martes, 20 de octubre de 2020

Raíces de una nación: cantos de amor y combate

 

Lo cubano salta ante nuestros ojos, o desde nuestros ojos, desde nuestra piel, desde nosotros mismos como seres andantes que poblamos un archipiélago salpicado de lo real maravilloso y que se coció en un ajiaco, envidiable por su espontaneidad, sabrosura y temperaturas. 

La mezcla de todo es el todo nuestro. 

La Historia no tiene moldes prefabricados. No puede. Inventárselos sería ir contra la savia humana que la edifica. La Historia nace de la vida, es el presente visto dentro muchos años, es el futuro a la luz de hoy. No puede escribirse con medias tintas, ni creer tampoco que todo esté escrito. La Historia no es capricho, ni solo arma del que vence, ni solo pedestal de héroes. La Historia es cultura acumulada en el tiempo, es vida acumulada en el tiempo, es tiempo repleto de todo lo humano –con o sin lo divino-. 

Por eso, a la luz de este 20 de octubre en el que se festeja nuestra cubanía, vale detenerse en la historia de amor de tres canciones y tres himnos.

Las Bayamesas

Ciertos días, concentrada en la espectacular misión de dormir a un bebé, comencé a cantarle La Bayamesa…y y como la vigilia le podía al sueño, comencé a buscar en la memoria y recordé El Mambí, y luego me saltó La Lupe, y de ahí, un día cualquiera de tanto repetirlas, comencé a ubicar en tiempo cada una de las historias de esas piezas y fue que advertí que a cada una correspondía el tiempo histórico de un himno: La Bayamesa al Himno de Bayamo; El Mambí al Himno Invasor; y La Lupe a la Marcha del 26. Cada una de ellas fue la canción romántica representativa que nació de la misma generación que creó y entonó los himnos de combates más importantes de la Historia de Cuba. 

La Bayamesa está considerada la primera canción romántica y trovadoresca cubana. En la gran mayoría de los escritos sobre esta pieza, la melodía se la adjudican a Carlos Manuel de Céspedes y Francisco del Castillo, y la letra al poeta José Fornaris. La musa, Luz Vázquez, escuchó por primera vez gracias a la iniciativa de su amado Francisco -en la noche del veintisiete de marzo de 1851- lo que luego sería un canto, más que a la belleza de la mujer bayamesa, a lo grandioso de lo cubano: No recuerdas, gentil bayamesa, que tú fuiste mi sol refulgente.. .

Y allí en Bayamo estuvo Luz cuando tomaron la ciudad, y a pesar de perder a dos de sus hijos, se cuenta que arengó a una de sus niñas, Atala, para que fuera a cantar el himno de Perucho Figueredo. Aquel himno de Perucho conocido igualmente como La Bayamesa, en franca similitud a La Marsellesa de Francia como himno de una revolución, tenía su melodía concebida y tocada desde el 14 de agosto de 1867. En medio de la euforia por la toma de la ciudad, se escribieron los versos de nuestro himno nacional, reconocido como tal el 5 de noviembre de 1900 por la Asamblea Constituyente –y ya para ese año con las supresiones  conocidas de algunas de sus estrofas originales- La convocatoria histórica quedó para siempre-: A las armas, valientes, corred.

Himno Invasor y El Mambí

Por otra parte, la Guerra Necesaria, que organizó José Martí con la intención de fundar la república de, por y para todos los cubanos, traía en sí lo cantos de guerra y amor de sus antecesores, pero también generó en su propia entraña los cánticos de la nueva generación que se entregaba a la manigua.

Así, en la Guerra de 1895 con la invasión a occidente, Enrique Loynaz del Castillo, General del Ejército Libertador, escribe su Himno a Maceo. La letra nació en la finca La Matilde, Camagüey, como respuesta a unos versos ofensivos para los mambises, que habían sido escritos en la ventana de lo que fuera la casa de un militar español. Antonio Maceo conoce los versos de Loynaz, pero no le acepta el Himno en su honor por considerarlo demasiado. Se dispone entonces a musicalizarlo y denominarle como la marcha que serviría para guiar a las tropas, que enseguida lo aprendieron y hoy conocemos como Himno Invasor: De la patria arrojad al tirano....

A la contienda organizada por el Maestro, como es sabido, muchos fueron los jóvenes que se sumaron como correspondía a su generación. Uno de ellos fue Luis Casas Romero. El nombre de Luis es posible que rápidamente salte a nuestra memoria como el de pionero de la radio en Cuba, pero lo que quizás no se conozca demasiado es que se incorporó con 15 años de edad al Ejército Libertador. Y fue del calor de la manigua de donde le nacería luego una pieza de amor única, triste en la historia que narra, pero otra vez sobre el héroe que ama: El Mambí.

Aunque un poco más tarde que el Himno Invasor, en 1912 surgiría esta pieza para convertirse en el símbolo del guerrero que amante partía dejando atrás lo más íntimo de su vida por encontrar la libertad de su patria. Fue precisamente otro patriota, protagonista de hechos libertarios, quien componía entonces la melodía de la canción de amor más hermosa que refleja la Guerra del 95: Y desde entonces fue más ardiente, Cuba adorada, mi amor por ti...

La Marcha del 26 y La Lupe

El Asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes constituye la acción militar que dio inicio a una nueva etapa de lucha insurrecional en Cuba que se coronaría con la definitiva soberanía de la nación. 

En prisión, uno de los sobrevivientes de esos hechos, Agustín Díaz Cartaya, daba los toques finales al himno de su generación, la marcha que representaba a quienes en contextos diferentes seguían pujando por lo mismo que sus antecesores: independencia, justicia, progreso, soberanía.  Así, en presidio, se entonaron las notas al mismísimo Fulgencio Batista, burlado delante de todos sus subalternos por la osadía del canto nuevo de guerra de los cubanos.

La Marcha de la Libertad, luego Himno del 26 de Julio, al igual que sus antecesoras, arengaba a los cubanos a luchar por la libertad de Cuba, a romper las cadenas que oprimían al pueblo: Que viva la Revolución

Tres años más tarde, otro integrante de la generación del centenario, también aficionado a la música, escribiría la canción de amor emblemática de las nuevas luchas: La Lupe. Juan Almeida, durante su exilio en México, conoció el amor de una guadalupana y a ella le escribió cuando hubo de partir a retomar la lucha en Cuba. Nuevamente, el guerrero que parte y deja atrás lo más querido de su vida personal. Otra vez el amor a la pareja se engrandece con el amor a la patria y el bien común se impone a la tranquilidad individual: Mi tierra me llama a vencer o morir. No me olvides, Lupita...

Tres himnos, tres canciones de amor. Y si bien es cierto que existen otras piezas dedicadas a momentos importantes de la vida cubana, de la cultura, lo singular de este caso es que cada uno de los himnos fue escrito por uno de los protagonistas guerreros, y las canciones de amor igual, fueron escritas o musicalizadas por luchadores que impregnados de lo épico.

Más que casual, es una lógica que generaciones demostraron espontáneamente,  por necesidad de cantar y de utilizar la música como vehículo de sus sentimientos, como muestra de lo cubanísimo y legítimo de sus batallas. Así quedan, para nuestros hijos, tres grandes guerras por la libertad, con sus tres himnos y sus tres canciones de amor. 

La Historia es todo: cultura en el tiempo, vida en el tiempo...y música en el tiempo. Mediante estas seis piezas musicales se pueden recorrer los tres grandes momentos bélicos de nuestro país por sus libertades, e identificar sus causas, sus objetivos, sus sentimientos y sus sueños. 

En lo adelante, al tararear La Bayamesa, sumé por orden al Himno de Bayamo, el Himno Invasor, el Mambí, la Marcha del 26 y La Lupe...  como parte de trilogías imprescindiblemente unidas en la música cubana y en la Historia. 


(Escuche fragmentos de los seis temas 👇)



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