Pasan los años y la leyenda de amor del Moncada crece.
Ya el jefe de aquella tropa está con ellos otra vez en Santiago de Cuba, listos
para seguir encabezando nuevas batallas. Allí acuden una y otra vez personas de
todo el país y de muchas partes del mundo para vivir la historia que habita el
lugar. Pareciera alejarse en el tiempo, pero es imposible acaso pensarlo cuando
llegas a la ciudad heroica y confirmas una vez más aquel otrora cuartel
convertido en risas de niños…los niños por los que toda una generación salió a
dar su vida, las sonrisas con las que soñaron aquellos muchachos del Moncada.
Allí están Abel, Raúl, Boris Luis…allí están todos, compartiendo entre ellos el
futuro de un país que tiene mucho camino por andar, pero va seguro con el
impulso de sus almas más queridas.
Allí está Raúl Gómez García, y allí su flor y su
mensaje, el mensaje de la novia que también trasciende el tiempo, seducida por
la entrega y las letras de un colega que supo elegir el lado del deber antes
que el lado donde se vive mejor.
El periodismo, profesión y oficio que tanto hace soñar;
actitud ante la vida que permite tomar partido, compartir con los semejantes,
representarlos, escuchar y hacer que otros escuchen y comprendan. Se es
periodista cuando no se puede dejar de escribir, de sentir la necesidad de
opinar y compartir el criterio con responsabilidad. Se es periodista cuando el
compromiso con la verdad y la justicia están por encima de cualquier interés
personal.
Raúl Gómez García fue un periodista. Su obra no puede
considerarse de las más extensas ni encumbradas porque su asesinato en el
Moncada, a los 24 años de edad, impidió que la pudiese desarrollar. Sin
embargo, el amplio material y los testimonios obtenidos, son suficientes para
afirmar que el 26 de Julio de 1953 Cuba y la Revolución perdieron a
un periodista de filas.
Escribir, dirigir y fundar órganos de prensa, hacer radio;
moverse con soltura en varios géneros del periodismo, editorializar con estilo
propio, enfrentar con aguda crítica los males de la sociedad donde vivió, y
poner por ello en riesgo su vida, demuestran la pertenencia de Raúl a la
profesión que él mismo definió -a los trece años- como: “la función social de más mérito que
puedan tener los hombres”.
Con el número tres de El Acusador su desempeño periodístico no concluiría. Fue en él en
quien pensó Fidel para redactar el manifiesto A la Nación,
que exponía el programa del movimiento. Y fue en él en quien también pensó para
que le diese lectura, una vez tomada la emisora de radio en Santiago el 26 de
julio de 1953. A
Raúl le tocaba convocar al pueblo, improvisar un espacio con música
revolucionaria y discursos, que incluía una grabación de la última alocución de
Eduardo Chibás, así como los poemas del propio Raúl Reclamo del Centenario y Ya
estamos en Combate, y el manifiesto A
la nación, para llevar a cada habitante de la ciudad las razones del asalto
a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
“La programación se completaba con el himno nacional,
el Himno Invasor y otros himnos y marchas. Las polonesas de Chopin, la Sinfonía Heroica
de Beethoven y varias obras más integraban el programa. Siete semanas antes,
Naty Revuelta había adquirido todos estos discos. Los conocimientos de radio
del médico Muñoz potenciaban la utilidad de su presencia en Santiago; en caso
necesario, podría hacerse cargo de la parte técnica de las transmisiones.”
Si bien es cierto que no se inscribe el manifiesto A la nación en algún género periodístico, sí formaba
parte de la campaña en el medio radial que apoyaría la acción. Y eso también es
periodismo. Un periodismo revolucionario.
Sin embargo, el desenvolvimiento de los hechos no
permitió que todo se desarrollase como estaba previsto, y el fallo del factor
sorpresa dio al traste con los planes y con la vida de muchos de sus
participantes. Raúl estaba en el hospital Saturnino Lora, donde se suponía
había menor riesgo, para salir a realizar su labor. Pero, por el contrario, fue
allí donde más sangre joven y valerosa se derramó.
A Raúl lo mataron a golpes. Así recordaban Melba
Hernández y Haydée Santamaría cuando se lo tiraron a lado y estaba
prácticamente irreconocible por todo lo que le habían hecho. Ahí está la
constancia gráfica, ahí está esa imagen terrible del joven de los ojos
hermosos, tirado entonces en una caja, camisa abierta y uniforme desencajado, y
notificado como muerto en combate. La prueba que demostraba las torturas,
además del testimonio de quienes le vieron con vida aún en los salones
manchados del Moncada, fue la nota que logró enviar a su madre Virginia antes
de ser capturado, para que ella supiera que estaba con vida y que caería preso.
Sin embargo, aunque no pudo cumplir su cometido en la
acción de llegar a la estación de radio por el rápido y fatal desenvolvimiento de los sucesos,
vibraron sus palabras y las de sus compañeros en el que sería el conocido como Manifiesto del Moncada, en honor a la
acción.
“Ante el cuadro patético y doloroso de una república
sumida bajo la voluntad caprichosa de un solo hombre, se levanta el espíritu
nacional desde lo más recóndito del alma de los hombres libres. Se levanta para
proseguir la revolución inacabada que iniciara Céspedes en 1868, continuó Martí
en 1895, y actualizaron Guiteras y Chibás en la época republicana. En la
vergüenza de los hombres de Cuba se asienta el triunfo de la revolución cubana.
(…)
Ante la tragedia de Cuba contemplada en calma por
líderes políticos sin honra, se alza en esta hora decisiva, arrogante y
potente, la juventud del Centenario, que no mantiene otro interés como no sea
el decidido anhelo de honrar con sacrificio y triunfo, el sueño irrealizado de
Martí.
En nombre de las luchas incansables que han marcado
cumbres de gloria en la historia de Cuba, viene la revolución nueva, rica en
hombres sin tachas, para renovar de una vez y para siempre la situación
insoportable en que han hundido al país los ambiciosos y los imprevisores y,
agarrada a las raíces del sentimiento nacional cubano, a la prédica de sus más
grandes hombres y abrazada a la bandera gloriosa de la estrella solitaria,
viene a declarar ante el honor y la vergüenza del pueblo cubano.
(…) Por la dignidad y el decoro de los hombres de Cuba,
esta Revolución triunfará.(…)
Cuba abraza a los que saben amar y fundar, y desprecia
a los que odian y deshacen. Fundaremos la República nueva, con todos y para el bien de
todos, en el amor y la fraternidad de todos los cubanos.
La Revolución se declara definitiva, recogiendo el sacrificio
inconmensurable de las pasadas generaciones, la voluntad inquebrantable de las
presentes generaciones, y la vida en bienestar de las generaciones venideras.
En nombre de los Mártires.
En nombre de los derechos sagrados de la Patria.
Por el honor del Centenario...
La Revolución Cubana.”
El hombre que, según dijo Raúl a su madre, “pensaba y
sentía como él”, lograría años más tarde junto al pueblo el triunfo de la Revolución, y la
encabezaría de manera magistral, sobreviviendo al tiempo y a las pérfidas
intenciones de sus adversarios. Fidel Castro Ruz continuaría pensando y
sintiendo como sus compañeros del Moncada, los mismos de los que aseguró que no
estaban olvidados ni muertos.
El 26 de julio del año 2005 Cuba fue testigo de una de
las manifestaciones más hermosas de un líder que recuerda la Historia patria. En el
acto central por el aniversario 52 del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos
Manuel de Céspedes, celebrado en el teatro capitalino Carlos Marx, el
Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en una preciosa muestra de humildad e
identificación con el pueblo, dijo:
"Me atrevo a dar las gracias en mi nombre y en el
de todos ellos, porque llevo sobre mi conciencia el peso enorme de haberlos
persuadido a realizar tan atrevida acción, sin que el azar me haya impedido
recorrer tan largo trecho de lucha revolucionaria hasta este instante
emocionante, 52 años después."
El 26 de julio de 1953 significó el comienzo de otra
etapa que coronó los anhelos patrios defendidos por tantas cargas al machete,
tantas plumas encendidas y tanto bregar inconcluso.
El Moncada fue el plan perfecto de asaltar, más que una
fortaleza, el corazón de un pueblo que nunca volvió a ser el mismo.
La identificación de ambas personalidades fue
indudable. No por gusto Fidel le dio a Raúl Gómez García la misión de escribir,
en nombre de su generación, el manifiesto de la lucha en 1953.
Las palabras tienen color, olor y cuerpo cuando se
saben combinar. Por eso, cada vez que un protagonista ha recordado los
instantes del 26, Cuba entera puede ver, respirar y acariciar el ajetreo de un
grupo de jóvenes que fraguaba el futuro. No hay un árbol que crezca más y mejor
que el que tiene debajo un muerto, como decía Martí, y esta patria de hombres
libres se levanta desde su historia.
Por la dulce memoria de Martí…en su nombre y por la
patria, perdura Raúl en la poesía y el periodismo de esta incesante lucha por
la vida.
(Del libro Raúl Gómez García, el periodista del Moncada)