viernes, 25 de enero de 2013

La poesía del recuerdo...


Entre las paredes de una Facultad que aspira a formar mejores periodistas; entre los consejos de dirección, claustros y clases; entre libros y artículos de obligatoria referencia para la carrera que su experiencia y su talento le permiten escribir; en el cuerpo y en el alma de la Cátedra Pablo de la Torriente Brau; entre la elegancia del lenguaje y el acertado juicio; entre el único tiempo posible y los infinitos espacios de la vida, transita la doctora Miriam Rodríguez Betancourt. Entre la pedagogía y el periodismo tiene su comarca.
El salón de profesores de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, es ahora el sitio donde la catedrática accede a comentar su recuerdo del Poeta del Moncada.  Navegar por las memorias lúcidas de una alumna del Colegio Baldor, cuando Raúl fue profesor de allí, es la oportunidad de tener otra visión de su personalidad.
Siempre sonríe cuando va a hablar de Raúl, y muy pocas veces mira hacia su interlocutor, porque echa a volar la mirada de su pensamiento y prefiere sus propias imágenes.
“Yo recuerdo que en el año…sería el año del asalto al Moncada, 1953, había un gran revuelo en la escuela, en el Colegio Baldor. Aquel profesor joven, tan buen mozo, tan dulce, tan distraído -pero distraído no en el sentido de equivocaciones, sino en el sentido ese de estar en otra cosa, el que está pensando en otra cuestión y que la realidad que le rodeaba era solamente un pretexto, una cosa inmediata que no tenía nada que ver con lo que él estaba haciendo- me enteré, nos enteramos todos de la muerte de Raúl, del asesinato de Raúl.”
Un poco más absorta ahora en sus revelaciones de estudiante, se detiene en el retrato del joven que tanto les atraía entonces. 
“Raúl era un personaje, una presencia para las muchachitas, figúrate…plenas adolescentes. Baldor tenía divididos entre varones y hembras, y el grupo mío era de sexto grado B, si no recuerdo mal…Éramos todas muchachitas…10-12 años, no pasábamos de ahí…11, 12 ¡13! 13 años… Estábamos ahí en esa edad en que comienza ya esta cosa del atractivo, de las mujeres y los hombres; y yo recuerdo que para nosotras, aquel muchacho –que yo lo estoy viendo con mis ojos de la imaginación y del recuerdo-, era un muchacho muy pulcro en su vestimenta. Casi siempre estaba con su bata blanca, que era la que usaban los profesores sustitutos, muy pasadita, pero muy limpia…muy buen mozo. Tenía una tez un tanto amarilla, fíjate lo que es la poesía del recuerdo, lo que le daba un matiz a su semblante y a su persona muy especial. El pelo, claro; muy buen ángulo de rostro, y ya te digo: una mirada un tanto apartada de la realidad inmediata.”
Como si estuviese nuevamente en su pupitre de Baldor, revive con la picardía de la adolescencia aspectos de una de las clases que recibió del “profe Raúl”.
“Él era suplente, nos daba clases a veces cuando faltaba un profesor y recuerdo muy nítidamente  que en una  de esas ocasiones, no fue el profesor de Dibujo Lineal – era cualquier asignatura, los profesores sustitutos que estaban allí esperando a que faltara alguien para ellos tener el trabajo por el que le pagaban...- El anuncio de que iba a ser Raúl quien nos diese la clase provocó entre las muchachitas de mi grupo un gran alboroto: “¡Viene el profesor Raúl a darnos clases!” Esa era una cosa muy llamativa…precisamente por su atractivo físico y por su manera, su personalidad. Y recuerdo la clase. No toda la clase, pero sí recuerdo rasgos de esa clase que él nos explicaba y nosotras hablábamos de él, nos pasábamos papelitos sobre él; nadie atendía. A él no le importaba realmente  si atendíamos o no,  porque él estaba allí para cumplir eso; pero, te repito, no estaba en ese momento allí, él estaba en otra cosa…Y nos dio clases de Dibujo Lineal, y no nos reprendía, y todas las muchachitas decían que qué bueno era el profesor Raúl, porque el profesor Raúl, se formara lo que se formara,  no intervenía.”
Su relación con Raúl de alumna-profesor es uno de los tesoros que le acompañan siempre. Nada, ni siquiera la conversación que sostienen otros profesores dentro del local, le desdibuja ese momento. De Baldor, asegura, salieron muchos revolucionarios a pesar de ser un colegio para estudiantes de clase media, e incluso alta. Ella ha sido uno de esos frutos y, por felices coincidencias, ha sido pedagoga y periodista, dos de las labores más apreciadas por Raúl. Un último impulso completa sus remembranzas.

“Ese es un recuerdo muy pequeño, pero que a mí siempre me ha marcado. Cuando yo regreso en septiembre de 1953, cuando comienzan las clases, allí se recordaba que uno de los que habían muerto en el ataque era el profesor Raúl. Años después, muchos años después, comprendí cuando he tenido que hablar de él  a raíz de peticiones que me han hecho, que Raúl no nos llamaba la atención no porque no fuera un profesor exigente, sino porque él no estaba atendiendo a aquello…Él estaba, repito, en otra cosa. Su pensamiento evidentemente estaba metido de lleno en otra clase, que era la clase de Historia que estaban preparando los muchachos de la Generación del Centenario.”



  Este escrito ha diso tomado del libro El periodista del Moncada, Editora Política, La Habana, 2009.

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