A una semana de la corona de
Pinar en la Serie
Nacional 53, de los festejos bien merecidos del equipo, de
los análisis de colegas en diferentes medios de prensa, regreso a mi esquinita
para soltar pasiones.
Ahora que va bajando el humo del
tabaco, escribo.
Esta fue, para mí, la peor de
todas las Series que he visto, salvada en el último instante por el matiz verde
de la final que le dio a un grande como Urquiola nuevas alegrías y premió su
humildad, su sabiduría y arte para guiar un colectivo. Una final marcada
también por la entrega de los peloteros de Matanzas, que pelearon hasta el
último out y mostraron por tercer año consecutivo el resultado de su esfuerzo
diario en el terreno. Una Serie que comandaron los Cocodrilos por bastante
tiempo en la clasificatoria y que en los play off se vieron nuevamente
segundos, lugar que bien debe reconocer su afición. Aunque para muchos este era
el año de los matanceros, una vez más los pinareños salieron “de la nada” a
llevarse un trofeo como para recordar que aunque en números o pronósticos se
contase menos con ellos, cuando van con Urquiola tienen el cetro más cerca. Y
así fue.
La gran final fue quizás un
cierre bastante respetuoso –conferencias de prensa aparte- para una serie
maltrecha de variables estructuras, y marcada por indisciplinas, deficiencias técnicas en atletas y en el
arbitraje, incoherentes medidas; en fin: baja calidad.
La Serie Nacional 53 no se
disfrutó como debiera, y ya se ha hablado de la necesidad del trabajo en la
base para que nuestros peloteros lleguen a las Series con el nivel técnico que
precisa el máximo evento de nuestro deporte nacional; la necesidad de
implementos que respalden esa preparación y que los mejores entrenadores estén
allí donde se forman los niños. También conocemos ya del pago de los nuevos salarios,
de la contratación a algunos de nuestros peloteros para otras Ligas, lo que
deberá elevar su tope y podría lograr de ellos mejores actuaciones en casa y en
eventos foráneos. Dicho así, pareciera que las soluciones parecen ir allanando
el camino espinoso del juego de béisbol -que nos hinca cuando transitamos nueve
entradas sin jugadas o batazos de nivel, sin lanzadores eficientes y sin zona
de strike previsible-.
La Serie 53 dejó el mal sabor
de la indisciplina, de la impunidad, de la falta de autoridad que existe hoy en
un terreno de béisbol nuestro, y el irrespeto a colegas por hacer su trabajo. También
dejó a una Serie del Caribe en la que pudimos lucir mejor, aunque ratificó la
urgencia de revisarnos, algo que ya sabíamos pero que aún no hacemos lo
suficiente por solucionar.
La afición que repletó estadios,
la que no los llenó; la que fue más disciplinada y respetuosa, y la que no;
también se suma al resultado final de un campeonato que pudo ser más feliz.
La mística que encierra un juego
de pelota en Cuba, lo cubano que por él corre y las expectativas de mostrar en
pleno la gracia que nos fue dada por Natura para jugarlo, quedaron pendientes
en esta Serie.
No le será muy difícil a la Serie 54 superar a su
antecesora.
Sueño que así sea.
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