lunes, 26 de agosto de 2013

Para Cristina...por los abuelos......


Primavera

El silencio era demasiado para ser las diez de la mañana de un domingo en casa. La verdad es que molestaba y hasta obligaba a despertarse. Ni los gallos querían cantar, ni los perros ladrar, ni la cafetera colar, ni el sol filtrarse por la ventana. La culpa se la echaron primero a la nube que se enseñoreaba como si fuera la dueña del pedacito de cielo que le tocaba a Consolación. Pero luego se dieron cuenta de que no, que nada tenía que ver el agua condensada con aquella atmósfera tan cerrada que inundaba cada rincón de la casa, a pesar de ser primavera. Carlitos y Amanda decidieron levantarse entonces y dejar el remoloneo para un día entre semana, pues los sábados y los domingos había que aprovecharlos al máximo.
Aquel silencio tan extraño se había quedado cuidando el sueño de los niños, porque papá Luisito y mamá Tamara habían tenido que salir urgente. Los domingos siempre iban de feria con tía Cuca y, al parecer, esta vez abuela Gladys había decidido acompañarlos en lugar de quedarse; que los niños majaderos siempre le tocan a ella, que nunca sale de estas cuatro paredes y que solo se quita el delantal para bañarse y dormir. Abuelo Ramón era blanco de fuertes responsos también porque mandarlo a la panadería era un dolor de cabeza, que siempre estaba pellizcando el pan y no había uno que llegara intacto a la casa. Y cuando le daba por comérselo escondido en la cocina, de madrugada, mojado con la salsita del pollo, no tenía para cuándo acabar ni para cuándo barrer el reguero que lo delataba al amanecer. Seguramente era el abuelo quien esta vez tenía que hacerse cargo de los niños luego de la ya pronosticada rebelión de la abuela. “Mejor”- pensaron- porque él los dejaba andar sin zapatos y saltar encima de las camas.
Poco después de la correspondiente y habitual guerra matutina de las almohadas, salieron descalzos para el cuarto de abuelo Ramón y así recordarle que él era el elegido de la mañana. Carlitos ya tenía una tripa protestando y, si se demoraba un poco más, pronto tendría un concierto desesperante. Que por suerte no era Amanda la que tenía aquella sensación, que si no, le daba por chillar y era demasiado temprano para comenzar, teniendo en cuenta que los domingos son el día que la gente escoge para dormir un poco más. Aunque abuelo no era muy buen cocinero, la mañana prometía ser encantadora y muy revuelta con las ocurrencias suyas.
Revisaron la cocina….todo estaba intacto. Pasaron por la sala y ni rastro de las andanzas clandestinas del abuelo con el pan. Llegaron al cuarto de “papi” –que así le decían al abuelo cuando querían comprar melcocha o pasear en el carrito de los caballos- y el usual revoltijo de sábanas les indicó que debía andar cerca el muy pillo; además, porque se le habían quedado los espejuelos. Claro, que no debió dejarlos solos, que tenía que haberles dicho que saldría para ellos estar preparados en caso de una “invasión” del hogar por parte de Maruca, la vecina que aparece como por arte de magia en el sitio menos esperado y en el momento menos indicado. Que ya en más de una ocasión mamá Tamara había comentado a media voz que ella no entendía cómo se las arreglaba Maruca para ser tan desatinada.
Algo, de pronto, puso a los niños en guardia: por la ventana abierta del cuarto de los abuelos, que daba precisamente a la casa de la vecina en cuestión, unos ojos grandes y más negros que un gato de los que dicen los viejos que dan mala suerte, estaban clavados en la casa. Era Mary, o Maruqui, o Maruquita…en fin, el “enemigo” que averiguaba hasta el color de las chancletas de baño de tío del primo de la bisabuela del cuñado de los nuevos inquilinos de la casa de la esquina. Pero bueno, qué se le va a hacer.
Decía la abuela que en cada barrio, para que sea un barrio, tenía que haber una persona encargada de esos asuntos, que siempre había sido así y que no por eso significaba que fuese de mal corazón; que a Maruca solo le gustaba saber porque su curiosidad era más grande que la de cualquier persona normal, que ella era especial y que no hacía daño a nadie con sus investigaciones.
De todas formas, eso de no hacer daño a Carlitos y Amanda no les convencía; que nunca olvidaron aquel fatídico día en que se pelearon por un mango del patio del vecino Lazo que había caído en la calle del fondo, y a las menos cuarto ya estaba Maruca diciéndoselo a la gente de la casa; que el castigo duró mucho y que se perdieron tres películas esa semana por su culpa…
Pues bien, allí estaba ella, mirando por la ventana. Y parece que vio alguna cabecita moverse, ya que enseguida le dio por estirar el pescuezo como quien busca algo. Al piso se tiraron los niños y, por un momento, su prioridad fue esconderse de quien pretendía saberlo todo. El frío del cemento pulido se les pegaba en las caras y en esas condiciones adversas comenzaron a planear cómo cerrar la ventana sin que pareciera una descortesía con la Maruca.
-Eso tendré que hacerlo yo, que para eso soy el varón, y los hombres siempre tenemos que hacer las tareas más difíciles.
-Tú como siempre…Yo también voy a actuar. No te creas que porque estás en la secundaria y ya eres un adol….adole….
-“Adolescente”, Amanda…
- Eso mismo que dice mamá, y que es una edad compleja y tiqui-tiqui tiqui-tiqui, voy a permitir que me dejes fuera por ser hembrita y estar en cuarto grado. ¿Oíste?
-Mira, Amanda, tú siempre me sales con lo mismo y terminamos fajados. Esta vez no podemos fallar…Hay que averiguar por qué estamos solos en la casa sin que Maruca lo sepa, porque enseguida va a querer preguntar, o querrá venir a prepararnos algo…en fin. Hay que evitar su intervención en nuestros asuntos o nos echará perder la mañana de diversión con papi.
-¡Ni me lo digas! Creo que estaría todo el día con dolor de cabeza o con ganas da gritar bien fuerte….
-Por eso tienes que dejarte de malcriadeces y hacerme caso hoy……
-Que conste que lo hago porque hay poco tiempo………….si no….
Pero no habían ni empezado a ponerse de acuerdo cuando la puerta de la calle se abrió, luego de un pequeño forcejeo entre llaves y cerrojo.
-¡Al fin, el abuelo…..!-chilló Amandita.
Pero, cuál no sería la sorpresa al ver parada en la puerta, con las manos en la cintura al estilo de los vaqueros, nada menos y nada más que… a Maruca. Su cara estaba extraña. Los ojos negros tenían una expresión que nunca antes habían visto y cualquiera diría que no quería averiguar nada.
-Arriba….Que los vi levantarse y vengo a prepararles el desayuno. Apúrense, que el piso está frío y se les va a resfriar la garganta. Y después no vas a poder gritar en el parque, Amandita.
Aquello les cayó como agua de un manantial helado encima. Se quedaron sin hablar por cinco minutos, suficientes para salir corriendo, ponerse las chancletas y, con el pretexto de cambiarse de ropa, planear las preguntas a Maruca; que todo aquello estaba muy extraño.
-Oiga, Maruca, ¿por qué tiene usted las llaves de mi casa?- preguntó Carlitos.
-Sí… ¿acaso abuelo Ramón le dijo que nos vigilara hasta que llegara de la panadería, porque seguro se demoraría con el periódico? ¿O es que también fue a la feria?- dijo Amandita con la preocupación de que a su abuelo no le gustaba dejar las llaves con nadie, a menos que fuese algo urgente.
A Maruca ya la tenían acorralada y con los ojos medio mojados cuando sintieron el ruido del carro.
-¡Ya llegaron!- respiró aliviada la vecina.
Mamá Tamara y papá Luisito entraron a la casa.
-¿Y abuela Gladys se quedó en la feria?
Las caras de todos estaban un poco serias….muy serias para el gusto de los niños. Maruca se fue de la casa y se podía notar que estaba llorando. Nadie podía explicar nada. Abuela estaba en el policlínico con la presión alta y tía Cuca la estaba cuidando, por eso no había venido con ellos.
-¿Y papi? ¿También está con ella?- trató de descartar Carlitos.
Y dos lagrimones se le salieron sin pedir permiso a papá Luisito, quien se puso medio bravo, y se lamentó, y se puso las manos en la cabeza y no sabía qué rayos decir……Entonces Carlitos, que era inteligente y como estaba en la secundaria era casi un hombrecito que podía captar las malas noticias, se puso de pie y se fue corriendo al cuarto. A Amanda, que ya tenía los ojitos bien inundados, le preguntó su papá:
-¿No estamos en abril?
- Sí, hoy es 7 de abril. Hace una semana que empezó la primavera y todavía las flores no han salido como deben. Todavía el sol no está calentando como debe y eso es muy raro, porque en esta época los calores están aumentando y el sol quema. Papi me dijo hace poquito que le molestaba que todo estuviese cambiando tanto, que se le apretaba el pecho cuando veía tan feo el río y que cuando tuviese la menor oportunidad, se iría a un lugar más lindo. Y me consta que adoraba Consolación del Sur….pero parece que no es el retraso de la primavera, sino que se le quedó el invierno en el pecho.
-¿El invierno?
-Sí, Amandita……el invierno en el pecho….
-Pero él regresa, papá. Deje que empiece a llegar la primavera de verdad para que a él se le caliente el pecho y Consolación se ponga lindo. No se podrá resistir.
Mamá Tamara conversaba bajito con Maruca y se sentían las palabras entrecortadas. Ya había entendido que algo extraño y triste sucedía, que se le rompía en el pecho un vaso de cristal y se  le clavaban pedacitos de vidrio.
Despacio fue caminando al cuarto. La puerta estaba a mitad de camino entre lo abierto y cerrado, y Carlitos miraba por la ventana para las lomas. Amanda se le paró al lado, y metió su cabecita en el pecho del hermano. Algo salado le mojó la nariz y no pudo evitar tampoco humedecerle el pulóver a Carli.
-Ahora abuela tiene que estar triste, pero nosotros la vamos a ayudar ¿verdad?
- Claaaro… -susurró Amandita, que parecía haber olvidado los chillidos para siempre, porque tenía la voz que era un hilito.
-Nos perdimos el domingo con papi……………..
-No seas bobo, muchacho. Papi fue a buscar su primavera porque el otoño se le quedó en el pecho de caprichoso, dice papá. Tú verás  que regresa.
- Tienes que crecer, Amanda…
-Qué malo es ser adoles…eso mismo…Yo no quiero crecer si tengo que dejar de creer que papi regresa. Pero, dime, mi hermanito, ¿de verdad tú dudas que regrese?
Y claro que regresó. A pesar del tristeza de Carlitos y de muchos otros. Incluso en verano, otoño e invierno. Por las noches, cuando los ojitos no pueden resistir el peso de las travesuras de la jornada, hay días en que papi viene y les canta décimas, y les invita al campo, o a comer masa de puerco frita; y les recuerda que la primavera es fabulosa, aunque nostálgica, y que no hay nada más lindo que Consolación, y que cuiden a la abuela mientras él les enseña a otras personas a sacarse el frío del pecho; que no se preocupen, que de fantasía en sueño vendrá a verlos…
Y no hay como compartir con papi en los sueños, donde nadie pelea ni los regaña por andar descalzos, y donde las camas no se rompen si uno salta sobre ellas, y donde a nadie le molesta el reguero de pan en el suelo. Parece entonces que todos los días son domingos… y que siempre es primavera cuando se piensa en el abuelo Ramón.

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