Primavera
El silencio era
demasiado para ser las diez de la mañana de un domingo en casa. La verdad es
que molestaba y hasta obligaba a despertarse. Ni los gallos querían cantar, ni
los perros ladrar, ni la cafetera colar, ni el sol filtrarse por la ventana. La
culpa se la echaron primero a la nube que se enseñoreaba como si fuera la dueña
del pedacito de cielo que le tocaba a Consolación. Pero luego se dieron cuenta
de que no, que nada tenía que ver el agua condensada con aquella atmósfera tan
cerrada que inundaba cada rincón de la casa, a pesar de ser primavera. Carlitos
y Amanda decidieron levantarse entonces y dejar el remoloneo para un día entre
semana, pues los sábados y los domingos había que aprovecharlos al máximo.
Aquel silencio tan
extraño se había quedado cuidando el sueño de los niños, porque papá Luisito y
mamá Tamara habían tenido que salir urgente. Los domingos siempre iban de feria
con tía Cuca y, al parecer, esta vez abuela Gladys había decidido acompañarlos
en lugar de quedarse; que los niños majaderos siempre le tocan a ella, que
nunca sale de estas cuatro paredes y que solo se quita el delantal para bañarse
y dormir. Abuelo Ramón era blanco de fuertes responsos también porque mandarlo
a la panadería era un dolor de cabeza, que siempre estaba pellizcando el pan y
no había uno que llegara intacto a la casa. Y cuando le daba por comérselo
escondido en la cocina, de madrugada, mojado con la salsita del pollo, no tenía
para cuándo acabar ni para cuándo barrer el reguero que lo delataba al
amanecer. Seguramente era el abuelo quien esta vez tenía que hacerse cargo de
los niños luego de la ya pronosticada rebelión de la abuela. “Mejor”- pensaron-
porque él los dejaba andar sin zapatos y saltar encima de las camas.
Poco después de la
correspondiente y habitual guerra matutina de las almohadas, salieron descalzos
para el cuarto de abuelo Ramón y así recordarle que él era el elegido de la
mañana. Carlitos ya tenía una tripa protestando y, si se demoraba un poco más,
pronto tendría un concierto desesperante. Que por suerte no era Amanda la que
tenía aquella sensación, que si no, le daba por chillar y era demasiado
temprano para comenzar, teniendo en cuenta que los domingos son el día que la
gente escoge para dormir un poco más. Aunque abuelo no era muy buen cocinero,
la mañana prometía ser encantadora y muy revuelta con las ocurrencias suyas.
Revisaron la
cocina….todo estaba intacto. Pasaron por la sala y ni rastro de las andanzas
clandestinas del abuelo con el pan. Llegaron al cuarto de “papi” –que así le
decían al abuelo cuando querían comprar melcocha o pasear en el carrito de los
caballos- y el usual revoltijo de sábanas les indicó que debía andar cerca el
muy pillo; además, porque se le habían quedado los espejuelos. Claro, que no debió
dejarlos solos, que tenía que haberles dicho que saldría para ellos estar
preparados en caso de una “invasión” del hogar por parte de Maruca, la vecina
que aparece como por arte de magia en el sitio menos esperado y en el momento
menos indicado. Que ya en más de una ocasión mamá Tamara había comentado a
media voz que ella no entendía cómo se las arreglaba Maruca para ser tan
desatinada.
Algo, de pronto,
puso a los niños en guardia: por la ventana abierta del cuarto de los abuelos,
que daba precisamente a la casa de la vecina en cuestión, unos ojos grandes y
más negros que un gato de los que dicen los viejos que dan mala suerte, estaban
clavados en la casa. Era Mary, o Maruqui, o Maruquita…en fin, el “enemigo” que
averiguaba hasta el color de las chancletas de baño de tío del primo de la
bisabuela del cuñado de los nuevos inquilinos de la casa de la esquina. Pero
bueno, qué se le va a hacer.
Decía la abuela
que en cada barrio, para que sea un barrio, tenía que haber una persona
encargada de esos asuntos, que siempre había sido así y que no por eso
significaba que fuese de mal corazón; que a Maruca solo le gustaba saber porque
su curiosidad era más grande que la de cualquier persona normal, que ella era
especial y que no hacía daño a nadie con sus investigaciones.
De todas formas,
eso de no hacer daño a Carlitos y Amanda no les convencía; que nunca olvidaron
aquel fatídico día en que se pelearon por un mango del patio del vecino Lazo
que había caído en la calle del fondo, y a las menos cuarto ya estaba Maruca
diciéndoselo a la gente de la casa; que el castigo duró mucho y que se
perdieron tres películas esa semana por su culpa…
Pues bien, allí
estaba ella, mirando por la ventana. Y parece que vio alguna cabecita moverse,
ya que enseguida le dio por estirar el pescuezo como quien busca algo. Al piso
se tiraron los niños y, por un momento, su prioridad fue esconderse de quien
pretendía saberlo todo. El frío del cemento pulido se les pegaba en las caras y
en esas condiciones adversas comenzaron a planear cómo cerrar la ventana sin
que pareciera una descortesía con la
Maruca.
-Eso tendré que
hacerlo yo, que para eso soy el varón, y los hombres siempre tenemos que hacer
las tareas más difíciles.
-Tú como
siempre…Yo también voy a actuar. No te creas que porque estás en la secundaria
y ya eres un adol….adole….
-“Adolescente”,
Amanda…
- Eso mismo que
dice mamá, y que es una edad compleja y tiqui-tiqui tiqui-tiqui, voy a permitir
que me dejes fuera por ser hembrita y estar en cuarto grado. ¿Oíste?
-Mira, Amanda, tú
siempre me sales con lo mismo y terminamos fajados. Esta vez no podemos
fallar…Hay que averiguar por qué estamos solos en la casa sin que Maruca lo
sepa, porque enseguida va a querer preguntar, o querrá venir a prepararnos
algo…en fin. Hay que evitar su intervención en nuestros asuntos o nos echará
perder la mañana de diversión con papi.
-¡Ni me lo digas!
Creo que estaría todo el día con dolor de cabeza o con ganas da gritar bien
fuerte….
-Por eso tienes
que dejarte de malcriadeces y hacerme caso hoy……
-Que conste que lo
hago porque hay poco tiempo………….si no….
Pero no habían ni
empezado a ponerse de acuerdo cuando la puerta de la calle se abrió, luego de
un pequeño forcejeo entre llaves y cerrojo.
-¡Al fin, el
abuelo…..!-chilló Amandita.
Pero, cuál no
sería la sorpresa al ver parada en la puerta, con las manos en la cintura al
estilo de los vaqueros, nada menos y nada más que… a Maruca. Su cara estaba
extraña. Los ojos negros tenían una expresión que nunca antes habían visto y
cualquiera diría que no quería averiguar nada.
-Arriba….Que los
vi levantarse y vengo a prepararles el desayuno. Apúrense, que el piso está
frío y se les va a resfriar la garganta. Y después no vas a poder gritar en el
parque, Amandita.
Aquello les cayó
como agua de un manantial helado encima. Se quedaron sin hablar por cinco
minutos, suficientes para salir corriendo, ponerse las chancletas y, con el
pretexto de cambiarse de ropa, planear las preguntas a Maruca; que todo aquello
estaba muy extraño.
-Oiga, Maruca,
¿por qué tiene usted las llaves de mi casa?- preguntó Carlitos.
-Sí… ¿acaso abuelo
Ramón le dijo que nos vigilara hasta que llegara de la panadería, porque seguro
se demoraría con el periódico? ¿O es que también fue a la feria?- dijo Amandita
con la preocupación de que a su abuelo no le gustaba dejar las llaves con
nadie, a menos que fuese algo urgente.
A Maruca ya la
tenían acorralada y con los ojos medio mojados cuando sintieron el ruido del
carro.
-¡Ya llegaron!-
respiró aliviada la vecina.
Mamá Tamara y papá
Luisito entraron a la casa.
-¿Y abuela Gladys
se quedó en la feria?
Las caras de todos
estaban un poco serias….muy serias para el gusto de los niños. Maruca se fue de
la casa y se podía notar que estaba llorando. Nadie podía explicar nada. Abuela
estaba en el policlínico con la presión alta y tía Cuca la estaba cuidando, por
eso no había venido con ellos.
-¿Y papi? ¿También
está con ella?- trató de descartar Carlitos.
Y dos lagrimones
se le salieron sin pedir permiso a papá Luisito, quien se puso medio bravo, y
se lamentó, y se puso las manos en la cabeza y no sabía qué rayos
decir……Entonces Carlitos, que era inteligente y como estaba en la secundaria
era casi un hombrecito que podía captar las malas noticias, se puso de pie y se
fue corriendo al cuarto. A Amanda, que ya tenía los ojitos bien inundados, le
preguntó su papá:
-¿No estamos en
abril?
- Sí, hoy es 7 de
abril. Hace una semana que empezó la primavera y todavía las flores no han
salido como deben. Todavía el sol no está calentando como debe y eso es muy
raro, porque en esta época los calores están aumentando y el sol quema. Papi me
dijo hace poquito que le molestaba que todo estuviese cambiando tanto, que se
le apretaba el pecho cuando veía tan feo el río y que cuando tuviese la menor
oportunidad, se iría a un lugar más lindo. Y me consta que adoraba Consolación
del Sur….pero parece que no es el retraso de la primavera, sino que se le quedó
el invierno en el pecho.
-¿El invierno?
-Sí, Amandita……el
invierno en el pecho….
-Pero él regresa,
papá. Deje que empiece a llegar la primavera de verdad para que a él se le
caliente el pecho y Consolación se ponga lindo. No se podrá resistir.
Mamá Tamara
conversaba bajito con Maruca y se sentían las palabras entrecortadas. Ya había
entendido que algo extraño y triste sucedía, que se le rompía en el pecho un
vaso de cristal y se le clavaban
pedacitos de vidrio.
Despacio fue
caminando al cuarto. La puerta estaba a mitad de camino entre lo abierto y
cerrado, y Carlitos miraba por la ventana para las lomas. Amanda se le paró al
lado, y metió su cabecita en el pecho del hermano. Algo salado le mojó la nariz
y no pudo evitar tampoco humedecerle el pulóver a Carli.
-Ahora abuela
tiene que estar triste, pero nosotros la vamos a ayudar ¿verdad?
- Claaaro…
-susurró Amandita, que parecía haber olvidado los chillidos para siempre,
porque tenía la voz que era un hilito.
-Nos perdimos el
domingo con papi……………..
-No seas bobo,
muchacho. Papi fue a buscar su primavera porque el otoño se le quedó en el
pecho de caprichoso, dice papá. Tú verás
que regresa.
- Tienes que
crecer, Amanda…
-Qué malo es ser
adoles…eso mismo…Yo no quiero crecer si tengo que dejar de creer que papi
regresa. Pero, dime, mi hermanito, ¿de verdad tú dudas que regrese?
Y claro que
regresó. A pesar del tristeza de Carlitos y de muchos otros. Incluso en verano,
otoño e invierno. Por las noches, cuando los ojitos no pueden resistir el peso
de las travesuras de la jornada, hay días en que papi viene y les canta
décimas, y les invita al campo, o a comer masa de puerco frita; y les recuerda
que la primavera es fabulosa, aunque nostálgica, y que no hay nada más lindo
que Consolación, y que cuiden a la abuela mientras él les enseña a otras
personas a sacarse el frío del pecho; que no se preocupen, que de fantasía en
sueño vendrá a verlos…
Y no hay como
compartir con papi en los sueños, donde nadie pelea ni los regaña por andar
descalzos, y donde las camas no se rompen si uno salta sobre ellas, y donde a
nadie le molesta el reguero de pan en el suelo. Parece entonces que todos los
días son domingos… y que siempre es primavera cuando se piensa en el abuelo
Ramón.
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