jueves, 8 de agosto de 2013

Lo que pasa… y lo que queda.


“Toda tu vida corre el peligro de vivir lo que quieres creer”
Santiago Feliú

En determinados tiempos, a cada ciclo, a las personas les da por sentarse a hacer recuentos -como si cumplir 30 ó 40 años, romper un matrimonio o llevar a un hijo por primera vez a la escuela fueran puntos de giro que merecen recapitulaciones- .Quizás valga la pena… o la gloria.
El ser humano tiene la virtud de recordar, incluso hasta de enriquecer las memorias, los presentes y soñar  con siglos venideros, hacer pronósticos o simples planes de trabajo…pero siempre empeñado en saber qué hacer y cómo sacar partido a una estación que le otorgaron y que tiene fecha de caducidad, hasta que alguien confirme si se prolonga en un “masallá”…
La preocupación por trascender se vuelve a veces obsesiva, o simplemente se regala para poder vivir llana y simplemente.
Y así se llega a la conclusión de que se ha perdido mucho tiempo, o que te has pasado la vida coleccionando piezas por gusto, cuando tenías cerca una que valía por todas… O se puede creer también que lo hecho ha sido poco, que falta mucho por escribir, por beber, por leer, por hablar, por caminar, o por correr… O se puede descubrir que viviste toda tu vida bajo un personaje feliz montado para una obra rosadita; o trágicamente confundido como el pobre Segismundo.
Claro, siempre existen los astutos y suspicaces que se las saben todas, y que ante un derrumbe existencial son capaces de zumbar a un oído atormentado algo del viejo -renegado por algunos- José Ángel Buesa «No es nada... ha sido el viento»…
¿El viento? ¡Qué rayos!
Así padecemos la crónica que nunca escribimos; lloramos la lágrimas que  nos tragamos en planes de ser infranqueables  ironwomen; recordamos el parlamento que nos hizo héroes o tiranos en una reunión; la cerveza que rechazamos; la inversión que no hicimos; la paciencia que nos faltó; y hasta las ganas de coger aquel palo y fragmentarlo en una testa muy ruda. Y de ahí se sacan conclusiones, como si la vida fuera a parecerse a la de ayer, como si pudieras planificarla o saber qué te vas a encontrar a la vuelta de la esquina o cómo tratar al desconocido que te cae del cielo, como si todo ello fuera  una repetida política editorial que no cumple lo que promete. 
Obvio: he recapitulado.
Y entonces me viene a la mente por qué nos enamoramos de la permanencia en el tiempo; por qué hay que hacerlo todo bien para luego te pongan en la corona con flores de mustia procedencia: “fue tremenda chamaca”. Todo eso a costa incluso de no vivir…Vivir, que conste, implica también responsabilidades… Porque para vivir hay que conservar muchas esencias –tiernas, sensatas, locas y rebeldes-. Siempre hay gente que prefiere trascender. Hasta yo quería. Ya no.
Me he descubierto ligeramente cursi, un poco inmóvil y absolutamente intrascendente a la luz de la posmodernidad.
Quizás deberíamos vivir más y sin tanto misterio, sin tantas pretensiones, aunque pretender sea de sabios… Sin pretender que otros sean como queremos, y comprendiendo más; sin ser gente de camisas cuadradas y sin jorobarle la curva a cualquier propuesta indecente porque viola los cánones de mi abuela. Porque a veces –solo a veces- queriendo, no se puede; y sin querer se logra.
Pero lo más triste de todo es saberse trascendente y hacerse el intrascendente, y desperdiciar la permanencia en la vida de algunas gentes. Vivir es correr y beber, y escribir y leer libros nuevos, pero también se puede vivir en un mismo lugar, quietecito, al calor de alguien o de algo…y en ese estado de la materia, lo que camina y se mueve son argumentos mucho más profundos y verdaderos. Es triste no querer entender que permanecer no es una manera de morir; que quedándote, también puedes trascender...
Hay que creer en la cualidad aérea de los seres humanos….
Por ejemplo, y para cerrar: conocí a un tipo patéticamente irresistible, inmerecedor de cualquier letra por cuanto consideraba merecerlas todas, que se empeñaba en correr, en saber todo, y que en su puto apuro se hacía el que pasaba de largo..Lástima que nunca se decidió a ser como nosotros, los tontos cursis, inmóviles e intrascendentes, y solo se concentró en su genialidad.  Si se le ocurriera, en un aniversario cerrado, hacer sus recapitulaciones, en solo 5 minutos descubriría cuánto se perdió y cuánto le falta por perderse. Así de simple…como pa volverse cursi –más cursi- y escribirle: pasarás por mi vida sin saber que quedaste.



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