Dicen que cuando una persona muy
buena muere, casi siempre llueve. Eso lo dicen los viejos, y es que la
naturaleza parece que se impacta, las energías y las ondas electromagnéticas se
dislocan y hacen estallar nubes, o bien el cielo llora porque sí. Yo realmente
no creo en supersticiones ni en viejos presagios. Pero llovió.
Ese día llovió. Fue un aguacero
ni muy fuerte ni muy débil. La llovizna llegó de pronto. El cielo se estaba
nublando desde pocos minutos antes, como anunciando los sucesos. Pero nadie pensó
nada. Era lógico que luego de medio día con tanto sol y calor, el cielo se
cargara. Y nada, que así fue. Los científicos darán esa explicación, y los
menos científicos o los que querían mucho a Guillermo, preferirán pensar que la
naturaleza lloró junto a ellos.
Ese fue unos de los días más
felices de su vida. Nadie lo dude. Si bien es absurdo pensar que quiso morir
allí, -porque a nadie le gusta morir, porque nadie como él se despreocupaba
tanto de eso, porque nadie como él tenía tantos deseos de seguir poniendo a
prueba un corazón de tiempo pronosticado-, sí es muy cierto que ese fin de
semana fue un colofón especial para sus últimos minutos. Haber estado allí
nunca voy a olvidarlo. Sobre todo porque regresaré.
Acostumbraba a decirles a los
más jóvenes que le conocían “Fea” o “Feo”, apodo que daba gracia y producía un
acercamiento especial entre las personas. Sin contar los nombres tecleros. Pero
ese día… ese día estaba tan feliz que cuando me vio y vino a saludarme, ni
siquiera me dio tiempo a levantarme del suelo. Se inclinó y me dijo “¿Qué hay,
linda?” Yo le contesté feliz, y me callé la felicidad y la extrañeza de que ese
día para él hubiese sido “linda”en lugar de “fea”.
Yo no puedo describir su
sonrisa. No puedo. Nunca lo vi así. Claro, hacía solo un año que conversábamos,
y seguramente tuvo muchos momentos como aquel. Pero de todas la veces que lo
vi, nunca tuvo una alegría como aquella en la que cada gesto, cada palabra,
transmitían una alegría corporal tremenda, una armonía con el ambiente como si
estuviera en uno de los sitios más especiales del mundo.
Guaracabulla le abrió sus
puertas luego de que la ciudad “santa y espiritual” le hubiese regalado un sábado en su
“Biblio-tecla”. Así me lo contó un amigo que estuvo allí, en Sancti Spíritus. Pero
Guaracabulla seguía siendo el lugar; el 1 de julio de 2007, el día; y todos nosotros,
sus testigos.
Era un bosquecito martiano,
según recuerdo, la entrada de aquella escuela que nos recibía con dos filas de
árboles. Un almuerzo que no teníamos previsto nos atrapó por un ratico más en
el pueblo que celebraba presencias, las ignoraba, o bien las conocía.
Yo sabía que no había ganado el
concurso sobre el Che para ir a Llanos del Infierno, y me sentía algo triste, pero el día feliz
en Guaracabulla me despejaba. Él, luego de pasar por varias mesas, vino hasta la nuestra a
decirnos cualquier cosa. Que si Haydée y su viaje por Betty, que si yo tenía
que ver cómo iba a pesar de no haber ganado…… Y se viró a la mesa de Tania, con la que habló sobre el Che tatuado en su vida....
En medio del almuerzo, pensamos
que había sido un tropezón, pero no. Alguien nos dijo “aguántenlo, que se
siente mal”. Y nos viramos y se caía. Tratamos de sujetarlo Haydée y yo desde muestras sillas para que no llegara al suelo. Desde la otra mesa lo agarraban también para no dejarlo caer.
Todos se movilizaron. Intentó tomar una bocanada de aire ... Sus ojos azules no
eran profundos ya, sino fijos, lisos… “Profe, profe”, “Guille, Guille”. ....
Cuando lo sacaron hasta otro lugar, comenzó la lluvia.
Y siguió lloviendo hasta que
finalmente dijeron que murió en aquel consultorio médico. Solo entonces dejó de llover poco a poco. Se hizo
todo lo posible, aunque la lejanía del centro de la ciudad no permitió hacer lo imposible. Su pierna ya
se lo venía alertando hacía una semana y no quiso escucharla, porque, según él,
ella no era nadie para decirle a dónde debía ir.
Como fue tan especial, la lluvia
pareció parte de la leyenda de Guillermo, de esa vida que se fue en un minuto,
que se disolvió en el viento, en la lluvia, de esa tristeza que nos dejó, de
ese vacío, de esa oficina sin él… de nuestras vidas sin sus cocotazos. Nada… son
así las cosas que suceden. Todos encontramos en ella un mensaje místico.
Pero vamos, que con lo
dialéctico materialista y profundamente soñador que era él, una no sabe qué
creer. Porque quizás él nunca pensó que de verdad fuera a provocar a la naturaleza.
Es un enredo. No había podido
escribir sobre eso. Nunca voy a olvidar
ni el “linda” que me dijo, ni sus ojos azules fijos en la nada.
Sin dudas, un alma muy noble,
muy buena, se desprendió de un cuerpo y, en ese proceso, trastocó su entorno. Esa
esencia está dentro de nosotros, y desde allí nos abrasa. ( así con s)
Pero yo tengo también la sensación
de que nosotros estamos dentro. Así, bien suave, dando calor, luz, y tesoros
tan diminutos como poderosos, está Guillermo para mí. Por lo menos yo me siento
siempre abrazada por él. (así con z)
Y es que, además de llevar en mi
mente cada recuerdo, yo lo toco, lo respiro, lo exhalo, y lo tengo de ejemplo. Lo
veo en el amor, en mi país, en Fidel, en las cosas que los dos amamos, por las
cuales luchamos, y por las cuales nos conocimos y seguiremos juntos.
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