La verdad es que por la calle usted puede encontrar cualquier
tipo de personas. Pero hay lugares y lugares,
y personas y personas. Y quizás haya
alguien que no me crea esto, pero el que quiera comprobarlo, tendrá que ir
hasta Puriales de Caujerí….Usted decide.
Estaba yo en una clínica estomatológica en la más
oriental de las provincias cubanas, esperando a que mi papá resolviera una
batalla campal con una muela hacía tres días. Yo esperaba en lo banquitos fuera
del salón, cuando una muchacha de unos treinta y pico cortos, al parecer, me
vio cara de preocupada y me preguntó si estaba para atenderme. Brevemente le
contesté: “No, es mi papá”. Y aquí en Cuba eso es suficiente para comenzar una
conversación que a veces termina con el cuéntame-tu-vida de alguna o ambas
partes.
Su sonrisa mostraba solo un cuarteto de dientes en la
mandíbula superior. Los cuatro incisivos eran los únicos sobrevivientes –pensé-
de toda una proeza estomatológica que seguramente
me contaría.
Y fue así que, sin preguntar, ella misma me dijo que
un día, cortando leña en los montes cerca de su casa, se dio con la parte sin
filo del hacha en uno de los impulsos para ir sobre el madero. Perdió varios
dientes y cuando llegaron hasta el pueblo, no hubo modo de salvárselos.
La cara de dolor de la joven haciendo el cuento, y
recordando cuánto sufrió en las extracciones, de pronto se iluminó. Y con
tremenda fuerza continuó diciendo que era tanto aquello que había pasado, que
decidió tomar una medida radical para nunca más tener un problema semejante: se sacó todos los
dientes.
Y yo, consciente de los adelantos en la medicina y de
los esfuerzos que se hacen para llevar la cultura del cuidado de los dientes a
todo el país, me estremecí –también pensando en mi papá y en cualquier
influencia dentro del salón que lo dejara sin muela-.
Tuve que preguntar. Ahora sí no tenía opción. “¿Hija, y por qué hiciste eso?” Recibí una respuesta que me mostraba cuatro perlitas de
alegría. Supe entonces que una estomatóloga amiga suya le fue sacando los
dientes y muelas de cuatro en cuatro, a petición de la paciente… ¡De cuatro en
cuatro! “Y así es mejor, niña. Más nunca he tenido dolor de muelas y nunca los
tendré. Y mucho menos me tendrán que hacer zzzzzzzzzzzz con la maquinita esa. Deberías
decirle a tu papá que haga lo mismo, para que se quite eso de arriba”.
Yo casi muero. Pero mantuve la calma y la paciencia
pensando que mi papá sería lo suficientemente no-valiente como para dejarse
sacar la muela y sus adyacentes.
Pero, señores, eso no es todo. A mi ingenuo
comentario de “bueno, por lo menos te dejaste algo para la sonrisa” –respecto a
los cuatro dientes de arriba- recibí una contesta llena de un inexplicable
orgullo y digna de tomarle la presión a cualquiera: “son postizos”.
Salí corriendo para la puerta del salón de
estomatología a ver mi papá, que daba saltos en el sillón a cada embestida del
obturador para el empaste. Más tranquila, regresé al banco, pensando que por lo
menos él regresaría con su muela. Ella me miraba y reía con su amplia sonrisa lisa
y rosada, y exhibía aquella planchita como souvenir insólito de su “proeza”
estomato-ilógica.
jajaja tendré que ir hasta Caujerí a preguntar jajaja
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