Lo conocí en la Fragua
Martiana. Allí es donde pude conocer a muchos de los que
escriben esos libros de historia de Cuba que leo, y tenerlos de maestros era un
privilegio. Muchos fueron, dos veces por semana, en la mañana y en las tardes,
con sus exigencias y su gracia, con su sabiduría y sus maneras de contar la Historia.
Loyola era un personaje, un maestro de esos que te hace
vivir la historia, que vincula el pasado con el presente de una forma natural y
única.
Fue maestro desde muy joven, dio muchas clases, muchas, y
formó generaciones enteras que pasaron por la Universidad. Allí
era un hombre querido, respetado y seguido por sus estudiantes.
En nuestro grupo, sufríamos si teníamos que faltarle a una clase... No queríamos perdernos nada de cuanto decía... No puedo olvidarme tampoco de
cuando nos hablaba del periodismo y de lo que debía ser… y me miraba “como
quien no quiere las cosas”…. Porque allí, en el grupo, éramos de tan diversas
carreras, de tan distintos perfiles….pero él sabía cuquearnos el bichito de la Historia.
Y lo mismo en el aula de calor insoportable, que bajo los
árboles del patio de la Fragua,
nos llegaba su clase.
Allí estaba, con su pomito de refresco "de polvito" para mitigar la
fatiga, o su medicina por la operación, o sus historias de juventud para
descansar 5 minutos de una clase en la que no se descansaba, y todos queríamos
oírle y reír y aprender con él….
Siempre me pregunté cuán hermoso hubiera sido para los
estudiantes de hoy, de cualquier secundaria o preuniversitario, tener un
maestro de Historia como Loyola, que arrancara de los libros las palabras y las
entregase con toda la dramaturgia de la vida.
Para el Maestro que pude conocer por esas suertes de la
vida, mi abrazo.
Este año me gradúo, profe.
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