La
posibilidad de amar es quedarse con un poco de sed, es un automóvil en el que
funcionan tanto el acelerador como el freno. Es permanecer en la caricia, nunca
forzar las barreras e instalarse dentro. Si se pierde la inquietud, si todo es
seguridad, se pierde la identidad; la fusión acaba con el ser. Si no soy, no puedo
amar. Cuando me pierdo en el objeto amado no hay quien sostenga al amor: cuando
el dos pasa a ser uno las fronteras se borran, y si no hay fronteras, no hay
contacto.
Es el
espejismo, la paradoja: el deseo, la sexualidad, el apoyo, el peso de la
soledad, todo, lleva a la unión. Pero si esta es total, perfecta, absoluta, el
amor se esfuma. Si permanezco, si me aíslo, sucede la cuestión de las fronteras.
Son tan rígidas que impiden el contacto. Necesito que mi boca sea mía para
decir te amo, tanto como necesito otros oídos que lo escuchen.
Amar es
transitar el puente hacia la ciudad, no quedarse en la orilla; tampoco es
conquistar la ciudad. Si la conquisto le impongo mi sello y todo llevará mi
color. Así, el deseo huye.
Recorreré las calles, disfrutaré su atmósfera,
percibiré su calor, olor; siempre debo volver al puente, tolerando que sea
extenso, aceptando que dure tanto como el
amor. Es posible que una de las riquezas de la vida, y una
de sus misericordias, consista en la plenitud de transitar
los puentes.
(Retomo estas palabras del Guille......siempre hacen falta... )
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