casi siempre llueve. Eso lo dicen los viejos, y es que la naturaleza parece que se impacta, las energías y las ondas electromagnéticas se dislocan y hacen estallar nubes, o bien el cielo llora porque sí. Yo realmente no creo en supersticiones ni en viejos presagios. Pero llovió.
Ese día llovió. Fue un aguacero ni muy fuerte ni muy débil. La llovizna llegó de pronto. El cielo se estaba nublando desde pocos minutos antes, como anunciando los sucesos. Pero nadie pensó nada. Era lógico que luego de medio día con tanto sol y calor, el cielo se cargara. Y nada, que así fue. Los científicos darán esa explicación, y los menos científicos o los que querían mucho a Guillermo, preferirán pensar que la naturaleza lloró junto a ellos.
Ese fue unos de los días más felices de su vida. Nadie lo dude. Si bien es absurdo pensar que quiso morir allí, -porque a nadie le gusta morir, porque nadie como él se despreocupaba tanto de eso, porque nadie como él tenía tantos deseos de seguir poniendo a prueba un corazón de tiempo pronosticado-, sí es muy cierto que ese fin de semana fue un colofón especial para sus últimos minutos. Haber estado allí nunca voy a olvidarlo. Sobre todo porque regresaré.
Acostumbraba a decirles a los más jóvenes que le conocían “Fea” o “Feo”, apodo que daba gracia y producía un acercamiento especial entre las personas. Sin contar los nombres tecleros. Pero ese día… ese día estaba tan feliz que cuando me vio y vino a saludarme, ni siquiera me dio tiempo a levantarme del suelo. Se inclinó y me dijo “¿Qué hay, linda?” Yo le contesté feliz, y me callé la felicidad y la extrañeza de que ese día para él hubiese sido “linda”en lugar de “fea”.
Yo no puedo describir su sonrisa. No puedo. Nunca lo vi así. Claro, hacía solo un año que conversábamos, y seguramente tuvo muchos momentos como aquel. Pero de todas la veces que lo vi, nunca tuvo una alegría como aquella en la que cada gesto, cada palabra, transmitían una alegría corporal tremenda, una armonía con el ambiente como si estuviera en uno de los sitios más especiales del mundo.
Guaracabulla le abrió sus puertas luego de que la ciudad “santa y espiritual”  le hubiese regalado un sábado en su “Biblio-tecla”. Así me lo contó un amigo que estuvo allí, en Sancti Spíritus. Pero Guaracabulla seguía siendo el lugar; el 1 de julio de 2007, el día; y todos nosotros, sus testigos.
Era un bosquecito martiano, según recuerdo, la entrada de aquella escuela que nos recibía con dos filas de árboles. Un almuerzo que no teníamos previsto nos atrapó por un ratico más en el pueblo que celebraba presencias, las ignoraba, o bien las conocía.
Yo sabía que no había ganado el concurso sobre el Che para ir a Llanos del Infierno, y me sentía algo triste, pero el día feliz en Guaracabulla me despejaba. Él, luego de pasar por varias mesas, vino hasta la nuestra a decirnos cualquier cosa. Que si Haydée y su viaje por Betty, que si yo tenía que ver cómo iba a pesar de no haber ganado…… Y se viró a la mesa de Tania, con la que habló sobre el Che tatuado en su vida....
En medio del almuerzo, pensamos que había sido un tropezón, pero no. Alguien nos dijo “aguántenlo, que se siente mal”. Y nos viramos y se caía. Tratamos de sujetarlo Haydée y yo desde muestras sillas para que no llegara al suelo. Desde la otra mesa lo agarraban también para no dejarlo caer.
Todos se movilizaron. Intentó tomar una bocanada de aire ... Sus ojos azules no eran profundos ya, sino fijos, lisos… “Profe, profe”, “Guille, Guille”. .... Cuando lo sacaron hasta otro lugar, comenzó la lluvia.
Y siguió lloviendo hasta que finalmente dijeron que murió en aquel consultorio médico. Solo entonces dejó de llover poco a poco. Se hizo todo lo posible, aunque la lejanía del centro de la ciudad no permitió hacer lo imposible. Su pierna ya se lo venía alertando hacía una semana y no quiso escucharla, porque, según él, ella no era nadie para decirle a dónde debía ir.
Como fue tan especial, la lluvia pareció parte de la leyenda de Guillermo, de esa vida que se fue en un minuto, que se disolvió en el viento, en la lluvia, de esa tristeza que nos dejó, de ese vacío, de esa oficina sin él… de nuestras vidas sin sus cocotazos. Nada… son así las cosas que suceden. Todos encontramos en ella un mensaje místico.
Pero vamos, que con lo dialéctico materialista y profundamente soñador que era él, una no sabe qué creer. Porque quizás él nunca pensó que de verdad  fuera a provocar a la naturaleza.
Es un enredo. No había podido escribir sobre eso. Nunca voy a olvidar  ni el “linda” que me dijo, ni sus ojos azules fijos en la nada.
Sin dudas, un alma muy noble, muy buena, se desprendió de un cuerpo y, en ese proceso, trastocó su entorno. Esa esencia está dentro de nosotros, y desde allí nos abrasa. ( así con s)
Pero yo tengo también la sensación de que nosotros estamos dentro. Así, bien suave, dando calor, luz, y tesoros tan diminutos como poderosos, está Guillermo para mí. Por lo menos yo me siento siempre abrazada por él. (así con z)
Y es que, además de llevar en mi mente cada recuerdo, yo lo toco, lo respiro, lo exhalo, y lo tengo de ejemplo. Lo veo en el amor, en mi país, en Fidel, en las cosas que los dos amamos, por las cuales luchamos, y por las cuales nos conocimos y seguiremos juntos.

jueves, 12 de abril de 2012

Gagarin

Recuerdo que cuando estaba en noveno grado leí  "Gagarin y Girón: unidos en el recuerdo", y me llamó la atención la coincidencia en tiempo de la hazaña de Gagarin y los días en que se fraguaban y comenzaban los ataques mercenarios a Cuba cuando Girón. Mientras el mundo admiraba a aquel cosmonauta pionero entre los hombres, los cubanos además defendíamos a nuestro país del ataque a "Bahía de Cochinos".
Ese mismo año Gagarin estuvo en Cuba festejando el 26 de Julio, y se le otorgó, precisamente, la Orden Nacional Playa Girón, creada días antes por el Consejo de Ministros.
Cuba nunca olvidará la deferencia de aquel hombre de sonrisa linda, ni su abrazo con Fidel, ni sus sueños por visitar la luna, ni la certeza de que algún día un cosmonauta cubano iría al espacio. 
 “Observo la Tierra. La visibilidad es buena, se puede ver todo y solo un poco de espacio está cubierto de nubes […] Todo marcha normalmente. Todo trabaja magníficamente. Sigo adelante”.
Y así ha seguido para muchos de los que aprendimos a soñar con las estrellas y su mundo; y así será siempre para los que aprendimos a admirar a los osados que se lanzan a conquistarlas...

martes, 10 de abril de 2012

El Curro

Crecían los girasoles, más que en busca del sol, como protectores de un tesoro íntimo. Cuando fueran a buscar los restos de Marcos en el cementerio de El Caney, ellos serían la señal que identificaría el lugar donde reposaba el jovencito de Artemisa. Alguien quiso hacerle honores y le colocó una corona de flores en nombre de su madre desconocida. Aún sin  marchitarse las flores,  ya habían perdido su escarapela…

Marcos Martí Rodríguez… Marcos Martí Rodríguez…” Nadie respondió al pase de lista. Los presentes se miraban, y algunos no lo podían creer. En el juicio que a los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, un error denunciaba nuevamente a la tiranía: Marcos no podía contestar porque había sido asesinado por hombres de Pérez Chaumont, el 30 de julio de 1953 en la carretera de El Caney. “El Curro” –así le decían - tenía 19 años cuando fue ultimado.

Y la evidencia fue mayor, cuando le tocó declarar a Ciro Redondo, uno de los jóvenes acusados y que había visto a Marcos en sus últimos momentos. Ciro, en fracciones de segundos, pensó cómo El Curro, Julito Díaz y él llegaron hasta la Playa Siboney, y se desviaron hasta el bohío de una familia que les dio almuerzo. Luego, Marcos y él partieron al poblado de El Caney, donde otras personas los escondieron en una cueva y les hacían llegar comida. Y allí estuvieron, hasta que llegaron los guardias. Pero Ciro tenía que ser cuidadoso y no hablar lo que pudiera comprometer a quienes los habían ayudado. Fue así que, en la histórica audiencia, expresó:

“Yo me interné por el monte  con el compañero Marcos Martí, encontramos una cueva  y nos metimos; al poco tiempo llegaron unos soldados muy nerviosos y yo les dije que no se asustaran  que no teníamos parque… De furiosos que se encontraban , estaban hasta gagos , nos dijeron que levantáramos las manos , pero yo les contesté  que no podíamos, porque no teníamos faja en los pantalones; dijeron que qué importaba… mi compañero levantó las manos, pero luego, instintivamente las bajó  para sujetarse el pantalón con el cordelito que tenía y uno de aquellos guardias gritó enfurecido: ‘¡Dale!’ , y el otro disparó…yo le dije a mi compañero: ‘No te asustes’, pero ya estaba muerto… Vi que uno de eso guardias levantó el fusil y se abalanzó sobre mí pegándome, y después, ya no supe nada más, porque quedé sin sentido…(…) Cuando llegamos al Moncada un oficial requirió en mala forma a los soldados que me conducían, preguntándoles ‘¿por qué lo trajeron? ¿no saben cuáles son las órdenes…?’, cuando dijeron eso ya estaba consciente…..¡Mi compañero vino a servir a la Patria y lo asesinaron…!”[1]

La verdad aplastó la sala.

Escarapela de vida

A Gudelia todos le decían “mamá”. Vivió en Artemisa hasta su muerte. Allí nacieron sus hijos y crecieron e hicieron familia. Tranquila y fuerte se desenvolvía, pero no perdía el sagrado momento de sentarse en su sillón de la sala a contemplar los cuadros que repetían la misma foto -en diferentes tamaños- de su hijo Marcos.

Marcos había sido un muchacho de origen humilde, que nació en un barrio artemiseño llamado Mojanga, el 25 de abril de 1934. Poco tiempo tuvo para asistir a la escuela, pues comenzó a trabajar para ayudar a su familia. Epifanio y Gudelia, sus padres, tenían también a Mario, Esther, María y Clara, una familia que trabajaba duro para sobrevivir en el contexto rural de hace más de cincuenta años. Es por esto que Marcos comenzó sus labores en una finca, y luego pasó al almacén de víveres ‘Carvajal’.

Seguía con afán al Partido del Pueblo Cubano y, de hecho, integraba la Juventud Ortodoxa. Tenía un carácter muy fuerte, era atrevido y no vacilaba en enfrentarse a cualquier situación injusta. Su propio padre, Epifanio Martí, lo reconocía así y contaba siempre de aquel baile en el barrio ‘Peluza’, cuando un guardia, guapetón, insultaba a la gente diciendo: ‘Doy mil pesos al que me dé una galleta’. Marcos, al principio no hizo caso, pero el esbirro de uniforme amarillo proseguía con su desafío y la cosa terminó en que ‘El Curro’ le hizo frente al guardia y a otro que le acompañaba. Según cuentan, el explosivo joven dejó malparados a los soldados y, como desquite, Marcos fue detenido y llevado al cuartel de Artemisa. Allí, para que lo pusieran en libertad, hubo que conseguir 100 pesos para la fianza. Esto sucedió tres meses antes del Moncada.”[2]

Sus compañeros del movimiento veían en Marcos a un muchacho responsable y ansioso por cambiar la situación de su país. Así comenzaron las salidas encubiertas para realizar prácticas de tiro, diciendo que iba a pescar o a jugar pelota. La familia, por su parte, tenía sospechas de que ‘andaba en algo’ pues en más de una oportunidad sus padres habían encontrado papeles con escritos antibatistianos debajo de su colchón.

Gudelia nunca puede borrar el último día que lo tuvo en casa, cuando le pidió que le preparase ropa para ir al trabajo, pero en realidad se iría a Santiago…. Del Curro solo tendrían malas noticias unos días después: Marcos Martí había sido asesinado por la dictadura por formar parte de un grupo de jóvenes que asaltó el Cuartel Moncada.

Apresurada, para que nadie la viera, se dirigió aquella señora hasta el cementerio de El Caney para guardar al menos un recuerdo de aquel joven por si un día aparecía alguien de su familia.  Tiempo después, los girasoles cumplieron su función de guía y en la fosa hallaron los restos del joven y fueron trasladados a Santa Ifigenia. Pero Gudelia siempre quiso tener a su hijo cerca, y cuando triunfó la Revolución, junto a otras madres fue a Santiago para llevarlo a casa otra vez. Allí, en el cementerio donde también reposa Martí, una señora se colaba entre los familiares de los mártires y comenzaba a preguntar con insistencia quién era familia de Marcos Martí. ‘Mamá’ se presentó ante ella y entonces aquella buena mujer, temblorosa y con las palabras disueltas en sus ojos, le entregó la cinta que por más de siete años había guardado.



[1] Ciro Redondo en Marta Rojas: La Generación del Centenario en el juicio del Moncada, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p.201.
[2] Epifanio Martí entrevistado por José Gabriel Gumá: Marcos Martí  en Mártires del Moncada, Ediciones Revolución, La Habana, 1965, p. 107.

martes, 3 de abril de 2012

Huellas que deja(mos)…


La juventud es nueva por esencia…tiene que serlo, sino se pierde y, de perderse, queda entonces un vacío de tiempo y de fuerzas que dan al traste con caros sueños.
Yo nací aquí, en un país terco y hermoso, libre en su pensamiento y en su sentir, independiente en su palabra y enorme en su bondad… con tantos sueños como obstáculos para realizarlos…pero no por ello ceja.
Crecí orgullosa del cuadro de Camilo de mi abuelo en medio de la sala, y escuchándole a mi viejo Ramón contar con los ojitos aguados todo lo que vivió en 1959 cuando dijeron que había aparecido aquel Sesna que se perdió con el Comandante de los cien fuegos en el alma….Recuerdo, otras veces, cada uno de sus silencios inesperados para tomar aire cuando volvía y hablaba de Fidel cuando se le posó la paloma en el hombre, o enfrentándose a los yanquis y “a cualquiera que se atreviera con nosotros”. Lo recuerdo disfrutando como nadie cada juego de pelota, lo mismo fuese de Pinar del Río que del equipo Cuba, y explicándome cada jugada, o mandándome a callar “que estás como Adolfo, que no me deja ver el juego con tanto bla-bla-bla…así no vas a aprender”. O invitándome a comer un “chicho”, cuando podía darse un trago de ron blanco los domingos familiares, que el “pintado” no le gustaba. Y yo lo disfrutaba y tenía siempre algo para preguntarle, o aprender…porque aunque no fue universitario sino obrero de fábrica de bastidores, había vivido mucho, con intensidad, y por eso sabía mucho. Y por eso me dejó tanto.
Mi abuelo no me dejó el cuadro de Camilo, sino a Camilo; no me dejó la pelota como entretenimiento, sino como identidad y hasta como profesión; no me dejó el gusto al ron, pero sí la importancia de compartir el domingo con la familia; no me dejó un país con todos sus sueños realizados, pero sí con la fuerza para completar los que nos faltan. Me dejó el camino que su juventud comenzó a abrir a fuerza de machete.
Y ahora que mi abuelo no está, que el próximo 7 de abril tendré que abrazar más fuerte a mi abuela que de costumbre por séptima vez, vuelvo y pienso desde ese ejemplo tan individual y pequeño, pero sincero y sin dudas parte de este gran todo, cómo seré yo cuando abuela, qué historia tendré para contar a los hijos de mi hijo… Qué ejemplo deja esta juventud de este tiempo a la juventud que dentro de unos años tendremos pujando por tener su propio espacio. Cómo hacer para que las fotos de una marcha del pueblo Combatiente no sean solo un plano general de gente que camina en cuadro apretado, sino la fatiga dulce de los que con gusto marchamos por Elián o por los Cinco, o por cualquier idea justa; que el 4 de abril sea esa fiesta especial por un aniversario del día a día de estudio o trabajo. Y aunque nadie tiene la verdad absoluta, ni el gran método, pienso que seguir con amor, diciendo "a tiempo y sonriente" lo que vale, es una buena manera de seguir convocando voluntades, para celebrar los próximos 50 años...Con el ímpetu que hace sueños “a mano y sin permiso” tiene que seguir la juventud cubana, y va a seguir. La juventud que siempre encabezó revoluciones y que luego supo trasmitir la rebeldía y la conciencia a sus hijos y nietos, que fueron nuestros abuelos, y que ahora tenemos como reto seguir pasando de generación a generación como tesoro de un país que guarda lo mejor de su historia para enseñar y seguir creciendo.