Este escrito es de Celia Hart, y fue publicado por Rebelión el 14 de enero de 2005, por el 25 aniversario del fallecimiento de otra Celia,
la inspiración Sánchez Manduley... Lo retomo este mes de enero, que es
suyo y, por tanto, también de las mariposas...
Una mariposa contra Stalin
La burocracia tuvo en Cuba un singular adversario. Celia Sánchez,
secretaria de Fidel Castro, no había leído en su vida mucho sobre la
teoría marxista y sobre el desempeño de Stalin en la URSS, fue sin
embargo el castigo para la práctica en Cuba de los métodos del
georgiano, que tanto nos ha dado que decir y hacer todavía.
Celia, a la que le debo, por supuesto, el sonido bellísimo de mi
nombre, no fue tan sólo la secretaria personal de Fidel, debido a lo
cual renunció a todo: familia, visibilidad política y otros beneficios
que le podrían otorgar haber sido la primera mujer rebelde en la Sierra
Maestra: Celia fue sin dudas la secretaria personal de la revolución
cubana
Ella estableció entre Fidel y el pueblo un puente ligero y flexible. Su
sagacidad y prontitud, su paso leve y silencioso más un amor para la
obra de la cual fue artífice, fueron sus mejores armas. Librándome de
todo machismo o feminismo, u otro ismo que quieran señalarme, en Celia
Sánchez pensó José Martí cuando sentenció: “No es que le falte a la
mejer capacidad alguna de la que tiene el hombre, sino que su
naturaleza fina y sensible le señala quehaceres más altos y difíciles.”
Celia y su padre, un médico que ejercía en Manzanillo su tierra natal,
subieron al sitio más alto de la isla un busto de Martí. Con José Martí
se escribe el acta de iniciación de los revolucionarios cubanos. Si de
niño se siente, más que entiende, las palabras de ese misterio, ya no
hay remedio posible; se hará usted un revolucionario. Y si lo
traicionase, tampoco habrá remedio para que se convierta usted en el
peor de los hombres.
En la frágil estructura de esta mujer, en esas manos delgadas y en el
color de sus singulares vestuarios cupieron sin atropellarse José
Martí, Fidel Castro y el pueblo de Cuba.
Para saber de Celia baste mirar el hermosísimo libro “Ensayo para una
biografía” de Pedro Álvarez Tabío. Celia Sánchez Manduley nació en mayo
de 1920, en Media Luna, un pueblito rural de 4000 habitantes, enclavado
en el Oriente de la isla, cerca del río Vicana, que nace nada más y
nada menos que en la Sierra Maestra.
Si de algo puede hablarse de ese lugar es que Media Luna se dedicaba a
la producción de azúcar; que en 1920 los precios estaban bien
deprimidos; que estallan varias huelgas de obreros y que el venturoso
Partido Socialista fundado en 1906 por Martín Veloz (Martinillo) ya
divulgaba en Manzanillo durante la primera década del siglo las ideas
socialistas. Si a esto le sumamos a esto la inigualable devoción por
José Martí de Manuel Sánchez más una intrépida genética, Celia no podía
haber sido distinta.
Narra Armando Hart en su ensayo Perfiles:”Recuerdo la primera vez que
oí hablar de Celia (1956). A Santiago de Cuba fueron los compañeros
Pedro Miret y Ñico Lopez para entrar en contacto con Frank País,
recorrer la antigua provincia de Oriente y analizar las posibles zonas
que podríamos convertir en escenarios de combate revolucionarios.... De
Oriente regresaron a La Habana contentos de las posibilidades que había
en Manzanillo, donde ella y otros compañeros organizaban núcleos
clandestinos y alentaban el movimiento popular contra la tiranía.”
En algún instante habrá que detenerse un poco y calibrar la sociedad
cubana de entonces... Grande debe haber sido Fidel Castro, para haber
podido resumir, reorganizar y lanzar como un solo partido
revolucionario a las múltiples y formidables fuerzas que existían en mi
país.
En 1957 pasa Celia a trabajar definitivamente con Fidel. Desde ese
momento estuvo presente en cada una de las decisiones importantes,
poniendo aquella misma audacia, ternura y entrega con que colocara el
primer busto de José Martí en el Pico Turquino.
Una vez triunfada la revolución, su misión fue la misma: la de
transductor. Un traductor perfecto entre la obra de la revolución, su
pueblo y sus dirigentes.
Siendo yo niña recuerdo que muchas veces mi padre decía: “Voy a ver a
Celia”. Lo decía como un acto sagrado, medio clandestino, como si fuese
a confesarse. Y era correcto: frente a Celia, que tenía el poder mágico
de juntar sin catastrofismo cielo y tierra, convirtiendo las ideas y
proyectos en veloces memorandos, eficientes reuniones y pertinentes
citas, sólo era posible confesarse: La Reforma Agraria, Las
Declaraciones de La Habana, Girón...hasta la Crisis de Octubre, cuando
más cerca ha estado el mundo de irse al pique nuclear, fueron
decididos, sopesados, de alguna forma, en un edificio en la Calle 11
del Vedado capitalino, donde vivían Celia y Fidel, cada uno en su
apartamento, como buenos vecinos.
Mi madre y Celia formaron una especie de cofradía revolucionaria. La
intuición ante los problemas y su conocimiento sobre el carácter de los
compañeros las ayudaban a solventar muchas incógnitas, como si todavía
estuvieran haciendo la revolución. ¡Y lo estaban! Los revolucionarios
que perduraron en el tiempo, los que no traicionaron, los que no nos
abandonaron ni política ni económicamente, son los que están hoy en
combate. Esos que todavía sufren por la negligencia, que donde estén no
detienen su andar y cuestionan y cambian. Porque la revolución que
proyectó Celia al lado de Fidel, de Frank, del Che, de Haydée es
absolutamente la única revolución posible en Cuba y en el mundo. Y esa
revolución es permanente. Celia fue una permanente revolucionaria. Por
eso y no más la recordamos después de 25 años de fallecida. Porque
necesitamos a Celia Sánchez.
No hace mucho trataba inútilmente de hacerme entender por un camarada
en relación a los elementos de burocracia estalinista en la revolución
cubana. Trataba de decirle como vivió esta revolución sus primeros
quince años sin institucionalizarse, como de esa forma heterodoxa se
cumplieron tareas del primer orden, como la alfabetización, los planes
educativos y todas las reformas, más que reformas las revoluciones, que
convirtió en esos años a la revolución cubana en el sueño de juventud
de millones de hombres y mujeres en el mundo.
Las revoluciones socialistas triunfantes deben vencer a un enemigo
sutil y persistente... e inherente: el estalinismo, (por llamar a esta
tendencia de alguna manera). El peligro de tratar de mantener viva la
revolución socialista, la agonía de estar casi siempre solos... o mal
acompañados nos hace contraer esa enfermedad, la cual es mortal si no
se ataja a tiempo, y fácil de curar si tenemos el corazón, la
inteligencia y el valor necesarios, tal como nuestra Celia. El
estalinismo, con sus resortes de poder oscuro y difuso, su contrato con
la mediocridad política, su odio al talento y la aventura, es un poder
tal cual las bacterias que terminaron con los marcianos en la memorable
obra “La Guerra de los mundos” de H. G. Wells. No podían contra los
invasores alienígenos los mejores adelantos de la ciencia, ni la mejor
pericia y voluntad de los hombres. Apenas unos pseudo organismos de
milésimas de centímetro de tamaño terminaron con los invasores
espaciales. Así trabaja el estalinismo. No, pero no crean que soy
pesimista: Nuestro organismo está invadido de bacterias y adquirimos
bacterias todos los días. Pero tenemos también los macrófagos... Ellos
nos protegen del mal en mancomunada lucha. Y si no pueden los
macrófagos, si son demasiadas las bacterias, o son muy nuevas, basta
con un antibiótico adecuado para salvarnos. El estalinismo es una
bacteria que se contrae cuando llegamos al poder. ¡Pero contaremos
también muchas buenas bacterias, que antes no teníamos! Con el
estalinismo basta con vacunarnos periódicamente. La revolución
socialista, en tanto es una forma de poder completamente nueva,
necesita de nuevas vacunas.
Es curioso como nos pasamos el tiempo cuidándonos de accidentes o
agresiones externas y no cuidamos de vacunarnos contra los males que
auto generamos. Éste ha sido uno de los grandes problemas de las
revoluciones. Una vacuna, tan sólo una vulgar vacuna. Hay momentos en
que ya es tarde y deberemos transfundir sueros con fuertes antibióticos
que representan medidas drásticas, esas de doble filo, pero
imprescindibles.
“Sería ingenuo creer que Stalin, desconocido por las masas, surgió
repentinamente de los bastidores armado de un plan estratégico
completamente elaborado. No. Antes de que él hubiera previsto su camino
la burocracia lo había adivinado...”, dijo Trotsky en La revolución
traicionada, el que según mi opinión ha dado siempre el mejor
diagnóstico de la enfermedad. Eso es: Stalin fue el depositario de
aquel estrés natural que asume una revolución socialista. Mucho más una
revolución socialista aislada y perseguida por el feroz imperialismo.
El asedio invisible del estalinismo es mucho más peligroso entonces.
Una de esas vacunas; una de las que libró de manera natural y orgánica
a mi revolución de la bacteria estalinista fue Celia Sánchez. El
vínculo con el pueblo no lo perdió jamás. Mientras más difícil era el
panorama político internacional, más pulsaba la opinión popular.
En Cuba Lenin no ha muerto. Y es esto una nueva experiencia, pero no
basta En los primeros años, cuando la revolución era un bebé, entonces
los brazos de Celia la acunaron, gracias a su gusto por la verdad, su
increíble sentido práctico y su conocimiento profundo de la
personalidad de Fidel y del resto de los dirigentes de la revolución.
No sé si Celia se habrá leído los avatares de la revolución
bolchevique, mas da igual, su instinto, sumado por supuesto a la
impronta de Fidel, la audacia del Che y sobre todas las cosas la
estructura mental de este pueblo se hubo de preservar la recién nacida.
En 1975 llegó el primer Congreso del Partido y la institucionalización.
Vuelve a decir Armando Hart: “ La guerrillera de las montañas de
Oriente , a quien le agradaba dormir en hamacas, recorrer un camino
serrano (...) fue sin embargo capaz de promover, organizar y
desenvolverse dentro de las formalidades de la vida oficial que
inevitablemente tiene todo Estado”. Era otra etapa de la revolución.
Atrás quedaban muchas cosas. La joven revolución se puso traje largo,
cumplía 15 años. Supo crecerse Celia y entender el cambio y de cierta
forma resolver las nuevas circunstancias en que se desenvolvía esta
jovencita. Conocía lo hermoso: lo disfrutaba y lo propagaba como una
mariposa.
Todavía no entiendo bien como dos mujeres que no cursaron estudios
universitarios, fueron en Cuba las dueñas de la belleza. Mi madre en
Casa de las Américas con los intelectuales irreverentes de este país y
Celia creando el entorno irrepetible de Fidel Castro.
Recuerdo muy bien la Cumbre de Países No Alineados en 1979. A
Celia se le asignó la tarea de organizar las formalidades. Incluso
entonces no se olvidó de la Sierra, desplegó un finísimo y herético
sentido del gusto. Llenaba los ambientes con luz color y claridad.
Diseñaba todo, desde el hermosísimo salón de recepción del Consejo de
Estado, donde todavía, según dicen, ondean verdes y perennes los
helechos gigantes hasta el majestuoso y popular Parque Lenin.
Quizás el amor a la belleza la hizo revolucionaria verdadera y pudo
espantar el fantasma oscuro de Stalin, ese fantasma gris que siempre ha
querido tragarse la luz infinita del fantasma auténtico del Manifiesto
Comunista, o al revés: quizás supo hacerle bella y armoniosa la vida al
pueblo... porque fue una verdadera revolucionaria. Es el cuento del
huevo y la gallina. No importa. Lo que sí nos queda claro una cosa: De
alguna forma fue Celia el resumen del pueblo de Cuba, no de la mujer,
ni del hombre sino de la mejor parte del pueblo de Cuba. No dejó jamás
de ser una pueblerina delicada y culta que ejercía el poder.
Si es el Che quien nos recuerda día y noche que uno de nuestros deberes
sagrados es la revolución mundial, Celia, con su aletear presuroso, nos
recuerda que no debemos parar en seguir haciendo la revolución dentro
de nuestras fronteras de agua. Mejores indicadores ¡imposible!
Celia fue implacable con el imperialismo y con los enemigos de la
revolución cubana, que son en definitiva los enemigos del mundo, no por
eso toleró un solo instante que el manto de la burocracia empañara la
obra revolucionaria. Hubo tendencias estalinistas sin dudas, esa
tendencia para lo único que no es burocrática es para penetrar en la
sociedad, y para lo único que no es mediocre es para buscarse adeptos,
pero esta tendencia encontró en Celia el más aguerrido contrincante
Aquel 11 de enero de 1980. Haydée Santamaría no se levantó de la cama
una sola vez. Dicen que la única vez que la vieron así fue en 1967
cuando la muerte del Che. Entre lágrimas sin consuelo, escuchaba a mi
madre decir una sola palabra que la inundaba de llanto hasta llegar al
delirio “Fidel mi hijita ¿Quién cuidará ahora de Fidel?” “Fidel es
saludable, mama,-decía yo- hay muchos compañeros capaces de cuidarlo”.
Pero hoy entiendo a mi madre. Con Celia, quien cuidaba a Fidel era el
pueblo de Cuba, su mejor compañero.
Han pasado 25 años desde que esas dos mujeres dejaron de existir. ¡Han
dejado de existir tantas cosas! Ahora ya no está la URSS amenazándonos
con su petróleo, su cemento y su amparo, pero está danzando la doble
economía en mi patria y no sé si habrá manera que nos libremos de este
artefacto económico que es la doble moneda y lo que trae consigo. Al
imperialismo lo combatimos con las armas y con las ideas... parece ser
que para cuidarnos de estos nuevos males necesitamos a las mariposas...
Cada mañana llevando a mi hijo a la escuela observo los frágiles y
tenaces seres alados que en desigual vuelo envuelven mi mirada. Me
quedo pensando si Celia se acordó antes de morir de explicarles a esas
damitas cuánto las necesitamos para cuidarnos de los nuevos fantasmas.