martes, 29 de octubre de 2013

Cantos de amor y combate

Lo cubano salta ante nuestros ojos, o desde nuestros ojos, desde nuestra piel, desde nosotros mismos como seres andantes que poblamos un archipiélago salpicado de lo real maravilloso y que se cocinó en un ajiaco, envidiable por su espontaneidad, sabrosura y temperaturas siempre calientes.
Cuba, el país de hombres rápidos, de mente ágil, de alegría y brisa calurosa; el país que provoca poemas, que seduce con la temperatura de sus almas, es mucho más que azul y verde, aunque sean los colores que más veo….Es la mezcla de los que unimos voces, de todos los diferentes que extrañamos la misma presencia, que sentimos el mismo salto en la boca del estómago cuando se grita por todo lo que amamos….Y también cuando la conga o el danzón demuestran que seguimos siendo contentos; cuando banderas de otros pueblos nos acompañan alentándonos; cuando familiares, amigos, cuando los que hicieron la Historia más reciente, cuando el Himno de Bayamo, cuando el del 26…cuando la caldera hierve y nos cocinamos al sol en una mañana que a la vez nos alimenta.
La mezcla de todo es el todo nuestro. Por eso omitir, rechazar, obviar, desconocer o ignorar, serían errores demasiado costosos para lo que nos identifica como cubanos, para esa esencia que nos resume y nos expande a lo largo y ancho del mundo. Pero, si todo lo anterior es dañino para la cultura cubana, mucho más lo es el permitir que vengan a escribirnos desde otras latitudes, a publicarnos luego con lentes europeos o asiáticos…o simplemente a examinarnos como rarezas del “nuevo” mundo.
Cuba tiene suficientes referentes como para mirarse a sí en lo profundo y en lo que sobresale. No tiene necesidad alguna de que vengan a contarle de otras aceras lo que acontece en su propio patio. Si embargo, no siempre es justa consigo misma, y se deja replantear y escudriñar por otros. A veces, involuntariamente; otras, por pereza, o por acomodo, o bien por abandono.
La Historia no tiene moldes prefabricados. No puede. Inventárselos sería ir contra la savia humana que la edifica. La Historia nace de la vida, es el presente visto dentro muchos años, es el futuro a la luz de hoy. No puede escribirse con medias tintas, ni creer tampoco que todo esté escrito. Se enriquece con descubrimientos, testimonios, huesos, papeles, polvo…con el hombre que la ama y en su búsqueda la hace crecer. La Historia no es capricho, ni solo arma del que vence, ni solo pedestal de héroes. La Historia es cultura acumulada en el tiempo, es vida acumulada en el tiempo, es tiempo repleto de todo lo humano –con o sin lo divino-. La responsabilidad de cuidarla no es de una musa, sino de sus obreros: los obreros de la Historia.
En estos tiempos donde Cuba se repiensa a sí misma, retomar las riendas sólidas de su devenir en el tiempo es una de las claves para poder comprender temáticas sociales que no nacieron de la nada; para entender por qué llegamos hasta aquí y de qué circunstancias somos hijos, y de cuáles podríamos ser mejores padres. El caso nuestro, si singular como cada nación, es atípico, porque aunque muchos consideren que este es el más decisivo de los momentos, lo cierto es que Cuba ha estado durante toda su historia en cruces definitorios. Este es uno de ellos. Pero Martí tuvo el suyo, Arango el suyo, Fidel el suyo, Guiteras, Saco, Maceo….nosotros. Cuba se debate a lo interno desde su mismísimo propósito de hacerse nación con nacionalidad, hasta hoy; y se debate a lo externo en defensa de sus derechos, de su independencia y su soberanía. Ha sido así, por eso la importancia de que los historiadores asuman un papel creativo, analítico y profundo que permita salvar, escribir y explicar lo que no salvarán ni escribirán ni querrán explicar las miradas extranjeras.
Por eso, a la luz de este 20 de octubre en el que se festeja nuestra cubanía, hay que hacer un nuevo llamado para combatir la erosión de valores que deja al descubierto las raíces de la nación; que sin ellas no se alimenta el árbol, ni puede dar frutos.
Y con el afán de comenzar a encontrar más bellezas en nuestras historias, y de enraizar más lo que nos sostiene, vale detenerse en la historia de amor de tres canciones y tres himnos.
Las Bayamesas…
Ya en las escuelas no se enseñan todos nuestros himnos; solo el de Bayamo, y por razones obvias -aunque casi todos los niños lo memorizan antes de los cinco años-. Recuerdo ediciones viejas de libros de texto donde, además del Himno Nacional, estaba el Invasor y en otros la Marcha del 26. Esas ediciones ya no existen. Es posible que algún avezado profesor de Historia enseñe cómo fueron escritos, algo de las circunstancias, y entonces al nombre de Perucho se unan los de Enrique Loynaz del Castillo y de Agustín Díaz Cartaya. Pero la historia, la letra, la melodía, se escuchan solo alguna que otra vez en un acto. Ya nadie repasa lo épico de esas marchas en las escuelas, salvo algún análisis efímero y eventual.
Con La Bayamesa arrullé a mi hijo porque así lo hizo mi madre conmigo, y mi abuela con ella; y así debió ser de generación en generación en mi casa desde que comenzara a cantarse en Cuba. A mi hijo se le canté, pero como a veces su vigilia le podía al sueño, tenía que acudir a otras canciones, y así comencé a buscar en la memoria y recordé El Mambí, y luego me saltaba La Lupe, y de ahí, un día cualquiera de tanto repetirlas, comencé a ubicar en tiempo cada una de las historias de esas piezas y fue que advertí que a cada una correspondía un himno: La Bayamesa con el Himno de Bayamo; El Mambí con el Himno Invasor; y La Lupe con la Marcha del 26. Cada una de ellas fue la canción romántica representativa que nació de la misma generación que creó y entonó los himnos de combates más importantes de la Historia de Cuba.
La Bayamesa está considerada la primera canción romántica y trovadoresca cubana. En la gran mayoría de los escritos sobre esta pieza, la melodía se la adjudican a Carlos Manuel de Céspedes y Francisco del Castillo, y la letra al poeta José Fornaris. Conocido era que Carlos Manuel -quien encabezaría luego el alzamiento en La Demajagua, fuese Presidente de la República en Armas y reconocido como el Padre de la Patria-fue un buen pianista. Por su parte, Fornaris fue uno de los poetas que más le cantó a lo cubano y era reconocido conspirador contra la metrópoli española. Finalmente, Francisco del Castillo, fue un importante abogado independentista que murió un año antes de inciarse la Guerra de los Diez Años. Así, en la ciudad de Bayamo, nacía aquella hermosa canción que representa una época llena de patriotas y hombres ilustrados. La musa, Luz Vázquez, escuchó por primera vez gracias a la iniciativa de su amado Francisco -en la noche del veintisiete de marzo de 1851- lo que luego sería un canto, más que a la belleza de la mujer bayamesa, a lo grandioso de lo cubano.
¿No recuerdas, gentil bayamesa,
que tú fuiste, mi sol refulgente,
y risueño, en tu lánguida frente,
blando beso imprimí con ardor?
¿No recuerdas que un tiempo dichoso,
me extasié con tu pura belleza,
y en tus senos doblé la cabeza,
moribundo de dicha y amor?
Ven y asoma a tu reja sonriendo,
ven y escucha amorosa mi canto,
ven, no duermas, acude a mi llanto
pon alivio a mi negro dolor.
Recordando las glorias pasadas,
disipemos, mi bien, la tristeza
y doblemos los dos la cabeza
moribundos de dicha y amor.
Y allí en Bayamo estuvo Luz cuando tomaron la ciudad, y a pesar de perder a dos de sus hijos, se cuenta que arengó a una de sus niñas, Atala, para que fuera a cantar el himno de Perucho Figueredo. Aquel himno de Perucho conocido igualmente como La Bayamesa, en franca similitud a La Marsellesa de Francia como himno de una revolución, tenía su melodía concebida y tocada desde el 14 de agosto de 1867. En medio de la euforia por la toma de la ciudad, se escribieron los versos de nuestro himno nacional, reconocido como tal el 5 de noviembre de 1900 por la Asamblea Constituyente –y ya para ese año con las supresiones conocidas de algunas de sus estrofas originales-.
Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa.
No temáis una muerte gloriosa,
que morir por la Patria es vivir.
En cadenas vivir, es vivir
en afrenta y oprobio sumido.
Del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas valientes corred!
No temáis; los feroces iberos
son cobardes cual todo tirano
no resiste al brazo cubano
para siempre su imperio cayó.
Cuba libre; ya España murió
su poder y orgullo do es ido
¡Del clarín escuchad el sonido,
a las armas valientes corred!
Contemplad nuestras huestes triunfantes
contempladlos a ellos caídos,
por cobardes huyeron vencidos
por valientes supimos triunfar.
¡Cuba libre! Podemos gritar
del cañón al terrible estampido
¡Del clarín escuchad el sonido,
a las armas valientes corred!
Para colmo de lindura histórica y lírica, existe una versión anónima de que cuentan se cantó en la manigua de la Guerra de los Diez Años y que posee la misma melodía de la Bayamesa de Fornaris, Céspedes y Castillo; solo que, en esta oportunidad, era una canción de letra rebelde acorde al momento. Así lo recogen muchos escritos:
¿No recuerdas gentil bayamesa,
que Bayamo fue un sol refulgente,
donde impuso un cubano valiente
con su mano e
l pendón tricolor?
¿No recuerdas que en tiempos pasados
el tirano explotó tu riqueza,
pero ya no levanta cabeza
moribundo de rabia y dolor?
Te quemaron tus hijos; no hay queja
que más vale morir con honor
que servir al tirano opresor
que el derecho nos quiere usurpar
Ya mi Cuba despierta sonriendo
mientras sufre y padece el tirano
a quien quiere el valiente cubano
arrojar de sus playas de amor.
La Guerra Grande fue una epopeya en la que se demostró que en Cuba había hombres dispuestos a empeñarlo todo por la independencia, pero no héroes de mármol, sino hombres que amaron y dedicaron versos a las mujeres de sus vidas. Por eso, en la manigua, a la par que se cantaba un himno de combate, se recordaba a la amada con una canción de amor. Aquella generación, precursora, tuvo como bandera también el amor.
1895: el canto de manigua y de invasión
La Guerra Necesaria, la guerra amorosa que organizó José Martí con la intención de fundar la república de, por y para todos los cubanos, traía en sí lo cantos de guerra y amor de sus antecesores, pero también generó en su propia entraña los cánticos de la nueva generación que se entregaba a la manigua.
Así, en la Guerra de 1895 con la invasión a occidente, Enrique Loynaz del Castillo, General del Ejército Libertador, escribe su Himno a Maceo. Las letra nació en la finca La Matilde, Camagüey, como respuesta a unos versos ofensivos para los mabises, que habían sido escritos en la ventana de lo que fuerala casa de un militar español. Antonio Maceo conoce los veros de Loynaz, pero no le acepta el Himno en su honor por considerarlo demasiado. Se dispone entonces a musicalizarlo y denominarle como la marcha que serviría para guiar a las tropas, que enseguida lo aprendieron y en muchas ocasiones lo denominaron Himno del Pueblo.
¡A las Villas valientes cubanos:
A Occidente nos manda el deber
De la Patria a arrojar los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer!
De Martí la memoria adorada
nuestras vidas ofrenda al honor
Y nos guía la fúlgida espada
De Maceo, el Caudillo Invasor.
Alzó Gómez su acero de gloria,
y trazada la ruta triunfal,
cada marcha será una victoria:
la victoria del Bien sobre el Mal.
¡Orientales heroicos, al frente:
Camagüey legendaria avanzad:
Villareños de honor, a Occidente,
por la Patria, por la Libertad!
De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.
A la carga escuadrones volemos,
Que a degüello el clarín ordenó,
los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!

La música fuerte, llamando al combate, los versos que en un inicio quisieron servir de desagravio ante una ofensa española, ahora se convertían en la voz de todo un ejército que avanzaba por Cuba con la bandera de la independencia. Un nuevo canto épico, un nuevo llamado poético que se ajustaba a las nuevas circunstancias, pero que en esencia-como el de Byamo- llamaba a los cubanos a luchar por la libertad y en contra de quien ultrajó a la Patria.

Patria, esa palabra que aparece una y otra vez en dichas composiciones y que denotan la consolidación de una nacionalidad a la que ya le urgía una nación con nombre y derechos. Lo cubano ya existía contundente, apartado de lo español, y mezclado con lo negro, lo amarillo, lo blanco y lo indio. Ya en la Guerra Necesaria la cubanía era una condición consolidada y bien defendida, que solo se vería coronada cuando los cubanos pudiesen vivir en la Cuba libre y con aspiraciones de prosperidad de todos sus habitantes.

A la contienda organizada por el Maestro, como es sabido, muchos fueron los jóvenes que se sumaron como correspondía a su generación. Uno de ellos fue Luis Casas Romero. El nombre de Luis es posible que rápidamente salte a nuestra memoria como el de pionero de la radio en Cuba, pero lo que quizás no se conozca demasiado es que se incorporó con 15 años de edad al Ejército Libertador. Y fue del calor de la manigua de donde le nacería luego una pieza de amor única, triste en la historia que narra, pero otra vez sobre el héroe que ama.

Nuevamente, el amor invade la vida de quienes luchan por su país; y, en realidad, no podría ser de otra forma, porque solo corazones amplios podían dejarlo todo por una causa colectiva aunque en ello les fuera la vida. El Mambí , aunque un poco más tarde que el Himno Invasor, en 1912 surgiría para convertirse en el símbolo del guerrero que amante partía dejando atrás lo más íntimo de su vida por encontrar la libertad de su patria. El hombre y la mujer; el hombre que parte y la mujer valerosa que sabe acoger al guerrero. Fue precisamente otro patriota, protagonista de hechos libertarios, quien componía entonces la melodía de la canción de amor más hermosa que refleja la Guerra del 95.

Allá en el año noventa y cinco,
y por la selvas del Mayarí
una mañana dejé el bohío,
y a la manigua salió el mambí.

Una cubana que era mi encanto,
y a quien la noche llorando vio,
al otro día con su caballo,
busco mis huellas y me siguió.

Aquella niña de faz trigueña,
y ojos más negros que la maldad,
unió sus fuerzas a mi fiereza,
y dio su vida a la libertad.

Un día triste cayó a mi lado,
su hermoso pecho sangrando ví,
y desde entonces fue más ardiente,
Cuba adorada mi anor por ti,
y desde entonces fue más ardiente,
Cuba adorada mi amor por ti
.
El Moncada, La Lupe y el Granma
El Asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes constituye la acción militar que dio inicio a una nueva etapa de lucha insurrecional en Cuba que se coronaría con la definitiva soberanía de la nación. Allí se inmolaron jóvenes hermosos que, seguidores de las mejores tradiciones de cubanía, rindieron homenaje al Apóstol en el año de su centenario. Sería entonces 1953 el año que marcaba una senda que no culmaniría hasta cumplir el sueño de la república para todos.
En prisión, uno de los sobrevivientes de esos hechos, Agustín Díaz Cartaya, daba los toques finales al himno de su generación, la marcha que representaba a quienes en contextos diferentes seguían pujando por lo mismo que sus antecesores: independencia, justicia, progreso, soberanía. En esta ocasión, quien escribía era un negro, un negro libre pero pobre aficionado a la música, que recogió en sus versos la esencia de todos los que muerieon en el Moncada. Así, en presidio, se entonaron las notas al mismísimo Fulgencio Batista, burlado delante de todos sus subalternos por la osadía del canto nuevo de guerra de los cubanos.
La Marcha de la Libertad, luego Himno del 26 de Julio, al igual que sus antecesoras, arengaba a los cubanos a luchar por la libertad de Cuba, a romper las cadenas que oprimían al pueblo.
Marchando, vamos hacia un ideal
sabiendo que hemos de triunfar
en aras de paz y prosperidad
lucharemos todos por la libertad.
Adelante ,cubanos,
que Cuba premiará nuestro heroísmo,
pues somos soldados
que vamos a la Patria liberar
limpiando con fuego
que arrase con esta plaga infernal
de gobernantes indeseables
y de tiranos insaciables
que a Cuba
han hundido en el Mal.
La sangre que en Oriente se derramó
nosotros no debemos olvidar
por eso unidos hemos de estar
recordando a aquellos que muertos están.
La muerte es victoria y gloria que al fin
la historia por siempre recordará
la antorcha que airosa alumbrando va
nuestros ideales por la Libertad.
El pueblo de Cuba...
sumido en su dolor se siente herido
y se ha decidido...
hallar sin tregua una solución
que sirva de ejemplo
a ésos que no tienen compasión
y arriesgaremos decididos
por esa causa hasta la vida
¡que viva la Revolución!
Tres años más tarde, otro integrante de la generación del centenario, también aficionado a la música, escribiría la canción de amor emblemática de las nuevas luchas: La Lupe. Juan Almeida, durante su exilio en México, conoció el amor de una guadalupana y a ella le escribió cuando hubo de partir a retomar la lucha en Cuba. Nuevamente, el guerrero que parte y deja atrás lo más querido de su vida personal. Otra vez el amor a la pareja se engrandece con el amor a la patria y el bien común se impone a la tranquilidad individual.
Ya me voy de tu tierra
mexicana bonita,
bondadosa y gentil,
y lo hago emocionado
como si en ella quedara
un pedazo de mí.
Ya me voy, linda Lupe,
y me llevo conmigo
un rayito de luz
que me dieron tus ojos,
virgen guadalupana,
la tarde en que te vi.
Golondrina sin nido
era yo en el camino
cuando te conocí,
tú me abriste tu pecho
con amor bien sentido,
yo me anidé en ti.
Y ahora que me alejo
para el deber cumplir
que mi tierra me llama
a vencer o a morir,
no me olvides, Lupita,
acuérdate de mí.
Y ahora que me alejo
para el deber cumplir
que mi tierra me llama
a vencer o morir,
no me olvides, Lupita,
acuérdate de mí
.
La Lupe sería el arranque del joven Almeida, luego entrañable Comandante de la Revolución Cubana y compositor de otras piezas reconocidas por su cubanía. Pero los inicios fueron allí, casi a punto de oler el mar en busca del yate que lo llevara de regreso a Cuba y a la Sierra redentora.
Tres himnos, tres canciones de amor.

Inconscientemente, pero con todo el fundamento del mundo, cada etapa de lucha insurreccional cubana que llevó un himno, tuvo su canción de amor. Como escribiría Ernesto Che Guevara, el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor, y ello se evidencia en la música que ha acompañado a los guerreros cubanos en cada una de sus contiendas. Y si bien es cierto que existen otras piezas dedicadas a momentos importantes de la vida cubana, de la cultura, lo singular de este caso es que cada uno de los himnos fue escrito por uno de los protagonistas guerreros, y las canciones de amor igual, fueron escritas o musicalizadas por luchadores que impregnados de lo épico, dieron rienda suelta a lo humano de amar y tener que dejar lo propio en busca del espacio para todos.

En los tres himnos se convoca a luchar, se habla de la patria, y aunque en el tercero ya existía Cuba como nación y no había dominio español, el país no era lo democrático, soberano ni justo que habían soñado los precursores de la independencia; se vivía en clima áspero de opresión y en una república enmendada por los designios estadounidenses. El contexto de la Marcha de la Libertad era diferente, pero con elementos que quedaban pendientes desde la guerra de independencia del siglo anterior, y de ahí que la generación del Centenario de Martí se lanzara a conquistarlos, en franca continuidad histórica. Las canciones de amor, ardiendo a la par que los himnos en los corazones de los patriotas, reflejan el pesar y la vez la satisfacción de la lucha por el mayor de los amores de los hombres: el amor a la patria y a su libertad.

Más que casual, es una lógica que generaciones demostraron espontáneamente, por necesidad de cantar y de utilizar la música como vehículo de sus sentimientos, como muestra de lo cubanísimo y legítimo de sus batallas. Así quedan, para nuestros hijos, tres grandes guerras por la libertad, con sus tres himnos y sus tres canciones de amor.

La Historia es todo: cultura en el tiempo, vida en el tiempo...y música en el tiempo. Mediante estas seis piezas musicales se pueden recorrer los tres grandes momentos bélicos de nuestro país por sus libertades, e identificar sus causas, sus objetivos, sus sentimientos y sus sueños.

En lo adelante, al tararear La Bayamesa, sumé por orden al Himno de Bayamo, el Himno Invasor, el Mambí, la Marcha del 26 y La Lupe... como parte de trilogías imprescidiblemente unidas en la música cubana y en la Historia. Y aunque tengo la certeza de que quienes me escuchaban no entendían cómo podía cantarle himnos a mi hijo para dormir o canciones viejas, yo recordaba a mi bisabuela, y a la abuela de mi bisabuela, y la canción que en arrullos se transmitió con delicadeza y que llegó hasta mí con el mismo amor con que fue escrita. Porque así llega también la historia de la nación. Por eso este acercamiento musical a lo más hondo de los cubanos; por eso reproducir en este espacio seis piezas que nos definen y nos llaman cada día a seguir amando y combatiendo por lo cubano que se piensa, se escribe y se lucha.

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